Séptimo

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El infierno de los ascensores

Mañana agitada en Buenos Aires. Sebastián (Ricardo Darín) maneja hacia el departamento de su ex mujer para llevar a los chicos a la escuela; después lo espera una audiencia, donde deberá defender a un sindicalista que su estudio representa. En el camino lo llama su hermana, preocupada por los acosos de su ex novio. Delia (Belén Rueda), su ex, lo recibe; le avisa que esa noche vuelve a España y que quisiera llevarse a los chicos. Sebastián nunca pierde el humor. Sale con los chicos del departamento y juegan una carrera; él va por el ascensor, los dos hijos por la escalera. El ascensor se traba y al llegar a planta baja los hijos no están. Entonces sí, se desencadena el infierno. Lo bueno de Séptimo (el piso en que viven los chicos) es que las hipótesis que Sebastián elucubra, nacidas de la desesperación, Darín las ejecuta con una vehemencia notoriamente convincente. Hasta la primera mitad de este thriller diurno (la única escena rodada de noche, curiosamente, es redundante), la tensión se construye con un timing casi perfecto. Pese a una banda sonora poco feliz, Darín y el director vasco Patxi Amezcua (25 kilates) elaboran un clima a la vez magnético y opresivo, a partir de la culpa y progresiva angustia de Sebastián. Lamentablemente, la metamorfosis del personaje no tiene correlato con la resolución de la trama, que en la última media hora dilapida hasta el último instante el potencial de una historia simple pero contundente. Daría la impresión de que la actuación del argentino salva a esta coproducción con España. En realidad, es otro caso de una película de y no con Darín, que carga sobre sus espaldas la responsabilidad del éxito asegurado en taquilla, a expensas de un guión cerrado a los tumbos, descuidado.