Séptimo

Crítica de Juan Pablo Schapira - Tranvías y Deseos

Desesperación con manual de género

Cuidado espectadores. Se estrena una co-producción imponente, con dos superestrellas: Belén Rueda y Ricardo Darín. Grandes expectativas, podría decirse. Hablar del efecto Darín a esta altura sonará gastado y no sé si alguien ha escrito un libro sobre este tema, dado que claramente hay mucho material. Prefiero discurrir un segundo sobre el actor argentino de cine, lugar ocupado por pocos nombres si se analiza objetivamente. De esta corta lista quizá Darín no sea el mejor, pero sí el que más le presto atención al desarrollo que este lugar le implicaba. Hoy no sólo su figura tiene la mayor proyección sino que, objetivamente hablando, ningún otro trabaja con la cámara como lo hace él. El estudio que hizo sobre su persona cinematográfica, su selección de roles, su decisión de asentarse en el formato, son las razones que hoy le aseguran un mínimo de medio millón de espectadores por película. Le perdonamos su aventura con la dirección en “La señal” porque es un excelente actor de cine. Lo sabe el público, y lo sabe el mismo Darín, que jamás volvió a la televisión.

Si algo es cierto es que en “Séptimo” Darín está al tope de su juego. El resto del elenco masculino se compone de actores que el público asocia más a la televisión. Es difícil ponerlo en palabras, pero esta diferencia se nota principalmente porque Darín llegó a un nivel altísimo de dominio de su arte –me parece bien por otro lado que, para evitar un desgaste, se tome un respiro, como anunció hace unas semanas- y porque lo acompaña Belén Rueda. Por eso cada quien con lo suyo. Y lo mismo va para el género. “Séptimo” es un thriller sobre un abogado separado que va a buscar a sus hijos al departamento para llevarlos al colegio y cuando llega a planta baja los nenes (que bajaron por la escalera) no están más. Gran premisa, ¿cierto? De ese punto de partida, hay un millón de direcciones posibles, pero también hay un manual de género. Supongamos que el manual es un libro que explica cómo debe desarrollarse argumentalmente un thriller y tiene la generosidad de desplegar un ejemplo con las resoluciones o caminos más típicos. Basta decir que “Séptimo” sigue el manual a rajatabla, eligiendo lo convencional a cada paso y destruyendo cualquier posibilidad de sorpresa. Así la película desacelera a medida que avanza -aún cuando Darín se echa a correr-, pierde misterio y tensión en la mitad; y en su epílogo, post giro argumental final, ya no nos queda interés.

Me resulta llamativo que “Tesis sobre un homicidio” (lo más visto en lo que va del año), otro thriller protagonizado Por Darín, que juega sus cartas más fuertes al comienzo dejándolas bien expuestas, obtenga el resultado contrario. A medida que aquel film desacelera en el recorrido, va aumentando en expresividad, tensión, matices. Tiene que ver con que “Tesis sobre un homicidio” le construye al espectador una empatía con el protagonista directamente desde la mente, y eso obliga a estar atento y a acompañar el frágil estado emocional de un hombre que de principio a fin tiene una misma idea. Se percibe un hombre desesperado, como el de “Séptimo”.

Aquí es donde el actor le gana de mano al director español Patxi Amezcua. Darín se pone la camiseta de la desesperación y la viste mejor que nadie puesto que se encarga de lograr su propio crescendo emotivo, pero esa decisión se queda en su trabajo y el guión. Amezcua se la pierde por blando, por confiar demasiado en las superestrellas y en las disposiciones comerciales de la co-producción. Es evidente que hay algo de apresuramiento y descuido en la narración de “Séptimo” cuando el pico de estrés de su protagonista, que lo encuentra en un inesperado estallido de violencia en una oficina, se hace presente meramente como un momento más. Es inevitable recordar aquella escena de “Carancho” con la cual ese momento tiene un parecido. Trapero no nos deja dudas de que el protagonista está dispuesto a todo; a “Séptimo” la protege el manual de género. Hay poco nervio, pero al menos la estructura está intacta. Y espectacularmente filmada (Amezcua trabajó con el director de fotografía Lucio Bonelli).

Es el manual el que también se pierde el contexto de la acción, es decir, la ciudad y el jugo que se le puede sacar a eso. Esta barrera también se le hizo difícil a “Tesis sobre un homicidio” y viene siendo ley en las comedias industriales nacionales, con “Corazón de León” como ejemplo más reciente. Me pregunto en qué momento el equipo de realización decide dejar de prestarle atención a la ciudad donde están ocurriendo los hechos. A Suar, y por consecuencia a Carnevale, se lo puedo entender –aunque también se lo reproche- porque gran parte su público (las clases medias y a veces más arriba) está menos pendiente de la ciudad que otra cosa y cualquier paisaje, desde Rio de Janeiro hasta un country en las afueras viene bien. En “Séptimo” lo que ocurre es gracioso porque el manual de género se come a Buenos Aires. Ya la apertura, con un plano aéreo del obelisco y las voces en off de las radios y los noticieros, suenan menos al aire porteño que a cualquier gran urbe norteamericana. Es la herencia de ese thriller hollywoodense la que se pierde el elemento local, por más que de costado esté Tribunales, o la argentinada en la idiosincrasia de los personajes y nuestro lenguaje en sus diálogos. Ninguno de estos elementos aporta verosimilitud. Buenos Aires queda como postal.

Yo tengo una particular fijación con que las películas ‘respiren’ la ciudad en la que su historia se desarrolla, si la van a poner en un primer plano como “Séptimo”. De los últimos años, “La sangre brota” es un gran film que coloca a Buenos Aires como centro y personaje también casi culpable del estado emocional de sus protagonistas; “Sin Retorno” incluso trabaja dentro de todos los lugares plausibles. Si nos vamos lejos, para referirme bien a este tipo de trabajo, es “Nueve Reinas” el film que inventa un mundo convincente y es muy nuestra, y esa es su virtud.

Mi argumento aquí se basa en que la co-producción ambiciosa –al menos “Séptimo”- parece creer que lo particular de Buenos Aires va a perder fuerza a la hora de transmitir esa universalidad de códigos que capte un mayor público en todos los países en que se estrenará. Verdaderamente, es ante este tipo de situaciones que Campanella crece en el recuerdo. Un tipo al que, en gran medida, no le importa. Si narrar haciendo género ya es algo universal de por sí, no hay razón para perderse de lo otro. Y ahí está “El secreto de sus ojos”, co-producción con una ciudad que no es ‘cualquiera’ y que está bien presente, y que así batió récords de taquilla y se llevó el Oscar. Con “Metegol” pasa algo similar. “Que la doblen como quieran”, decía el director en la conferencia de prensa. Es una de las películas más argentinas del año, y no está situada en Buenos Aires.

El peso del manual de género también nos deja una película en la que las actuaciones de los niños, personajes fundamentales, son producto de un descuido difícil de disimular. No hay primer plano que los luzca, no hay frase que les suene natural y se la pasan repitiendo todo el tiempo lo mismo, con un exceso de abrazos, besos y ternura que más allá de la corta edad los hace quedar como dos tontos. Cuiden a los pibes, señores directores. Haganlos trabajar aunque no sean protagonistas. Que son muy transparentes y si no les das nada para hacer, se nota.