Roa

Crítica de Lucía Agosta - EscribiendoCine

Un anti héroe a mitad de camino

En el afiche de Roa (2013), la frase “Los perdedores también escriben la historia” acompaña al título principal, en referencia a la vida de Juan Roa Sierra en la Colombia de los años 50’ y los hechos que lo llevaron a convertirse en el asesino del candidato por el partido liberal, Jorge Eliecer Gaitán.

Juan Roa Sierra (Mauricio Puentes) es un humilde albañil que vive con su mujer (Catalina Sandino Moreno, nominada al Oscar por Maria llena eres de gracia) y su hija, y se encuentra atravesando un momento de crisis al no conseguir trabajo. En su desesperación, recurre en la ayuda del abogado Jorge Eliecer Gaitán (Santiago Rodríguez, de la serie de TV Los caballeros las prefieren brutas), candidato del partido liberal para la presidencia y aclamado por el pueblo, ofreciéndole a este sus servicios como guardaespaldas. Al ser rechazado por Gaitán, Roa comienza a obsesionarse con él hasta tomar la decisión de matarlo.

El film está basado en hechos reales, pero no deja de ser una historia ficticia sobre la vida de Roa y los sucesos que lo llevaron a convertirse en asesino y a desencadenar la ola de violencia recordada con el nombre de “El Bogotazo”. La puesta en escena nos transporta con éxito a la Colombia de aquellos años, con la acertada recreación del tranvía, las calles y el vestuario representativo de las distintas clases sociales.

El actor Mauricio Puentes, que hace con Roa su debut en la pantalla grande, genera una acertada sensación agridulce al interpretar la figura del antihéroe ayudado por sus característicos rasgos faciales. Por otro lado, es difícil para los actores ponerse en la piel de personajes ligados a tres o cuatro adjetivos calificativos. Esto es lo que ocurre por ejemplo con la mujer de Roa, de quien sus únicas características de madre, ama de casa y sumisa, no le permiten a Catalina Sandino Moreno lucirse en el rol que se le ha asignado.

El tema principal gira (o debería haber girado) en torno a la obsesión creciente de Juan Roa Sierra hacia Gaitán. El problema principal se presenta en el distanciamiento de esta línea narrativa. Porque el director Andrés Baiz (La cara oculta, 2011) comienza a darle prioridad al otro conflicto que atraviesa Roa, que consiste en su frustración por la escasez de trabajo, y esto provoca que la línea principal se debilite y que por momentos pase a un segundo plano.

Es interesante remarcar la introducción de la figura del cómplice, como el ejemplo perfecto del poco desarrollo de los elementos que constituyen la trama narrativa, ya que al ser introducido de un modo arbitrario, y en donde solo se le revela al espectador que es un hombre que parece peligroso porque lleva un arma, no es difícil deducir que posteriormente cumplirá un rol relevante en el asesinato. Y así se pasan los minutos con Roa. Con una sensación casi constante de que se cuenta con poco tiempo para contar los hechos y que entonces es obligatorio comprimir y dejar de lado emociones, diálogos y escenas para llegar a abarcar todo.

Lamentablemente para Andrés Baiz, la acertada puesta en escena y el desempeño de su protagonista, no son suficientes para sacar adelante una película con un guión al que le faltaban todavía, muchas horas de trabajo.