Sin control

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Dolor mafioso.

La opera prima de Chad Stahelski, Sin Control, es una película de acción acerca de la venganza de un ex integrante de la mafia rusa sobre sus antiguos compañeros de armas como represalia a un robo en su hogar. Con una estética oscura con preponderancia de tonos azules, el opus de Stahelski construye una historia de dolor en la que tras la muerte de su esposa, el ex mafioso John Wick recibe un cariñoso perro como regalo de ella para sobrellevar el dolor de la pérdida. El hijo de su antiguo empleador asalta su residencia para robarle su auto de colección y así se desata una cacería que lleva a Wick a volver a su antiguo trabajo, eliminando a sus nuevos enemigos y antiguos camaradas.

La propuesta pretende asimilarse a la moda de los comics góticos modernos de acción y como tal es exagerada, con actuaciones desproporcionadas. Desgraciadamente la historia principal es predecible, con vacías escenas de acción en las que el protagonista asesina a todos los que se cruzan en su camino. La falta de ideas del guión -incluso en el título de la película- a la hora de proponer una historia interesante, y la pobreza de los diálogos, son un síntoma de las películas de acción de la época que se preocupan por el marketing del producto sin poner atención a la calidad artística de la obra. El adusto Keanu Reeves nunca logra imponerle su carisma al taciturno Wick, lo que posibilita que el actor sueco Michael Nyqvist se luzca como una especie de villano elegante, pintoresco y gracioso, siempre irritado por la incompetencia de sus subalternos.

Lo mejor de la cinta son las simpáticas interpretaciones de los actores secundarios que deben acompañar a Wick en su viaje vengativo, ya sea como amigos o enemigos, como Willem Dafoe, John Leguizamo e Ian McShane. La actuación anodina de Alfie Allen, como el hijo del jefe de la mafia, es intrascendente y sus carencias refuerzan la falta de sentido de la historia.

Sin Control pretende atraer distintos públicos a través de pequeños guiños que rápidamente cambian para pasar al siguiente con el fin de no dejar a nadie fuera, olvidando incluso la coherencia argumental pero poniendo mucho énfasis en los detalles de cada muerte para que quede claro que estamos ante un producto vacío en el que no sobrevive nadie ni queda nada tras la función. Nuevamente y hasta el hartazgo obtenemos un poco más de resarcimiento para las masas impacientes de acción que le aúllan a la pantalla en el eterno invierno hollywoodense.