Reemplazo incompleto

Crítica de Juan P. Pugliese - EscribiendoCine

Familia reemplazable

En su ópera prima, Reemplazo incompleto (2016), Matías Szulanski experimenta con sus actores y con los espectadores. Provisto de un solo plano y un único fondo negro, desarrolla una comedia ligera donde predomina el absurdo.

Gregorio tiene 40 años, es personal trainer y tiene un sueño: hacer videos de gimnasia en vhs orientados a la tercera edad. Vive con su esposa, su madre y su perro. Luego de una sucesión de eventos inesperados y a medida que va perdiendo a su familia, comienza a buscar reemplazos.

Apenas comenzado el film, el director dedica su obra a la directora belga Chantal Akerman y se disculpa por ofrecer algo que no está a la altura de su colega. Luego sigue la introducción donde alterna las imágenes de una corrida de toros con la presentación de los actores. Todo esto con un sonido de fondo como si se tratara de una púa que recorre un disco que ha llegado a su fin.

Matías Szulanski se apoya en una voz en off que nos sitúa en el lugar del relato y hasta describe situaciones concretas para darles paso a los diálogos entre los actores que miran fijo a cámara y no expresan ningún sentimiento. La vida de Gregorio es rutinaria y trascurre sin sobresaltos hasta que empieza a perder a los miembros de su familia por diferentes circunstancias.

De esta manera, retrata la vida del protagonista como un eterno retorno hacia lo conocido donde, luego de que un suceso altere su vida, este busca sin reparos ni licencias volver a poner todo en el mismo lugar. Aquí es donde podemos trazar un paralelismo con la obra de la mencionada Chantal Akerman.

En Jeanne Dielman, 23, Quai de Commerce, 1080 Bruxelles (1976) Chantal Akerman muestra los quehaceres diarios de una ama de casa de día y prostituta por la tarde. La protagonista se ajusta a una rutina compulsiva y quedará desorientada cuando su método se vea alterado. Se ve distante, como si se tratara de una máquina programada para realizar las mismas acciones una y otra vez sin manifestar sentimiento alguno que genere apatía en el espectador. En Reemplazo incompleto, Szulanski hace algo similar. El plano fijo, la cadencia al hablar y la casi completa inexistencia de gestos hace que vivamos la rutina de Gregorio como propia.

Los primeros minutos de la película pueden resultar extraños para el espectador que no esté acostumbrado a este tipo de propuestas pero con el correr del metraje, el director logra generar esa sensación de eterno retorno. Ahí es donde reside el mayor mérito de Reemplazo incompleto, augurio de un buen inicio en la carrera del realizador.