RoboCop

Crítica de Juan E. Tranier - La mirada indiscreta

Luchando por el metal

Es inevitable la comparación de la remake de Robocop de José Padihla con la original de Paul Verhoeven: aquella supuraba y se regodeaba en la truculencia y la sordidez propias del director holandés (Total Recall, Basic Instinct, entre otras) logrando crear un clásico de culto instantáneo que se destaca aún hoy en día por su mordacidad y ferocidad. Pero, oh sorpresa, esta nueva versión brilla con luz propia gracias a la redirección de las críticas políticas implícitas del relato original. Padihla y su pulso narrativo, que apunta a lo social (recordar Ônibus 174 y Tropa de Elite, por ejemplo), logra que esta remake tan resistida salga bien parada gracias a pequeños (pero precisos) apuntes.

Por supuesto que en los tiempos que corren ya no se le puede pedir a un mega-tanque-hollywoodense que haga uso y abuso, como sucedía en la original, de imágenes explícitas, casi gore (la famosa y aún escandalosa escena del asesinato del oficial Alex Murphy), sexuales (las prostitutas de lujo o la falta de sexualidad) o violentas (consumo de drogas sin juicios morales). Pero en su momento a Verhoeven le dieron luz verde para avanzar con un proyecto menor que no estaba destinado a convertirse en clásico. No es lo que sucede con esta remake, que necesita eliminar todos estos elementos para poder ampliar su alcance. Pero Padihla, astuto, logró imponerse y mantener algunos componentes (casi esenciales, diríamos) y resignificarlos, o actualizarlos, al menos. A lo largo del relato se verán algunos fragmentos de un falso programa político (que a su vez funcionan como separadores entre escenas y momentos clave) conducido por Pat Novak (Samuel L. Jackson), un rabioso presentador televisivo republicano que aboga por la derogación de la Ley Dreyfuss, que prohíbe el uso de robots, o drones, como les llaman, en territorio norteamericano, por su falta de humanidad y sensibilidad a la hora de resolver conflictos (no así en el extranjero, en medio oriente, por ejemplo, donde una operación militar estándar desemboca en masacre). Esto motivará que el CEO de Omnicorp (la empresa fabricante de drones), Raymond Sellars (un pasado de rosca y divertidísimo Michael Keaton), desarrolle una estrategia de marketing que revertirá la opinión pública en favor de sus productos, esto es, introduciendo a un humano dentro de uno de sus robots.

Aquí la película dejará de lado, por un momento, las notas políticas para centrarse en la vieja discusión cartesiana: la dicotomía entre mente y cuerpo. ¿La mente gobierna al cuerpo o el cuerpo gobierna a la mente? ¿Puede un cuerpo subsistir sin mente? ¿O viceversa? La escena más aterradora y ejemplificadora de esto es aquella donde el Dr. Dennet Norton (Gary Oldman) le muestra lo que quedó de su cuerpo, luego de una terrible explosión, a Alex Murphy (Joel Kinnaman): una cara, una mano, dos pulmones y un poco de cerebro. En este punto, Murphy, el futuro Robocop, sólo es mente, recuerdos y emociones sin vehículo, entidad pura, no física. Pero, su propia entidad, mantenida con vida gracias a la tecnología, también es endeble a la manipulación de la ciencia; y aquí entra en juego otro dilema filosófico: el libre albedrío (“the illusion of free will”). Murphy es un humano dentro de una máquina pero sus emociones no lo hacen tan efectivo como un dron, por lo que el Dr. Norton suprimirá lentamente cualquier atisbo de humanidad en pos de obtener un mejor rendimiento del robo-policía. Estos conflictos morales y filosóficos, sin embargo, encontrarán una solución ramplona y edificante (la familia, madre de todas las instituciones, será el lugar donde todas las dudas quedarán despejadas).

Pero la crítica política prevalecerá, porque la empresa Omnicorp, a pesar de la muerte de su CEO en un polémico tiroteo, habrá instalado la idea o la necesidad de un héroe mitad hombre, mitad máquina en la sociedad. Es así que Padihla logra filtrar una resolución incómoda al deslizar la idea de que las corporaciones tienen más peso que el estado y que los medios forman la opinión popular. Y, sin llegar a la altura de la original (es probable que en unos pocos meses nos olvidemos de esta película), esta remake, que no deja de ser un blockbuster, al menos tiene una opinión política formada y eso, en el pobre panorama actual del maistream hollywoodense, es algo para agradecer y valorar.