Sin escape

Crítica de Carlos Rey - A Sala Llena

El villano maldito.

Alfred Hitchcock en ese fundacional diálogo con François Truffaut, reproducido en el libro El Cine según Hitchcock, estableció en conjunto con el francés las ideas teóricas centrales sobre cómo debe ser construidas las formas cinematográficas, la coherencia en la puesta en escena y por sobre todas las cosas, por qué más allá de ser un artista Hitchcock entendía el cine como un negocio, que hacer para que una película funcione. El inglés mencionaba un pilar fundamental para que todo fluya; la construcción del villano debía ser lo más meticulosa y detallada posible, él creía fuertemente que el villano era incluso más importante que el héroe, porque el villano era el terror. Hitchcock decía que nadie le tenía miedo a un disparo, pero todos le tenían terror a los segundos previos a ese disparo donde el villano era todo en la puesta en escena. En Sin Escape (2015) el director John Erick Dowdle descansa en dos estrellas de Hollywood con carisma sin límites como Pierce Brosnan y Owen Wilson pero se decide por el abandono y la desidia completa ante la posibilidad de construir un villano que esté a la altura de las circunstancias.

Jack Dwyer (Owen Wilson) lleva a su esposa e hijos a un país asiático para trabajar como empleado de una empresa norteamericana. En el hotel se encuentra con Hammond (Pierce Brosnan), donde comienzan una relación fraternal producto de la lejanía de ambos del hogar. Repentinamente una revolución derroca al régimen supuestamente dictatorial de ese país y los rebeldes asesinan a cuanto extranjero tengan a su alcance. Los villanos son los rebeldes, pero Dowdle los trata con desprecio desde la puesta: ninguno tiene nombre, no tienen antecedentes, ninguno tiene una historia familiar, no hay líderes, no tienen líneas de diálogo, no tienen un primer plano más allá de las turbas, la iluminación apenas les cubre el rostro en cada plano; es decir, no hay villano. Dowdle pretende que el terror se desate solamente por una cuestión de efectismo político. Para colmo lo pone a Brosnan a decir obviedades sobre el capitalismo y el primer mundo (“nosotros tenemos la culpa de esto”) para no dejar ninguna ambigüedad al espectador.

Golpes bajos incluidos y Wilson no funcionando en este contexto como “comic relief” (más allá de algún ralentí divertido con los hijos volando de edificio a edificio) dejan a la película desnuda, sin nada. Para colmo el film, que trabaja durante gran parte del metraje la suciedad de la acción pura, termina en las más obscenas de las secuencias límpidas, donde el director quiere mostrar a la familia como unidad invencible e indivisible.