Shirley

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Inocencia interrumpida

La premisa de Shirley responde a ese viejo precepto de que es mejor no acercarse a los ídolos de carne y hueso. La joven Rose Nemser (Odessa Young) se instala a fines de la década de 1940 junto con su flamante marido Fred (Logan Lerman) en las cercanías pueblerinas del Bennington College estadounidense, donde tiene oportunidad de conocer de primera mano a la escritora verídica Shirley Jackson (Elisabeth Moss), quien reside allí con su esposo y profesor Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg).

Semejante a sus atormentados personajes literarios, la genial autora de La lotería se pasa la mayor parte del tiempo en la cama con un cigarrillo en una mano y un vaso de alcohol en la otra. El súbito contraste entre la desquiciada Jackson y la candorosa Rose (que ayuda a la autora en las tareas del hogar mientras Fred trabaja para Stanley en la universidad) se anticipa previsible, pero la directora Josephine Decker opta por el desvío.

Con la novela ficticia de Susan Scarf Merrell como base para el guion firmado por Sarah Gubbins, Shirley indaga en los reflejos, las diferencias y los contrapuntos entre ambas protagonistas con ánimo de parábola vertiginosa.

Pasajes líricos, planos secuencia y elipsis abruptas van construyendo una historia sobre dos modelos de mujeres atraídas entre sí, donde lo que al principio luce como un enfrentamiento entre locura e inocencia acaba siendo una fábula de experiencia y desencanto cómplice ante una sociedad frívola, injusta y cruelmente masculina.

Frases de Jackson al principio violentas como “Una casa limpia es prueba de debilidad mental” o “La maternidad tiene un precio” cobran sentido admonitorio, al tiempo que el filme sigue a Rose y a Jackson en sus respectivos alumbramientos, la primera de un bebé y la segunda de su novela Hangsaman (1951), inspirada a su vez en una tercera mujer (la estudiante desaparecida Paula Jean Welden) que completa el triángulo.

En similar tono con Retrato de una mujer en llamas (2019), Shirley se apoya en la estampa histórica (debidamente acompañada por peinados y decorados de época) para juguetear con la biopic hasta desdibujarla.

La coreografía nocturna de unas chicas de campus, los coqueteos lésbicos o los ramalazos perturbadores de inspiración de Jackson impulsan el suave desborde en sintonía con unos personajes que reniegan de sus roles asignados. El dar a luz, sin embargo, prueba ser un hecho conciliador, quizás el íntimo misterio que hace que el mundo se siga perpetuando.