Requiem para un film olvidado

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Tras cinco años de ausencia en las pantallas, el realizador experimental Ernesto Baca (“MujerMujer”, “Vrindavana”, etc.), presenta “Réquiem para un film olvidado” (2017), un ensayo en primera persona sobre la experiencia, o el intento, de rodar en un soporte y formato ya olvidado: el fílmico.
Tras años de perseguir la captura en ese material, el que por mucho tiempo fue el que permitió plasmar ideas y sueños, Baca profundiza en su propia experiencia con el material, jugando con texturas, y narrando en primera persona las mismas (voz en off), aquello que lo llevó a realizar la película.
En esa idea inicial se desnuda la imposibilidad de perpetuarse en algo que otros ya han dejado, tal vez un oximorón que sólo se comprende al terminar el visionado completo de la película en cuestión. La elección de transformar sus ideas en un largometraje, que aún siendo breve, pasando apenas los sesenta minutos, termina por resentir toda la apuesta que realiza, diluyendo rápidamente la hipótesis con la que inicia.
Es poco común el film ensayo documental, y en este caso al sólo contar con esa impronta apocalíptica y épica a la vez, de intentar lo imposible, debe sumar experiencias y anécdotas propias para que el corpus se potencie. No se logra, pero asi y todo “Requiem para un film olvidado” dispara conceptos, pensamientos alrededor de la experiencia fílmica, de la eternidad en un material voluble e inflamable, el que ha perdido adeptos a nivel industrial, pero que ha generado muchos fanáticos que siguen capturando las imágenes en él.
Baca es uno de ellos, transgresor de lo establecido y lo políticamente correcto, llega a jugar con su propio funeral, además del fílmico, y despliega también algunas ideas interesantes, más hacia el final, sobre vínculos esenciales en el hombre, como por ejemplo, la madre. Susana Varela aparece como la madre, velándolo y diciendo frases únicas sobre la perpetuidad del amor para con su hijo, aún sabiendo que éste la ha traicionado, cambiando de religión y transgrediendo cuanta norma le haya querido imponer.
Hay algunos fragmentos interesantes de material rodado en fílmico, que Baca trae a colación para hablar de la representación y sus disparadores en el hombre, sobre la fugacidad de la representación.
Aunque tal vez la repetición constante de este tipo de ideas termine por reafirmar que el problema de la película no es el de querer ofrecer algo diferente en cuanto cine ensayo, al contrario, termina por volverse tedioso y recurrente. Por lo demás, la capacidad de jugar constantemente con la pantalla, con el espectador, con las texturas, con los sonidos, es la manera que Baca encuentra para seguir haciendo cine, en fílmico, en digital, o en el formato que venga próximamente.