Selma: el poder de un sueño

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

Sinécdoque Selma.

La mayor virtud de Selma es que se presenta transparentemente como un recorte y no como un intento por abarcar lo inconmensurable, estrategia que suelen adoptar las biopics para narrar una vida completa, a modo de síntesis. Salvo la enorme J. Edgar (2011) de Clint Eastwood, los modos empezaron a cambiar en los últimos tiempos. El foco de las vidas se empezó a direccionar sobre los acontecimientos, incluso el propio Eastwood tomó un fragmento por sobre la totalidad para contar una vida, en el caso de Invictus (2009), cómo Nelson Mandela recién electo presidente vislumbraba en el inminente mundial de rugby en su país una chance de reconciliación para su pueblo. Casi en la misma sintonía la directora Ava DuVernay cree en “la parte por el todo” para representar a Martin Luther King y es por eso que se posa sobre la lucha de este activista pacífico en una nación violenta, a las puertas de Vietnam y con el reciente magnicidio de Kennedy reverberando en la figura del presidente Lyndon Johnson, un personaje fundamental en esta historia.

DuVernay logra sortear algunos lugares putrefactos del más reciente cine de reivindicación afroamericana (cuyo film icónico es 12 Años de Esclavitud), acompañante de la administración de Obama, sin embargo cae en el uso pueril de los planos cortos para resaltar la violencia. En especial la de un ataque brutal a un hombre blanco que viajó de Boston a Selma para participar de la marcha hacia Montgomery, convocada para protestar por la negativa del gobernador de Alabama para dejar sufragar a los ciudadanos negros, lo que constituye el conflicto central de la película. El guión de Paul Webb tiene un doble mérito porque en primer lugar tuvo que reescribir los discursos de Martin Luther King (derechos que posee el estudio DreamWorks), y además porque expone en líneas muy contundentes cierta contradicción del protagonista, expandiendo los límites bidimensionales con los que se suelen encuadrar a estas figuras, incorporándoles un halo de endiosamiento.

Allí donde Steve McQueen no podía resistirse a hacerle un zoom con su cámara a una espalda marcada por latigazos, DuVernay hace un acercamiento más profundo al discurso pero no atraviesa del todo el límite de utilizar su película como medio para emitir un mensaje: poco es el espacio para la representación. David Oyelowo (Jack Reacher, 2012) compone a un Martin Luther King desde la particularidad y no desde la imitación, quizás como principal atributo. Selma es una película intrascendente pero dentro de las fronteras pintadas por su propio dispositivo surfea algunos rasgos inevitables de las biopic concientizadoras permitiéndose, por ejemplo, jugar con la profundidad de campo en las escenas del puente. Su estreno local solo tiene una justificación por ser una de las ocho candidatas a mejor película para los próximos premios Oscar. La ironía de la Academia en solo sumarle otra nominación, y a mejor canción original (la categoría menos cinematográfica de todas), la etiqueta como una obligación para mantener la línea de lo “políticamente correcto” para la industria, una jugada de la que era merecedora 12 Años de Esclavitud.