Ritual sangriento

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

(Anexo de crítica)
“Somos lo que comemos” dice el cartel de “Ritual Sangriento”(Estados Unidos, 2013) de John Mickle, remake del filme mexicano “Somos lo que hay”(2010), pero ¿qué pasa cuando no queremos ser lo que comemos? O cuando necesitamos cambiar el rumbo de algo que transforma nuestras vidas en un callejón sin salida.
Este es el punto de partida de una película pequeña, siniestra y poderosa, que cuenta la vida de los Parker, una familia con un extraño ritual alimenticio que se cumple todos los años para el “día de los corderos”. En ese rito, que comienza con una preparación de varias semanas antes, en las que no pueden ingerir frutas y cereales, por ejemplo, van ajustándose para la cena triunfal en la que comparten un plato de comida cuyo principal ingrediente es carne humana.
Sin contar muchos detalles, para que puedan ir y sorprenderse con cada uno de los giros que Mickle tiene preparados para los 105 minutos del filme, en esta sangrienta familia Ingalls, hay un padre (Bill Sage) que tras la muerte de la madre (Kassie Wesley DePaiva) quiere que el ritual anteriormente mencionado se siga cumpliendo.
Sus hijas mayores Rose e Iris (Julia Garner y Ambyr Childers, respectivamente) tienen algunas dudas sobre mantener viva la tradición ancestral, que, como se va contando a lo largo del metraje, mucho tiene que ver con una hambruna acontecida circa 1700.
Hay otro Parker, Rory (Jack Gore, visto recientemente en The Michael J Fox Show), quien con su corta edad aún no comprende la situación que se vive en su casa puertas adentro. Una fuerte inundación comenzará a dar indicios sobre lo que pasa en la morada Parker y así, uno a uno (comisarios, vecinos) deberán ser eliminados para continuar con el “Ritual Sangriento”. Un inicio con planos detalles de la naturaleza y principalmente del agua (elemento que puede “limpiar” todo) y la creación de un clima opresivo, ominoso e intrigante, hacen que “Ritual…” tenga una intensidad para verla agarrado a la butaca.
Las jóvenes protagonistas quieren ser como los demás, pero no conocen otra manera de relacionarse con el mundo, de hecho, la vecina que tanto los ayuda, interpretada por una irreconocible Kelly McGillis (“Top Gun”, “Acusados”), empieza a sospechar algo cuando atendiendo al pequeño Rory, éste le da un mordisco en un dedo.
Iris y Rose quieren ser chicas comunes, poder enamorarse, ir a la escuela, pero sus padres con sus extrañas costumbres hacen que ellas no puedan tener una vida tranquila. La brutalidad y rusticidad del patriarca, que intenta evitar el contacto con, por ejemplo, la medicina, “va a sudar la enfermedad y va a estar bien”, contrasta con la exigencia del cumplimiento con un ritual que es puesto en duda por las hijas a medida que la fecha del ritual se acerca.
Igualmente no es el único rústico de la película, hay un trabajo que realiza el director sobre la simpleza de los personajes y el pueblo en el que viven destacándose el Doctor Barrow (Michael Perks), otro de los que empieza a sospechar que hay algo raro en la casa Parker, y que en el momento de empezar a investigar la muerte de Emma Parker, en vez de “googlear” una enfermedad, la sigue buscando en sus viejos libros de medicina.
Película con muchos silencios, con imágenes oscuras y que tan solo en los espacios abiertos y públicos toman luminosidad (y en muy pocas ocasiones), la compasión que se genera por el trío de hermanos a medida que avanza el metraje es enorme hasta el punto que da ganas de invitarlos a un McDonald’s a comer una hamburguesa. Lograda tensión y suspenso.