Red social

Crítica de Daniela Vilaboa - Leer Cine

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Narrada con todos los elementos del clásico relato de intrigas, lealtades y traiciones, David Fincher nos devela en Red social una interesante mirada sobre los entretelones de la creación del Facebook. Firme candidata al Oscar de la Academia.

“I want to have control, I want a perfect body, I want a perfect soul
I want you to notice when I’m not around, you’re so fucking special,
I wish I was special, but I’m a creep, I’m a weirdo…”.
Radiohead.

Mi abuelo vino de España a América a principios del siglo XX con apenas doce años. Atrás dejó a un padre con el que apenas se hablaba, abuelos, primos, alguna novia y varios amigos. En el 2007, a los ochenta y largos años, mi abuelo falleció sin haber podido regresar a Europa. Se murió sin saber que, a doce mil kilómetros de distancia, tenía tres hermanos, varios sobrinos y varios amigos con los que había compartido los primeros años de escuela que aun seguían vivos. Mi hijo mayor, apenas un año más grande de la edad que tenía mi abuelo al partir, interactúa hoy a través de su computadora con más de ochocientos “amigos” y si tuviera que irse a vivir a Europa, podría, si quisiera, seguir en contacto con todos ellos, saber a diario de sus vidas, de sus ocupaciones laborales, compartir sus fotos, conocer sus temas de interés, sus futuras relaciones, amigos, parejas, hijos, nietos, sobrinos, e incluso enterarse “qué están pensando” en cualquier momento con solo hacer click con el mousse de su ordenador. ¿Qué hubo entre la vida de mi abuelo y la de mi hijo además del transcurso de los años? Una pequeña gran revolución. Su nombre es: Facebook.

Las revoluciones no se gestan, claro, de la noche a la mañana, son movimientos o procesos que se alimentan de distintas variables durante muchos años y que en un momento determinado encuentran las condiciones económicas, políticas, sociales y tecnológicas para salir a la luz, o mejor dicho, para echar luz donde no la hay. En general, las revoluciones son construcciones colectivas, aunque muchas veces éstas son llevadas a cabo por la lucidez y la osadía de una sola persona, responden, sin embargo, a un nuevo interés común, aunque éste no sea necesariamente mayoritario y deba, en consecuencia, imponerse por la fuerza. Tampoco pueden ser interpretadas, valoradas o comprendidas mientras ocurren, necesitan de la objetividad que otorga el transcurso del tiempo para ser juzgadas en su total dimensión, al igual que sus líderes, quienes muchas veces son vapuleados por sus contemporáneos y deben esperar que la historia haga justicia con sus actos.

Facebook es una red social que conectó en apenas seis años a quinientos millones de personas alrededor del mundo con solo colocar su nombre y foto en la página de un sitio web. Los quinientos millones no están todos directamente conectados entre sí, pues no todos gozan del estatuto de “amigo” uno respecto del otro, pero podrían hacerlo si quisieran, e incluso, sin aceptarse como tales, las opciones de privacidad les permiten elegir compartir toda su información, sus fotos, sus gustos y sus pareceres con los cuatrocientos noventa y nueve millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve restantes. Entre todos estos miembros hay uno que tuvo la avidez y la inteligencia necesarias para unirlos, la “face” del Facebook lleva el nombre de Mark Zuckerberg. Un joven de veintiséis años, que al momento de crear la red social contaba con apenas veinte, dos años de alumno de Harvard y la indiferencia de las cofradías más prestigiosas y rancias del mundillo universitario de la ciudad de Cambridge. Un poco por despecho, un poco por el deseo de volverse “miembro” y ser “aceptado” por esas fraternidades exclusivas, Mark creó con su computadora un sistema que permitió que se conectaran entre sí de manera virtual todos los alumnos de Harvard en apenas una noche. Con una inteligencia muy por encima de la media de sus compañeros, Mark había mostrado dotes de prodigio informático ya en su niñez, cuando con apenas doce años inventó para su padre un método que le permitía enterarse desde su computadora en el interior de su consultorio qué pacientes lo esperaban en la sala de espera sin necesidad de escuchar el grito de su secretaria, método que luego Mark trasladó a la intimidad de la propia casa para comunicar a todos sus miembros entre sí y que bautizó con el nombre de Zucknet.

Red social (The social network), la película de David Fincher, director de la multipremiada El extraño caso de Benjamin Button, pinta los rasgos más relevantes del momento en que se gestó esa revolución social y tecnológica que resultó ser Facebook. Basada en el libro The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, Red social se adentra –en forma deliberadamente desordenada– en el relato de los días en que Mark Zuckerberg, desde el oscuro y pequeño cuarto en el que habitaba dentro del campus universitario de Harvard, teje los hilos de esa red social que le permitió insertarse en un medio que lo rechazaba “a priori”. Las revoluciones no se gestan a la luz del día, sino en tugurios y subsuelos, y eso lo sabe Fincher, quien decide comenzar el relato de la historia en la oscuridad de la noche, mostrándonos a un antihéroe que sale de un pub (sitio donde prima lo social por definición), en donde acaba de ser rechazado por la chica que le gusta, y comienza a andar el largo camino hacia su habitación/redención, atravesando los misteriosos senderos y pasillos de una Harvard en las sombras, apenas iluminada por las luces de los cuartos en donde se gestan muchas pasiones, pocos amores, varios odios, algunos aburrimientos y solo una revolución. La película plantea desde el inicio una intriga palaciega en la que alguien va surgir desde la oscuridad y el anonimato para enfrentarse con su sagacidad e inteligencia al poder del oscurantismo. Mark camina hasta su cuarto con la soledad a cuestas de quien aun no ha alcanzado el poder, pero posee los dotes necesarios para algún día detentarlo. El trayecto hacia el cambio nunca es llano, está sembrado de dificultades. Algo de lo que también da cuenta la película. Mark ya había creado durante la primera semana de clases de su segundo año en Harvard un programa, “CourseMatch”, que permitía a los alumnos elegir qué cursos realizar en base a las elecciones de otros estudiantes, más tarde inventó otro, “Facematch”, un software para elegir entre dos opciones de personas quién es la más sexy o atractiva. Su inteligencia fue lo que llamó la atención de los hermanos Winklevoss, unos gemelos deportistas, alumnos destacados y miembros de la confraternidad más prestigiosa de Harvard, quienes le pidieron ayuda para llevar adelante la idea de la que Mark enseguida se “apropiaría” para –en apenas unas semanas– convertirla en Facebook. Como es de prever, los hermanos Winklevoss llevaron el caso a litigio y reclamaron por el porcentaje de las ganancias que podrían haber obtenido en caso de haber concretado la idea ellos mismos. Eduardo, el único amigo de Mark en ese entonces y compañero de cuarto, también le hizo un reclamo judicial al considerarse socio del proyecto pues lo acompañó en el proceso creativo con el aporte de algo de dinero y sus conocimientos sobre negocios para hacer trascender el sitio dentro del universo de las finanzas. Mientras Facebook se expandía por el mundo como reguero de pólvora, quienes estuvieron de alguna manera vinculados a alguna parte del proceso de su gestación se han sentido con derecho a reclamar su tajada. Pero como bien dice Mark en la película “Si alguno de ustedes hubiera creado Facebook, simplemente lo hubiera creado”. Y la película se encarga de demostrarlo sin intentar convertirse en una biografía, en un biopic, sino utilizando todos los recursos narrativos para dar cuenta de cómo alguien puede estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Quien puso el know how, su inteligencia y rapidez al servicio de la creación de la red fue Mark Zuckerberg, el joven que no era aceptado en las cofradías más prestigiosas de la universidad, el mismo al que su novia había dejado por considerarlo un simple “nerd”. Los juicios que debió enfrentar Mark son narrados con un montaje que los alterna entre sí, un poco para mostrar cuan confusos son siempre estos movimientos de cambios, cuantas consecuencias indeseadas acarrean, cuantos odios y recelos. No podría haber sido mostrado de otra manera, pues sus protagonistas solo son pasibles de ser juzgados lejos del filo de la contemporaneidad.

Alguien podría decir, quizás, que la película sobrevuela el fondo de la cuestión, como si no se animara a retratar el fenómeno social en su total dimensión, como si no pudiera hacerse cargo de que en realidad, y más allá de los cambios que han sufrido en su concepción los vínculos sociales en los últimos años en cuanto a su nivel de profundidad –o superficialidad– (tema del que es imposible dar cuenta en esta nota), en definitiva, seguimos todos igual, buscando siempre lo mismo desde épocas inmemoriables: que alguien nos demuestre que nos acepta tal como somos y que nos quiere sin más. En tiempos de mi abuelo, a través de un llamado, una carta o un encuentro. En la actualidad, apretando el botón de “refresh” de la computadora. Porque en definitiva la revolución no está en el fin, sino en el método. El final de la película es más que elocuente en ese sentido. No necesita profundizar en ninguna otra cuestión, ese último plano con el personaje de Mark inmerso de nuevo en la noche de la soledad, deseando obtener apenas un poco de amor y no los millones de dólares que se acumulan en su cuenta bancaria minuto a minuto, contacto a contacto, link a link.

Paradójicamente, Mark Zuckerberg, el joven CEO de la red social más importante del mundo, no permite en su Facebook que cualquiera tenga acceso a sus datos personales, ni a su estado, ni a qué piensa, ni siquiera a que pueda ver sus fotos. Sin embargo, alguno de sus “amigos” ha contado que los únicos tres temas de interés que deja trascender en su perfil son: “Minimalismo”, “Eliminación del deseo” y… “Revoluciones”.