Sicario 2: Día del soldado

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Jugando a la guerra sucia

Al igual que en Sicario (2015), el extraordinario film del realizador canadiense Denis Villeneuve, la secuela, también escrita por Taylor Sheridan, responsable del guión de la maravillosa Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016), Sicario 2: Día del Soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018) se enmarca nuevamente en un estilo de films de gran crudeza sobre los acuciantes conflictos sociales en la frontera entre Estados Unidos y México que tuvieron su punto de partida a nivel cinematográfico con Traffic (2000), la obra de Steven Soderbergh protagonizada por Michael Douglas, Benicio Del Toro y Catherine Zeta-Jones. En esta oportunidad la dirección quedó a cargo del realizador italiano Stefano Sollima, conocido por su film anterior, Suburra (2015), y por la dirección de varios episodios de la serie Gomorra (2014-2016).

Con una trama más explícita que profunda y menos sensible pero más brutal que la obra que la precede, el film de Sollima narra nuevamente la guerra clandestina entre el gobierno norteamericano y los carteles de la droga, pero esta vez no por la droga sino por el tráfico de personas de un país a otro, negocio migratorio que según la teoría de la película se habría impuesto al tráfico de drogas duras por su mayor rentabilidad producto del constante flujo de personas hacia Estados Unidos y el carácter desechable del recurso humano, sobre el que no se realiza ninguna inversión para su traslado.

La trama desencadena algunos de los mayores temores respecto de las nuevas formas que el terrorismo adquiere para escamotear la vigilancia y el control fronterizo que realizan las agencias de seguridad en Estados Unidos. El relato discurre así sobre el negocio del tráfico ilegal de personas hacia ese país y la desconfianza y el peligro respecto al ingreso de terroristas por esa vía. En Sicario 2: Día del Soldado, un cruel ataque terrorista en un supermercado desata una operación de contrainteligencia por parte de un grupo de mercenarios contratados por el Departamento de Defensa norteamericano que involucra el secuestro de la hija de un jefe narco para promover una guerra entre carteles rivales para dividirlos y controlarlos. La muerte de un grupo de policías mexicanos involucrados con uno de los carteles complica la misión de sembrar confusión y terror y la operación pasa de ser un fracaso a un verdadero desastre que es imprescindible contener, lo que genera conflictos de intereses, pruritos morales y pruebas de lealtad y deslealtad. De esta forma la película da cuenta de un cambio de paradigma dentro de los carteles por el control de la frontera, un no lugar donde los sujetos pasan a ser una mercadería sin valor real, incluso descartable.

La obra tiene buenas actuaciones de parte de un gran elenco encabezado por Josh Brolin y Benicio del Toro, mucha tensión narrativa y construye una historia interesante sobre una cuestión de actualidad que oscila entre el agudo existencialismo descarnado de Sheridan y el parco realismo inclemente de Sollima, combinando ambos estilos con un resultado contradictorio que no llega a plasmar la visión del primero, quien ya ha demostrado con Viento Salvaje (Wind River, 2017) que es también un gran director, y deja al descubierto las obsesiones de Sollima alrededor de parsimoniosas secuencias innecesarias. A diferencia del film de Villeneuve, el opus del realizador italiano es demasiado confuso, eligiendo un realismo feroz pero que no indaga en la crueldad como motor filosófico de las acciones. El desierto no surge aquí como un lugar desolador donde la condición humana se macera y se modula en la frontera de la moralidad para lograr una crueldad irreversible, aunque sí se indaga en la construcción del carácter sicario y en la venganza como un motor ante el escenario de violencia que se cierne sobre unos personajes atrapados por su odio y rencor. Sicario 2: Día del Soldado es así un film demasiado explícito con una música industrial atronadora que renuncia al terror perturbador y al simbolismo para dejar vívidas imágenes sobre la muerte que apila cadáveres en las carreteras de tierra alrededor del desierto, creando asesinos en una visión muy oscura de la naturaleza humana y del presente y el futuro de los migrantes latinos.