Rembrandt's J’Accuse

Crítica de Adriana Schettini - Clarín

Mirá quién pinta...

Greenaway convierte un cuadro en un relato de suspenso.

En materia de educación, Peter Greenaway tiene una queja, y la explicita: sólo se nos enseña a leer textos, no se nos entrena para apreciar imágenes. El director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante y de El vientre del arquitecto no anda con vueltas en su diatriba contra la escuela: la responsabiliza de haber formado, generación tras generación, una mayoría de “analfabetos audiovisuales”; esos que hoy día son incapaces de comunicarse de un modo que no sea mediante la palabra, oral o escrita.

Eso afirma Greenaway en el comienzo de Rembrandt’s J’Acusse , un filme que busca desentrañar el asesinato oculto en el cuadro “La ronda de noche”, realizado por Rembrandt en 1642. En aquel entonces, era un pintor de prestigio; tres décadas después, un hombre pobre y arruinado. Greenaway se pregunta si el triste giro de su biografía no habrá sido, acaso, el resultado de una venganza por la denuncia que plasmó en “La ronda”, esa suerte de “Yo acuso” expresado con trazos y colores.

En el filme, mezcla de documental y drama, el director tiene una hipótesis personal respecto del misterioso cuadro, y busca demostrarla a través de 30 cuestiones que va desarrollando, con la aclaración de que sólo podrán resolver el enigma en la número 31.

El cineasta lleva adelante el relato de la investigación y asume diversos roles. A veces, el del historiador que, con datos certeros y lenguaje sencillo, explica las circunstancias políticas y sociales en las que Rembrandt realizó el cuadro, hace 350 años. Al mismo tiempo, oficia de detective, de fiscal, de juez ayudado por un guión muy original. El filme tiene una estética impecable y el mérito de poder crear un clima de suspenso a partir de los personajes de un cuadro. Greenaway saca provecho de su formación en artes plásticas y de su gran capacidad pedagógica: imparte conocimientos sobre Rembrandt de un modo ameno, y logra contagiar su pasión por la pintura, incluso al público que él mismo consideraría como “analfabeto visual”.

¿Se puede enseñar a mirar? Greenaway demuestra que es posible y, además, placentero.