Ricardo Bär

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Una realidad desconocida

Hay varias capas que se superponen en esta atípica película argentina, guionada y dirigida por Gerardo Naumann y la alemana Nele Wohlatz, que fue exhibida en el último Bafici. El documental sobre un joven religioso que vive y trabaja en una chacra ubicada en la frontera entre la Argentina y Brasil se va transformando de a poco en el registro de las dificultades para llevar adelante el proyecto, al mismo tiempo que se van sucediendo una serie de peripecias que operan como demostración fehaciente de que las auténticas convicciones religiosas rara vez mudan, aun cuando observadas a una módica distancia luzcan algo exóticas.

El protagonista del film es un personaje extraño y a veces desconcertante que vive en una zona de colonias alemanas, habla portuñol y pertenece a la iglesia bautista. Su vida está dedicada sobre todo al trabajo y la actividad en su comunidad religiosa. En los días de Ricardo Bär prima una disciplina que se ve alterada por la llegada de dos desconocidos que andan casi todo el tiempo con una cámara encima, toman cerveza cerca de la iglesia y usan ropa inadecuada para ingresar al templo.

Con perspicacia y buen humor, Naumann y Wohlatz van configurando un mapa sociológico del lugar, que investigan a partir de detalles tan pequeños como reveladores: vehículos caros que llegan los días de las ceremonias religiosas, reacciones adversas de anfitriones devenidos en detractores y hasta una magnífica escena donde conviven la tradición del trabajo rural y el avance tecnológico: en medio de una plantación de tabaco, Ricardo intercambia con un cultivador información sobre la capacidad de almacenamiento de un pendrive y el cine de Mel Gibson.

De a poco, la película empieza a mimetizarse con los problemas encadenados que se les presentan a los realizadores para hacerla avanzar y va tomando la forma que determinan sus condiciones de producción, un asunto importante en el cine que aquí queda en primer plano, pero no opaca la pintura impresionista de un lugar y un estilo de vida que nos resultan completamente ajenos. Son los trazos irregulares de ese cuadro terminado en función de circunstancias inesperadas los que estimulan nuestra curiosidad y nos enfrentan con un cine lúdico y felizmente vivo.