Regreso a Coronel Vallejos

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

(…) Que lo pases bien en la estancia, estudia inglés y trata de aprender por último, nunca al principio, la palabra “yes”, que significa… ¡sí! Usando poco ese monosílabo conquistarás al mundo y, más importante aún, asegurarás tu felicidad y la de tus padres. Siempre a tus órdenes
>>María Luisa Díaz Pardo<<.*
 
Regreso a Coronel Vallejos (2018), de Carlos Castro, indaga en el pueblo donde están ambientadas las dos primeras novelas de Manuel Puig y donde él mismo nació. El largometraje consiste en un retrato de quienes vivieron en esa época o quienes conocieron a las personas en las que se basó el autor para crear los personajes principales de esos libros. Todo esto a través de la mirada de Patricia Bargero, llamada la “viuda de Puig”, quien debido a su tardía pasión por el escritor, sirve como puente entre las imágenes del pueblo real y el literario.
 
Así, las entrevistas se van armando de lo que recuerdan los vecinos, de lo que escuchaban sobre Puig. Y no hay certezas en esta memoria frágil, sino un asomo por afianzar los chismeríos que tanto le hicieron daño a la recepción de la novela y al autor. Esto hace que el interés por el documental tambalee. Acaso el director nos sugiera que las habladurías en torno a Puig importan tanto como lo poco que recuerdan algunas entrevistadas. Pero esta impresión es demasiado leve y lo que hace es ralentizar el ritmo del relato.
 
Aunque el documental termina cuestionando las posturas que reducen la obra de Puig a secreteos sobre el pueblo, dedica tanto tiempo tratando tales reduccionismos que pareciera tomar partido por ellos. Muchos de los entrevistados son gente que vivió en General Villegas, y aunque dicen no haber tenido conciencia de lo narrado en las novelas, muchas de las respuestas giran en torno a esa situación.
 
En la banda sonora hay un dejo de sentimentalismo en la vuelta a esta localidad. Por momentos sirve como contrapunto a la idea reiterativa de “pueblo chico, infierno grande”.  Finalmente, no obstante, se conforma con la mirada romantizada de que siempre se vuelve al pueblo de origen.
 
Lo más perdurable del documental es su manera de ubicar a los entrevistados en la escena. No se puede hablar de cabezas parlantes sino de cuerpos enteros que hablan en medio de algún lugar del pueblo: una plaza, un parque o la entrada de un hospital por donde pasa un habitante e interrumpe brevemente la escena. Genera curiosidad que este instante quedara registrado y fuese seleccionado para el corte final, pero ejemplifica esa idea del pueblo donde todos se conocen. Y esto hace repensar lo que vemos, ponerlo en perspectiva, si bien lo dicho por los entrevistados carece en gran medida de profundidad o, siquiera, de mucho interés.
 
(…) Piensa en los muertos y en la posibilidad de que observen cuanto hacen los vivos. Piensa en el amigo muerto que tal vez lo esté mirando desde un lugar desconocido. Piensa en la posibilidad de que el amigo muerto note que la noticia del asesinato en vez de entristecerlo lo ha alegrado.*