El veterano quiere venganza Cansado del ostracismo al que lo condena el Hollywood infantiloide y tontuelo de nuestros días, Sylvester Stallone continúa despuntando el vicio cinematográfico mediante un lindo surtido de películas clase B de acción, algún que otro llamado marginal a colaborar en un producto mainstream y fundamentalmente nuevos eslabones de sus dos franquicias históricas, las centradas en Rocky Balboa y John Rambo, y de la saga que supo construir junto a otras estampas indelebles del cine de acción de las décadas del 80 y 90, hablamos de Los Indestructibles (The Expendables). Hoy estamos ante la quinta entrega de la historia del boina verde veterano de la Guerra de Vietnam, Rambo: Last Blood (2019), un trabajo que corrige lo hecho por Sly en la caricaturesca Rambo: Regreso al Infierno (Rambo, 2008) de una forma similar a cómo Creed (2015) y Creed II (2018) levantaron visiblemente el nivel de las mediocres Rocky V (1990) y Rocky Balboa (2006), signos de un tedio indisimulable. Aquí el Stallone guionista retoma la premisa de un film que también escribió, Línea de Fuego (Homefront, 2013), y en esencia se pone a sí mismo en los zapatos que en su momento le tocaron calzar a su amigote Jason Statham, el de la figura paternal afectuosa que debe proteger a una jovencita que termina siendo la excusa perfecta -porque las mafias drogonas y prostibularias osan mancillarla- para desatar una nueva carnicería old school, de esas a las que les importa un comino la mojigatería actual del mainstream y su tendencia a horrorizarse ante las heridas abiertas, la sangre real, los desmembramientos y todas aquellas crueldades/ truculencias que tanta alegría nos dieron dentro del contexto del cine fascistoide y algo mucho descerebrado del pasado yanqui reciente. Ahora es su sobrina/ hija adoptiva, Gabrielle (Yvette Monreal), la que termina en peligro a raíz de la decisión de la chica de abandonar el rancho familiar en Arizona para conocer a su padre abandónico en México. En cierta medida manteniendo el tono apesadumbrado de Rambo: Regreso al Infierno pero preocupándose mucho más por el desarrollo dramático y los personajes en sí, Sly y su testaferro, el realizador Adrian Grunberg, aquel de la potable Vacaciones Explosivas (Get the Gringo, 2012) y un asistente de dirección de larga data, se consagran a edificar un thriller de venganza hecho y derecho sin vueltas retóricas ni escenas de más, apuntando permanentemente a respetar los clichés del rubro aunque garantizando la cohesión narrativa a escala macro y sin derrapar hacia dos de los recursos más insoportables del séptimo arte contemporáneo, léase esa estupidez estándar y la autoparodia facilista que opta por no tomarse nada en serio a puro cinismo vacuo de cotillón: los responsables de secuestrar a Gabrielle, prostituirla, golpearla y hacerla adicta a las drogas son los hermanos Martínez, Víctor (Óscar Jaenada) y Hugo (Sergio Peris-Mencheta), líderes de una red de trata de blancas cuyos principales clientes son los miembros de la policía, un triste esquema al que Rambo hará frente ayudado por una periodista independiente, Carmen Delgado (Paz Vega), una mujer que asimismo padeció el cruento accionar de los susodichos cuando dos años atrás capturaron a su hermana menor, quien a posteriori apareció muerta de una sobredosis. Por supuesto que Rambo: Last Blood acarrea una linealidad/ previsibilidad absoluta que se condice con un primer acto de presentación general de personajes, un segundo capítulo sistematizando el suplicio sufrido y un remate final a toda pompa que justifica la espera y enaltece el producto con una masacre a la altura de las circunstancias que lleva al gore al terreno de la hipérbole extasiada y sin culpa. Mucho más humilde que la excelente Rambo II (Rambo: First Blood Part II, 1985) y la boba pero entretenida Rambo III (1988), y a años luz de la obra maestra original Rambo (First Blood, 1982), una de las epopeyas más sensatas y deslumbrantes del cine de derecha de su época, la propuesta que nos ocupa es un policial negro disfrazado de gesta de acción e insertado dentro del ecosistema discursivo de la saga del veterano torturado por sus traumas, sus diversos recuerdos de guerra y todas las simpáticas operaciones paramilitares que supo encarar a lo largo de los eslabones previos, esos que -para bien o para mal- fijaron los mojones del género y establecieron los núcleos fundamentales a tener en cuenta cuando se pretende construir una carnicería alrededor de un adalid nacional como el presente, algo así como una figura paradójica que sintetiza el olvido popular/ político/ mediático para con los veteranos y demás sicarios profesionales. Como decíamos antes, el convite dura lo justo, acusa implícitamente a los cineastas de hoy en día de pusilánimes y no echa mano de esas espantosas secuencias de relleno ni de esa corrección moral patética del mainstream actual, prefiriendo concentrarse en la cara cirujeada pero sabia de Sly, un mínimo aunque eficaz trasfondo identitario para los hermanos Martínez y una brutalidad que deja en claro que aquí predomina la sinceridad de los cuerpos destruidos -explosiones, disparos, cuchillos, machetes, flechas, etc.- y la violencia verosímil -prostitución y drogodependencia forzadas, la sombra de la tortura o el asesinato en caso de fuga- por sobre cualquier fetiche para con los CGIs o para con esos chistecitos pueriles que por suerte en esta oportunidad brillan por su ausencia (la capacidad de resumen y la eficacia general compensan en gran parte el hecho de que la música es bastante redundante y la edición/ montaje deja mucho que desear). Desde ya que nada queda del personaje creado por David Morrell en su novela First Blood de 1972 y sólo sobrevive una figura simple y mortífera que se asemeja a una versión retro hollywoodense de un soldado que sólo pretende paz, una eterna utopía que pasa de largo por esta o aquella injusticia que a su vez invita a apilar cadáveres a sabiendas de que el ser humano nunca aprende del todo la lección y merece ser sacrificado cuando se vuelve un tirano público o privado. La mayor “novedad” que ofrece esta digna Rambo: Last Blood es la apología de una revancha relativamente sutil símil film noir, sin salvar a compañeros hechos prisioneros ni rescatar a países enteros en plan Guerra Fría o imperialismo yanqui “iluminado” a lo policía internacional, planteo macro que nos devuelve a la primigenia Rambo de comienzos de los 80 con vistas a subrayar que no hace falta recorrer medio planeta para encontrar unas cuantas cabezas que merecen ser machacadas en función del generoso daño que infligen…
Rambo – Last Blood: Chau, chau, adiós… Llegó la última película de Rambo con cierto toque nostálgico, algo sangrienta pero dejando un gusto amargo como despedida. Sinceramente el querido John Rambo se merecía más. En esta secuela, y última película de Rambo según su creador e intérprete Sylvester Stallone, John está retirado en su rancho familiar. Tiene cosas del “Oeste”, con su sombrero y caballo, pero eso se diluye con el paso del tiempo. Su descanso se ve interrumpido por un altercado con los carteles de México. Se deberá enfrentar con ellos mientras intenta descubrir dónde está su ahijada secuestrada. Es tan básica la trama que es difícil no contar algo que ya hemos visto en el pasado. Red de tratas, venganza sangrienta y usando sus habilidades veremos un desenlace. Así le decimos adiós a Rambo. Adrian Grunberg es el director de este film, quien no tiene mucha experiencia en largometrajes habiendo traído solo Get The Gringo con Mel Gibson, que no es mala pero no es nada destacable. En este caso se ve su experiencia adquirida en la serie Narcos, donde fue el asistente en dirección de muchos capítulos. Con «Rambo: Last Blood» muchas de las líneas de diálogos, la mayoría diríamos, están realizadas en castellano. Muchos mexicanos tienen lugar en este film, además de que Rambo nunca fue de hablar tanto. Algo, que por lo menos para nosotros, resultó extraño. Más allá de las tradicionales formas que tienen los estadounidenses de ver a los “latinos” o especialmente los mexicanos, este film está casi tan lleno de gore (sangre por doquier) como en una película de terror. Hay un desplazamiento de hueso que tranquilamente podría ser parte de alguna película del Juego del Miedo. Sin embargo, todo esto ocurre más hacia el final del desarrollo de la trama. Al principio es solo conocer a los personajes, de los cuales desgraciadamente no hay mucho que conocer. Aunque parece funcionar por momentos, la historia decae en situaciones típicas del género, con Rambo convirtiéndose en una especie de Liam Neeson en Taken. Hay algo de táctica, y esa aura siniestra partícipe de los traumas de John, pero aun así no pesa demasiado en la trama. Desgraciadamente. Matthew Cirulnick (Absentia) y Sylvester Stallone son los guionistas de esta película que deja con un sabor amargo tanto a los fans como a los que se interesaban por ver un film atrapante. Es solo gore, Rambo matando gente y con una de las mejores escenas sangrientas hacia el final. ¿Vale la pena todo el viaje de 1 hora y 30 minutos? El espectador tendrá que sacar sus propias conclusiones. Lo triste es que Rambo en el pasado destruyó un batallón completo de tropas vietnamitas, derrotó a los rusos en Afganistán y dañó la maquinaria militar birmana. Pero aun así en este caso entregan una historia bastante pequeña para un personaje gigante.
Su título, secuencia de créditos y hasta las redes sociales del propio Stallone parecen asegurar que Last Blood será la última entrega de la saga de Rambo. Sin embargo, más que una clausura efectiva de la franquicia iniciada en 1982, la película se presenta como una suerte de híbrido entre aquella y otras dos sagas —Búsqueda implacable y Mi pobre angelito— que, por alguna razón, se infiltraron como influencias en el show de despedida de John Rambo. El resultado: un film-Frankenstein tosco y previsible, en el que la espectacular “última sangre” no importa tanto como la tediosa justificación detrás de su derramamiento. Además de la milagrosa ausencia de un subtítulo del estilo de “La última batalla” o “La matanza final”, lo que más sorprende de Rambo: Last Blood es cómo organiza su narrativa. Aparentemente motivada por la máxima “primero el deber, después el placer”, se obliga a sí misma a presentar y desarrollar una serie de conflictos y personajes que poco parecen atraerle, pero a los que aún así decide dedicarles una hora entera de su duración. ¿El motivo? De algún modo, cree que en ellos reside la única forma de justificar su desbordado y sangriento último tercio. Es decir, para salir a jugar y arribar a ese oasis de tiros y sangre, la película primero debe hacer la tarea, lo que para ella significa desenvainar una arquetípica trama de venganza, estirarla innecesariamente y ponerse en la piel de un thriller de Liam Neeson que no es ni quiere ser. Aún así, lo hace, con un desgano y una pereza casi tangibles que, por otra parte, ofrecen un contraste radical con la creatividad y el virtuosismo puestos al servicio del último acto. Piensen solamente en la cantidad de armas y recursos que Rambo emplea para librarse de los villanos —decenas de desechables malhechores mexicanos que, sorprendentemente, no están asociados al narcotráfico, aunque sí a la trata de blancas—, y en cómo la película, con ritmo, euforia y sin hacerle asco al gore, decide retratar aquella masacre sin sentido. Se trata de un explosivo enfrentamiento final que satisface todas las promesas —hasta ese momento, incumplidas— que una nueva película de Rambo puede enunciar, con sus esperadas dosis de acción, inacabable acumulación de cadáveres y hasta con el propio protagonista poniendo música de fondo para hacer que esta matanza sea aún más entretenida. En perspectiva, es como si esos treinta minutos finales fuesen lo único que verdaderamente le interesa contar a Rambo: Last Blood; mientras que todo el drama que los antecedió queda reducido a un mero y extenso preludio, a una excusa sobrada para que el ya cansado veterano de Vietnam empuñe, una vez más, su icónico cuchillo. Asimismo, la película cuenta con una absurda cantidad de subrayados que no sólo entorpecen su andar, sino que también prueban ser agotadores. Y si uno de los méritos de la primera Rambo, la de Ted Kotcheff, era su capacidad para adentrarnos en la psiquis de su protagonista (entre otros recursos, mediante unos rápidos y, tal vez, poco elegantes, pero sumamente eficaces y precisos flashbacks visuales), uno de los mayores problemas de la última Rambo, la de Adrian Grunberg, es su incapacidad para lograrlo visualmente. En cambio, apela a densos diálogos explicativos (que nos recuerdan constantemente quiénes son los personajes, cómo se sienten y qué hacen, hicieron o harán); a personajes unidimensionales que aparecen y desaparecen con fines puramente expositivos y funcionales al guión (el de Paz Vega es el mejor ejemplo); a una invasiva voz en off que recuerda frases de cierto peso dramático que fueron dichas hace apenas unos instantes; y, por último, a la ridícula repetición de secuencias. En otras palabras, dentro del mismo film no hay uno sino dos montajes de Rambo preparándose para la llegada del equivalente mexicano de Tom Hardy y sus secuaces; no hay uno sino múltiples planos de él afilando su cuchillo; y, la mejor de todas, no hay una sino dos escenas en las que el protagonista contempla las tumbas de los que ya partieron. Afortunadamente, estas últimas ocurren hacia el final del relato; de lo contrario, algún espectador distraído podría pensar que se confundió de sala e ingresó por error al reestreno de alguna de las últimas entregas de Rocky. De hecho, podría decirse que esa imagen, la del protagonista solo y abatido en un cementerio, se ha vuelto una de las más recurrentes en la filmografía crepuscular de Stallone. Víctimas de la nostalgia, sus personajes miran, desde un presente infeliz, lleno de ausencias y sufrimiento, hacia atrás, hacia un pasado ya lejano, irrepetible y mejor. En síntesis, un insospechado reflejo de aquello que las audiencias probablemente sientan al ver Rambo: Last Blood.
Con 37 años de trayectoria y un total de cinco películas, la saga que arrancó con “First Blood” en 1982 llega a su fin con un John Rambo que sienta cabeza, pero que nos muestra que, aunque pasen los años, siempre está preparado para una batalla más. Después de haber sobrevivido a un infierno, John Rambo se retira en su rancho familiar. Sin embargo, su descanso se ve interrumpido por la desaparición de su ahijada tras cruzar la frontera con México. Por ello, el veterano de guerra deberá emprender un peligroso viaje para buscarla, descubriendo, a su vez, una oculta red de trata de blancas controlada por uno de los carteles más despiadados de la zona. Con sed de venganza, Rambo se embarcará en una última misión desplegando nuevamente sus enormes habilidades de combate. Así como hizo con Rocky Balboa, Sylvester Stallone decidió otorgarle un final a su segundo personaje más icónico del cine con una entrega más vengativa, emocional y explícita que las anteriores, pero no así mejor que todas ellas. Al tratarse de una obra relacionada al narcotráfico y trata de personas con la frontera México-Estados Unidos de por medio, no es de extrañarse la elección de Adrian Grunberg como encargado de la dirección. Grunberg, anteriormente, solo dirigió la película “Vacaciones Explosivas” en 2012 de la mano de Mel Gibson, pero ha tenido experiencias como asistente de dirección en obras como “Hombre en Llamas” o la exitosa serie “Narcos” por lo que se encuentra familiarizado con el tema que motiva la trama del film, dándonos una cruda y realista imagen de ese bajo mundo. Asimismo, las escenas de acción destacan por su brutalidad al punto de herir la sensibilidad de los menos impresionables y rozando a su vez los límites de lo creíble y humanamente posible. Las actuaciones secundarias de Paz Vega y Óscar Jaenada (Luisito Rey en la serie de Netflix “Luis Miguel”), experimentados en representar personajes mexicanos siendo actores españoles, son más que decentes, pero claramente limitados por la simpleza del guion y por no poder quitarle protagonismo a la estrella de la película. El papel de Rambo se mantiene impoluto a lo largo de los años con una personalidad tranquila y pensativa, pero a su vez despiadada y estratégica, en este caso desencadenada por un sentido de justicia por mano propia y de proteger a la familia sin importar el costo. No obstante, esta idea, aunque novedosa dentro de la franquicia, está bastante vista en el cine de acción pudiéndose comparar con algunas obras del género como la primera entrega de la trilogía de “Búsqueda Implacable”, entre otras. En términos generales, la “Última Sangre” de Rambo mejora considerablemente su performance anterior con firmes actuaciones e impactantes escenas de acción, pero mostrándonos una idea conocida en un escenario bastante explotado en el género que, aunque innova en este universo, es una trama que deja mucho que desear para ser su cruzada final.
Su última misión Rambo: Last Blood (2019) es la quinta parte de la saga del ex combatiente de Vietnam con la que Sylvester Stallone promete cerrar la leyenda. John Rambo (Stallone) vive ahora en familia en un rancho de Arizona apartado de sus tiempos de guerra. Pero su sobrina adoptiva a quien quiere como a una hija, desaparece al cruzar la frontera. La historia de venganza personal obliga al veterano hombre a entrar nuevamente en acción y enfrentar solo al cartel que la secuestró. Una historia que empezó con una novela llamada First Blood en la que su protagonista moría. Pero en la versión cinematográfica Sylvester Stallone que también participó del guion, hizo que el anti héroe de la vincha sobreviva. El “Last Blood” de la quinta película de Rambo hace alusión al título de la primera. En la era Reagan el actor italoamericano volvió a cambiar el destino de su personaje, primero regresó a Vietnam para modificar la imagen de EEUU en tierras asiáticas (Rambo 2) y después peleó junto a los talibanes cuando éstos enfrentaban a la Unión Soviética en el fin de la Guerra Fría (Rambo 3). No resulta casual que Rambo reaparezca en tiempos republicanos, lo hizo en tiempos de Bush hijo (Rambo: regreso al infierno) y ahora con Donald Trump enfrentado a los mexicanos que, por cierto, son malísimos en el film (narcos, proxenetas, no quieren ni a sus hijos). Ese maniqueísmo en personajes sin matices justifica la feroz matanza que viene después, con una secuencia de emboscada final propiciada por Rambo de antología. El atractivo de estos films no está en sus componentes novedosos y menos en su valor artístico, sino en la fuerza emocional que generan excediendo cualquier explicación racional. Rambo: Last Blood sigue la estructura de los films de acción de los ochenta: un primer acto donde se desarrollan personajes y vínculos, un segundo donde aparece el conflicto y se complica a niveles que parecen irresolubles, y un tercero y último, con la venganza llevada a cabo con el inevitable espiral de violencia desatado (la emboscada mencionada). Rambo es un icono de la cultura popular -como Rocky- que Stallone se empeñó en sostener en el tiempo, y esta película dirigida por Adrian Grunberg (Vacaciones explosivas) así lo evidencia.
Rambo: Last Blood es la épica conclusión del personaje de guerra más emblemático en la historia del cine. El despliegue técnico y una última actuación de su protagonista principal están a la altura de las circunstancias. Sylvester Stallone es uno de esos iconos de la cultura pop al que se lo suele emparentar estrictamente con la saga de Rocky. Y si bien ese mote lo tiene más que bien ganado, el bueno de Sly supo ser más que solo un boxeador representando el sueño americano, ya que en 1982 se encargó de co-escribir y protagonizar las desventuras de John Rambo, un ex boina verde y veterano de la guerra de Vietnam al que su país le dio la espalda y a medida fueron pasando los años, tuvo que ir buscando permanentemente un lugar en donde poder erradicarse y permitirse olvidar su tumultuoso pasado. A lo largo de cuatro películas, el mito de Rambo se fue agigantando y a medida que se iban realizando nuevas entregas, el nivel de pólvora y sangre desparramada por doquier, y sin sentido en muchas ocasiones, fue aumentando considerablemente. Como un plus, Stallone no es muy fanático de los efectos visuales por computadora entonces cada una de sus películas fue orquestada de una manera en donde las explosiones y coreografías de acción eran realizadas de la forma más “a la vieja escuela” posible. Pero como toda franquicia merece un cierre digno de lo que fue su historia, Sylvester regresa a interpretar a su mítico personaje 11 años después de lo que ya de por sí se creía era el final de la historia de Rambo. En Rambo: Last Blood (2019) el director Adrian Grunberg (Get the Gringo, 2012) se encargará de mostrar cómo fue la vida de John una vez regresado a su hogar natal en Arizona y ya decididamente retirado de las maniobras militares del gobierno de Estados Unidos. Viviendo lo más tranquilo que puede, a pesar de sus constantes recuerdos de tiempos pasados, Rambo vive con María (Adriana Barraza) y su nieta Gabriela (Yvette Monreal) a quienes les abrió la puerta de su hogar luego de que ambas fueran abandonadas por el padre de la jovencita. Pero la tranquilidad para John y compañía se acabará cuando un impulso lleve a Gabriela a cruzar la frontera con México para reencontrarse con su padre, pese a las advertencias de su abuela y Rambo. Luego de que le tiendan una trampa, un cartel de drogas y que también manejan la trata de personas y prostitución al mando de los hermanos Victor y Hugo Martinez (Óscar Jaenada y Sergio Peris-Mencheta) secuestraran a Gabriela sin saber que su fiel protector irá por ella y no se hará problema en dejar cadáveres a su paso. A la dirección de Grunberg y a la participación de Stallone en el guion, se le suma el guionista Matthew Cirulnick para lograr concretar la última gran historia de John Rambo y el resultado termina siendo positivo. A pesar de que en un primer vistazo ésta entrega pueda ser la más genérica de todas, ya que su trama es para nada original y ya se ha visto en reiteradas oportunidades, la forma tan dura y cruda en la que se lo muestra es lo que la vuelve una película entretenida y con un alto nivel de tensión a lo largo de sus 100 minutos de duración. Obviamente que todo el relato contiene reminiscencias a películas anteriores provocando un gran sentimiento de nostalgia entre los más fans de la franquicia, pero que al mismo tiempo logran hacer funcionar este film como una cinta que puede verse de forma individualmente sin ningún tipo de problemas. A diferencia de las tres primeras partes de la historia de Rambo, en donde la visualización de la sangre era más controlada y teniendo en cuenta que la última del 2008 ya había ido un poco más allá en ese aspecto, ésta última entrega hace una oda al gore de acción y la sangre cómo no se lo había visto antes produciendo las muertes más estrafalarias y violentamente ridículas de toda la saga, de esas que llegado el momento logran robarle una carcajada al espectador. Obviamente que el verosímil en este tipo de películas es fácilmente reconocible y si el espectador no sede en algunos aspectos es muy difícil que el film guste. A diferencia también de los otros films, acá sí se nota la utilización de efectos especiales por computadora ya que el guion busca la forma más épica de lograr el clímax del cinta y lo logra de la mejor manera. Como en toda película de Rambo las actuaciones son dejadas medio de lado, no importa tanto la performance individual de los actores pero sí el desarrollo de los personajes y sus motivaciones. En ésta oportunidad se repiten estos aspectos pero el que una vez más vuelve a encandilar con su actuación y con su prestación física es Stallone, quien ahora con 73 años vuelve a retomar un personaje que supo potenciarlo al cine de acción noventoso trasformándolo en un icono de la época. No sólo en cuestiones físicas es donde logra destacar Sly, sino que cómo viene demostrando hace rato en la duología de Creed (2015-2018) es un actor que tiene una capacidad para el drama que viene en aumento y que de saber aprovecharlo, su carrera podría estirarse por muchos años mas. Rambo: Last Blood es el cierre que merece uno de los personajes con más historia dentro de las sagas de acción. El desempeño titánico de su protagonista y una gran coordinación de efectos prácticos logran que una película que no tiene grandes vueltas argumentales sea un disfrute total y brinde el entretenimiento esperado.
Lo bueno de las películas del estilo de Rambo es que compras tu entrada al cine sabiendo con lo que te vas a encontrar, violencia gráfica y acción para adultos y en ese campo Last Blood funciona de maravillas. En lo que refiere a historia no te vas a encontrar con algo que te atrape, estamos ante algo standard, como los villanos de turno. Si sabes y comprendes eso, la vas a pasar muy bien con esta ultima pelicula de Rambo.
La quinta entrega de la franquicia Rambo, protagonizada por Sylvester Stallone, encuentra al personaje alejado de los conflictos bélicos - Vietnam, la Unión Soviética- y refugiado en un rancho de Arizona donde intenta recuperarse de sus pérdidas, heridas y miedos. Con la compañía de María -Adriana Barraza- en los quehaceres diarios y de su nieta Gabrielle -Yvette Monreal-, una suerte de sobrina postiza, este "lobo solitario" intenta encontrar la paz que tanto buscó. Sin embargo, cuando Gabrielle cruza la frontera a México en busca de su padre, es captada por una red de prostitución y drogas, y Rambo enciende sus antiguas tácticas de combate y supervivencia para rescatarla. Con el eco de Búsqueda implacable, Rambo: Last Blood es un relato crepuscular en su primer tramo, con su tono melodramático y de recomposición familiar, que deja lugar para la acción despiadada en su parte final. El rancho se convierte en el epicentro de la emboscada preparada para enfrentar al enemigo. Más cerca del "gore", la película resulta esquemática pero no por eso menos efectiva aunque no alcanza los picos de las entregas anteriores. El escenario es otro, el conflicto es menor y la visión sobre la xenofobia y el racismo contra los mexicanos acompaña el panorama politico actual de los Estados Unidos. La sensación de peligro está presente y todo se adivina con anticipación para ubicar a su estrella máxima en el ojo de la tormenta. La trama incluye a una periodista que aparece -Paz Vega- en el momento y el lugar indicado para ayudar al héroe en cuestión aunque después su personaje se desdibuja sin mayores explicaciones. Como en cualquier propuesta de acción, está presente el ejército de villanos -muy despiadados- liderados por los hermanos Martínez -los españoles Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada, quien encarnó a Luisito Rey en la serie Luis Miguel-. El director Adrian Grünberg acumula cuchillazos, decapitaciones, tiroteos y explosiones en esta última entrega impulsada por el personaje emblemático de los ochenta que Stallone tan bien supo acuñar a lo largo de los años. Para aquellos que busquen acción, la trampa está preparada y a la espera de sus presas. Y durante los créditos hay imagenes de los filmes anteriores a modo de despedida...
Luego de haber combatido mil batallas, John Rambo decide retirarse a su rancho. Allí pasa sus días solo conviviendo con su ahijada y la madre de esta última. Cuando la joven desaparece, Rambo parte a buscarla a México, enterándose que fue secuestrada por una red de trata de mujeres. Ahora nuestro veterano héroe deberá tomar las armas por última vez, y rescatar a la adolescente. Con bastante polémica, llega a nuestros cines la última entrega de Rambo, que al parecer está ofendiendo a muchos con su temática violenta donde el protagonista mata decenas de mexicanos. Aunque como habrán notado, la película en su sinopsis de asemeja bastante a Búsqueda Implacable, y en dicho momento, nadie se quejó de la cinta protagonizada por Liam Neeson. Ya sea porque un actor cae mejor que el otro, o porque los libaneses son “más matables que los mexicanos”, no entendemos las protestas contra esta producción, así que al menos desde nuestro sitio, zanjamos el tema en este momento. Poco se puede decir de Rambo: last blood, porque no hay mucho que analizar. Como se imaginarán, los primeros dos actos del film son la excusa para que Rambo despache gente como si estuviera jugando al tiro al blanco. En esta ocasión se eligió poner de villanos a un grupo de secuestradores. Por desgracia la película cae en el mismo error que Rambo 4, y es que el enemigo a vencer intimida poco y nada, y apenas tiene cruces con nuestro héroe, incrementando esa sensación que salvo el personaje de Sylvester Stallone, son todos descartables. Y en cuanto al veterano actor, si bien acá se intentó disimular su edad haciendo que Rambo casi no tenga enfrentamientos cuerpo a cuerpo (ya en el tráiler se deja ver cómo van a ser las secuencias de acción), se le nota ya mayor para estos trotes. En teoría el nombre de la película da a entender que estamos ante la última batalla de John Rambo, pero con los héroes de acción de antaño, nunca se sabe, pese a que ya no estén para estos trotes. Poco más queda para decir de Rambo: last blood. Es una película de acción que, si no estuviera protagonizada por Stallone, pasaría desapercibida, pero la nostalgia que crea el actor y el personaje, hace que nos den ganas de verla. Eso y los últimos veinte minutos que son una salvajada, vale decirlo.
Silvester Stallone sabe cómo sacarles el jugo a sus personajes y transformarlos en franquicias eternas. Con Rocky estuvo inteligente y se corrió del protagonismo logrando un impacto que parecía perdido a 43 años de su debut. Rambo es otra cosa, pero se las ingenio para mantenerlo durante 37 años y se supone que esta quinta entrega es su despedida. Pero no le puso mucho empeño. Siempre fue extremadamente patriotero, y era capaz de declararle una guerra un país asiático en bloque y salir airoso, con ese perfil logró hacerse de seguidores fieles. Aquí se dedica a matar mexicanos, que salvo la talentosa Adriana Barraza que esta del bando de los buenos, es decir parte de su familia adoptada en esta ficción elemental, los demás coterráneos son mafiosos, violentos, trafican drogas y humanos, están armados hasta los dientes y se mueven en patotas. Todo muy a tono con las actuales políticas de estado de su país. Lo cierto es que el guión escrito por Matthew Cirulnick y Silvester es precario, elemental, demasiado previsible. Es también evidente que el director Adrian Grunberg se esmeró solo en la larga escena final, como brindar un plato fuerte de acción violenta, lo demás no le importó. Al comienzo se lo ve al protagonista en un rancho, dedicado a la cría de caballos, con su familia del corazón. Esta medicado, recuerda sus enfrentamientos del pasado de la guerra, y mantiene una suerte de mina laberíntica en perfecto estado, que se la presta a sobrina adoptiva para un baile. Pero la chica está empeñada en conocer a su padre biológico, se escapa, cae en una red de trata y ahí va Rambo a buscarla. Lo golpean, lo ayuda una periodista (Paz Vega), revive se venga y vuelve. Pero los malos llegaran para darle una lección y ahí será, en los túneles la batalla final. ¿Alcanza para sus fans? No mucho.
La quinta película que entrega el personaje de John Rambo (Sylvester Stallone) muestra a un hombre ya mayor, retirado, en su rancho en Arizona, ocupándose de sus animales, especialmente de la doma de caballos, y de cavar túneles subterráneos abajo de su casa. Aún conserva rastros de sus traumas experimentados en Vietnam y toma pastillas para todos sus dolores. Vive con una amiga mexicana que lo atiende, María (Adriana Barraza) y su nieta Gabriella (Yvette Monreal) a quien él ha tomado casi como una hija. Todo transcurre por los carriles normales hasta que la adolescente descubre que su padre está vivo en México y aunque nunca la quiso, decide ir a buscarlo para escuchar esa cruel verdad de sus propios labios, desoyendo los consejos de María y John. Mientras se encuentra en el país vecino y ya habiendo cumplido con el doloroso objetivo, ella y su amiga Gizelle (Fenessa Pineda) deciden ir a bailar. Allí su "amiga" le ofrece algo para tomar y a partir de ese momento pierde el conocimiento. Acto seguido la entrega a un grupo dirigido por los hermanos Martínez, Víctor (Oscar Jaenada) y Hugo (Sergio Peris-Mencheta). Los hermanos y su grupo son especialmente violentos y se dedican a la trata y a las drogas. Cuando John se entera, va a rescatarla, es herido brutalmente y "marcado" con un cuchillo por lo que recibe la ayuda de una periodista, Carmen Delgado (Paz Vega) quien vivió una situación similar dos años antes. Lo que no saben es con quién se metieron, y su sed de venganza para defender y recuperar lo suyo lo hará planear las más terribles trampas para el grupo de nefastos y sórdidos delincuentes. Dirigida por Adrian Grunberg, el film es un festín de sangre, tiros, golpes, flechas y desmembramientos que provocan diversión, algunas escenas algo insólitas...aunque es una venganza bien planeada y mejor ejecutada. No esperen más que eso, no hay mucho para analizar, es cine pochoclero y entretenimiento puro. Aunque según el protagonista es la última y está bien que así sea. https://www.youtube.com/watch?v=wWfq7kI-GZI ---> TITULO ORIGINAL: Rambo: Last Blood DIRECCIÓN: Adrian Grunberg. ACTORES: Sylvester Stallone, Paz Vega. ACTORES SECUNDARIOS: Óscar Jaenada, Adriana Barraza. GUION: Matthew Cirulnick. GENERO: Aventuras , Acción . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 99 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años con reservas DISTRIBUIDORA: BF + Paris Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 10 de Octubre de 2019 ESTRENO EN USA: 20 de Septiembre de 2019
A 37 años de su debut en la pantalla grande, John Rambo sigue metiéndose en problemas que lo llevan a involucrarse en guerras personales, batallas de un solo hombre contra el grupo de malvados de turno. En esta ocasión, la quinta película (o carnicería) del veterano de Vietnam es desatada contra un cartel mexicano cuyos integrantes, como no podía ser de otra manera, encarnan lo peor de lo peor de la humanidad. Es muy fácil pegarle a esta saga por facha, por el carácter reaccionario de los actos de su protagonista, por la absoluta falta de sutileza a la hora de retratar a los enemigos, pero pocas películas han logrado conectar con el aire de su tiempo como las de la saga protagonizada por Sylvester Stallone: aunque arrugado y con los músculos algo oxidados, este hijo de la era Reagan mantiene su capacidad para devolver una reflejo perfecto del ideario del ala más conservadora de los Estados Unidos. Y lo que ven allí son, como siempre, amenazas en todos lados. Con el comunismo en franca retracción, el enemigo por excelencia de la última década, esa otredad contra la cual oponerse, es el mexicano. Así, en singular, en tanto aquí los matices importan poco y cualquier ser humano con pasaporte azteca es -salvo que demuestre lo contrario- narcotraficante. Más allá de que el director Adrian Grunberg -el mismo de Vacaciones explosivas / Get the Gringo, otra desquiciada batalla de un hombre blanco contra la peor calaña mexicana- presta más atención a las emociones de John Rambo, a quien intenta humanizar mostrándolo insertado en una dinámica familiar, el arco argumental de Rambo: Last Blood -que se anuncia como la despedida definitiva del veterano de guerra de las pantallas- es prácticamente igual a los anteriores. El ex soldado está tranquilo en su casa de campo, dedicado a los trabajos hogareños y rurales, hasta que secuestran a su sobrina, único miembro directo de su familia. Los responsables son unos traficantes de mujeres encabezados por los hermanos Martínez (Óscar Jaenada y Sergio Peris-Mencheta, ambos nacidos en... España) y cuyo centro de operaciones está en un pueblo limítrofe diseñado a imagen y semejanza de la imaginación de Donald Trump. Y hasta allí irá este hombre aquejado por el paso del tiempo, pero con el mismo apetito de violencia de siempre. Una capacidad que se muestra en su esplendor durante la última media hora, con hectolitros de sangre latina derramada por el suelo, concretando así otro triunfo de la civilización blanca contra la barbarie trigueña.
En el presente de John Rambo poco queda de aquella épica de resistencia de Vietnam, salvo los cuadros y las medallas en las paredes, la repetición de una vida subterránea puertas adentro de la granja paterna. El campo de batalla ahora es el doméstico, y los vecinos de México, los peores villanos. Pese a la aparente comunión ideológica con aquel origen en los albores del reaganismo, lo que queda en el enfrentamiento contemporáneo es la parodia de sí mismo, que es lo que mejor funciona. Una violencia gore, iconoclasta, que burla a propios y ajenos. Stallone pone todo al servicio de su gesta final, que es solo suya y de nadie más. Para llegar ahí hubo drogas, prostitución, mucho castellano y un malvado de la talla del Luis Rey de la serie Luis Miguel. La pétrea presencia de un antihéroe desplazado como el que encarna la figura ajada de John Rambo, con cicatrices tan procaces que parecen escupitajos, permite sobrevivir a la poca intuición visual de Adrian Grunberg. Las escenas de peleas, que filmadas por un director de impronta clásica hubieran resultado viscerales, parecen salidas de cualquier videojuego. Eso sí, salvo cuando huesos y órganos ganan el primer plano. Todo ese imaginario latino convertido en clisé de maldad y pobreza desborda cualquier vaticinio, hasta que descubrimos que todo el goce está en casa, en la trinchera de ese veterano convertido en solitario vigilante, más muerto que vivo, como la última gota de sangre.
La saga de John Rambo, ese valiente ex combatiente de Vietnam que cuando regresó a su tierra un sheriff (Brian Dennehy) lo tenía a maltraer, es de las pocas que no solamente sobreviven décadas sino que terminan convirtiéndose en un mamotreto de sadismo y violencia. Ahora, 37 años después, el ex Boina verde tiene que enfrentarse, solito y solo, a decenas de hombres con armas de todo tipo y color. No sólo para sobrevivir, sino -antes- para rescatar a una joven víctima de una trata de mujeres… en México. Porque John estaba muy apacible en su rancho, cerca de la frontera con los mexicanos -que, como todo el mundo sabe si ve las películas de Rambo, si son extranjeros, son malos- cuando la nieta de María (Adriana Barraza, candidata a un Oscar por Babel, desperdiciada en su papel) desaparece. La joven nunca entendió por qué su padre las abandonó a ella y a su madre, así que cruza la frontera antes de que Trump levante un muro, lo ve, se desilusiona y cae, a su pesar, en manos de los delincuentes. Rambo, que ya se verá para qué está construyendo unas cuevas subterráneas entre que sale a pasear con su caballo, no lo piensa dos veces. Bah: Rambo nunca parece que piense demasiado. Va, los malos lo reciben con los brazos abiertos -le dan una golpiza de aquéllas- y como algo seguramente termine mal, John querrá vengarse. Los últimos veinte minutos son de una violencia gratuita -al margen del precio de la entrada- y un mal gusto que sólo es comparable con lo que sucedía en Rambo IV. Adrian Grunberg fue director de Vacaciones explosivas (2012), con su amigo Mel Gibson, quien lo había tenido como su asistente de dirección en Apocalypto. Y está claro que Sly, que no sólo protagoniza sino que es productor, eligió bien al realizador para su propósito: sangre, órganos y vísceras saltando a cámara que terminan muy por arriba de la lucha de un hombre solitario en contra de la injusticia. Con el título de Last Blood -la primera Rambo en realidad se titulaba First Blood-, uno supone que ésta es la última, la definitiva. Pero vean el final y a ver quién se pone una mano en el corazón y afirma que lo será. Con Rambo, como con Rocky, como con Stallone, nunca se sabe.
Texto publicado en edición impresa.
La muerte se acerca “Rambo: Last Blood” (2019) es una película de acción que constituye la quinta entrega dentro de la saga Rambo, iniciada en 1982. Dirigida por Adrian Grunberg, la cinta vuelve a contar con Sylvester Stallone en la piel del ex veterano de Vietnam y experto en guerrilla John Rambo. Además, Stallone ideó la historia junto a Dan Gordon y co-escribió el guión con Matthew Cirulnick. Completan el reparto Yvette Monreal, Adriana Barraza, Paz Vega, Óscar Jaenada (Luis Miguel, la serie), Sergio Peris-Mencheta, Fenessa Pineda, entre otros. Años después de los hechos ocurridos en Birmania, Rambo (Sylvester Stallone) encontró en Arizona una familia a la cual pertenecer. Ésta está compuesta por María (Adriana Barraza) y su nieta Gabriela (Yvette Monreal), joven que está próxima a comenzar la universidad. Cuando Gabriela se entera que su amiga Gizelle (Fenessa Pineda) descubrió el paradero de su padre biológico en México, ella desacatará lo que le dice su abuela y viajará en su búsqueda para obtener respuestas de por qué este hombre decidió abandonarla una vez que su madre murió. Aunque Gabriela se dirige a México esperanzada, su estadía allí no será para nada placentera ya que tendrá la mala fortuna de ser capturada por un cartel de droga y prostitución. Al notar que la muchacha nunca regresó a su hogar, John Rambo se pondrá en marcha para acabar con los proxenetas mexicanos, en especial con Víctor (Óscar Jaenada) y Hugo Martínez (Sergio Peris-Mencheta), líderes del negocio. Después de las películas de Rambo estrenadas en 1982, 1985, 1988 y 2008, finalmente estamos ante la última misión de este héroe de guerra que fue entrenado para ignorar el dolor y con un único objetivo: matar al enemigo. La situación es simple: para los que les haya gustado las anteriores entregas, Last Blood les resultará la más floja de la saga; para los que desconozcan de las aventuras pasadas de Rambo, la cinta de Adrian Grunberg será una opción entretenida a pesar de sus variados clichés y diálogos acartonados. Y es que parece que la originalidad en cuanto a la historia se perdió completamente en esta producción que recuerda mucho a “Búsqueda implacable” (Taken, 2008). Metódica y estereotipada, la película se siente como algo que ya vimos. Sin embargo, hacia la mitad del filme ocurre un hecho inesperado que desencadena en un tercer acto caracterizado por la venganza de nuestro protagonista. Así es como la entrada al cine se hace valer, dándonos escenas gore donde Stallone hace uso de su inteligencia para planear las muertes más violentas que harán retorcerse en el asiento a más de uno. A excepción del protagonista, el resto del reparto no logra destacarse ya que cada personaje que aparece en pantalla está allí para cumplir una función determinada y nada más, lo que deriva en que casi ninguno tenga un grado de profundidad relevante. Por otro lado, resulta un punto a favor que se muestre que Rambo no es una persona invencible sino que, como cualquier otro, puede recibir severas golpizas y terminar inmovilizado por días. A pesar de no contar con un guión convincente que genere una trama atrapante como las películas previas, “Rambo: Last Blood” se deja ver y se disfruta por el simple hecho de ver una última vez a Stallone en este icónico rol. Genérica en la mayor parte de su metraje, no hay dudas de que ver a Rambo matar a crueles personas siempre funciona.
Hay algo de placer culposo que siempre rodea las películas protagonizadas por Silvester Stallone, aún en aquellas en las que se lo quiere dotar de un halo místico y de “actor de método”, como Copland o Creed, el estigma del mal actor, del actor popular, acecha todo el tiempo en las propuestas. “Rambo: Last Blood” es la última aventura de John Rambo, ya no en la selva o el campo de batalla, sino en la mismísima América, un territorio en el que el multiculturalismo potencia las diferencias y en donde el “blanco puro” es el único que puede exigir su lugar en el mundo. A la tradicional escena de sumar equipamiento militar para asesinar a cualquiera que lo amenace, acá hay un desenlace que acerca la propuesta a “Mi pobre Angelito". Pero ya hablar del final es precipitarnos en datos que al posible espectador de la propuesta no le interesa. Rambo anda suelto y solo en USA. Con una mujer y su nieta que le han permitido saber qué es un hogar aún alejado de éste. En ese compartir diario, en saber que el otro está aún con sus diferencias, el militar ha suavizado (por decirlo de alguna manera), algunos aspectos de su temperamento. Pero como en Hollywood, ni siquiera el arranque costumbrista puede ser algo favorable, rápidamente esa ingenuidad que envuelve al relato, termina por construir un mecanismo desfavorable para la acción. Los malos malos, los buenos buenos, el trabajar de manera muy superficial la trata de personas, son algunos de los puntos que tiran abajo una propuesta, la que, sin dudas, con una historia diferente y sólida, le hubiese permitido erigirse como uno de los verdaderos éxitos de la onda nostálgica y retro que invade a la cultura popular. Si “Stranger Things” buceaba en todo el cine clase B que uno consumió en otras épocas, acá CAROLCO, el mítico estudio de películas de acción de los años ochenta, regresa con una historia que lamentablemente hacia el final pierde vigorosidad y referencia. El trazo grueso con el que se delinean los personajes secundarios y, principalmente los malos de turno, latinos, detrás del muro, la era Trump presente con la exageración de los rasgos de clandestinidad de todo, son sólo síntoma de algo más grande que Hollywood quiere imponer desde la pantalla. Stallone se pone una vez más en la piel de una de sus míticas interpretaciones, como sabiendo la gran oportunidad que tiene, pero lamentablemente, aun apelando al placer culposo, aun sabiendo qué producto uno está viendo, no se logra trascender la parodia de sí mismo que se está creando, con un final, ahora sí, a lo “Mi pobre Angelito”, con Rambo poniendo trampas y corriendo como un niño, que ya a esta altura del partido, no lo es.
Infinidad de películas tenemos en el tintero con las mismas características que la última entrega de Rambo. Algunas de ellas muy buenas y otras no tanto, ahora ¿dónde colocaremos esta última entrega de la saga? "Rambo: Last Blood" es una película estadounidense de suspenso y acción dirigida por Adrian Grunberg. Después de haber vivido un infierno, John Rambo se retira a su rancho familiar pero su descanso se ve interrumpido por la desaparición de su nieta tras cruzar la frontera con México. El veterano emprende un peligroso viaje en su búsqueda enfrentándose a uno de los cárteles más despiadados de la zona. Con sed de venganza, deberá cumplir una última misión desplegando de nuevo sus habilidades de combate. Esta última entrega encabezada por Sylvester Stallone (quien además fue guionista de la misma), se siente un poco rebuscada y carente de sentido. Tiene escenas de lucha extremadamente fantasiosas (muy al estilo Steven Seagal, cabe aclarar), personajes que aparecen solamente para justificar ciertas acciones y un Rambo totalmente ajado y fuera de serie. Esta película estaba en veremos desde 2008 y la producción pudo ponerse de acuerdo recién en 2010 para grabarla, pero ¿Era realmente necesaria? Definitivamente no. No tiene nada que la destaque ni está a la altura de las anteriores. Muy poco queda de aquel Rambo que vino de Vietnam. Ahora solamente tenemos a un Stallone venido a menos que quiere seguir jugando a la guerra. Con situaciones forzadas, luchas infinitas, y recursos de dirección muy mal explotados, me atrevo a decir que si no sos un fanático de la saga, no pierdas tiempo. Por Keila Ayala
Quinta película del personaje John Rambo interpretado por Sylvester Stallone. Aunque ya no necesita presentación y su público actual es mayormente el que siempre ha seguido las otras películas, la pregunta era acerca de cómo sería esta nueva entrega de la serie. Un breve repaso de las películas: Rambo (First Blood, 1982) dirigida por Ted Kotcheff, Rambo II (Rambo: First Blood Part II, 1985) dirigida por George P. Cosmatos, Rambo III (1988) dirigida por Peter MacDonald, Rambo (2008) dirigida por Sylvester Stallone y finalmente Rambo: Last Blood (2019) dirigida por Adrian Grunberg. El cuarto film encontraba a Rambo volviendo a su hogar en Arizona luego de años de haber ido. Diez años más tarde se retoma la historia en el rancho de Arizona que pertenecía al padre de Rambo y en donde él vive ahora junto con la que fuera empleada de su padre, María, y la nieta de ella, Gabrielle. Abandonada por su padre y sin madre, Gabrielle ve a Rambo como un tío o un padre. A pesar de estar retirado de toda acción, Rambo ha construido alrededor del rancho un sistema de túneles como los que había visto en la guerra del Vietnam. Sus traumas de guerra jamás lo abandonaron. Cuando la joven Gabrielle decide escaparse a México para conocer a su padre, las cosas se complicarán y Rambo deberá volver a tomar las armas. A partir de este momento se adelantan elementos de la trama, quien quiera no saber nada del guión y sus giros pueden dejar de leer hasta ver la película. El primer film de Rambo era un drama de ex combatiente y su difícil vida al volver a Estados Unidos. Este retrato se transformaba en un film de acción que hoy ya es un clásico. La secuela tenía un aire más espectacular, jugaba con los fantasmas de los prisioneros de guerra allá en Vietnam y apostaba más al entretenimiento bélico que al retrato de su héroe. La tercera era en Afganistán y nunca encontraba el tono, aun cuando se trata de la más costosa y enorme de las películas, la cuarta era particularmente violenta y hasta parecía una denuncia contra la violencia de la guerra. Solo la tercera fallaba a la hora de entretener, pero todas eran muy diferentes entre sí. Para esta quinta parte era un desafío salir airosa del desafío de ser original y a la vez tener algún valor en sí misma. La buena noticia es que lo logra, de forma alborotada pero efectiva, como ocurría con aquel primer film de 1982. Los enemigos esta vez son dos hermanos que tienen una red de prostitución en México y en la cual cae la joven Gabrielle. Rambo va a buscarla pero falla en su misión en primera instancia, y al insistir consigue rescatarla pero no salvarle finalmente la vida. Solo con la ayuda de una periodista logró sobrevivir él en primera instancia. Esto llevará a una venganza implacable por parte Rambo contra los dos hermanos. La versión que llega a la Argentina tiene un prólogo que muestra que Rambo sigue ayudando de forma voluntaria allí en Arizona, aun cuando no pueda, todo el tiempo, salvar al mundo. Ese prólogo no se da en todos los países donde el film se exhibe, pero tiene valor para mostrar quien es Rambo y como sigue siendo un héroe, casi un cowboy en este quinto film. Luego la película adquiere un aire melancólico y oscuro, porque todo anuncia la tragedia que se cierne sobre los personajes. A pesar la dureza del personaje, este quinto film tiene una enorme e inesperada carga de emoción, siendo tal vez la más emocionante de las cinco películas. El final es particularmente movilizador. Como la película de 1982, a Rambo: Last Blood le costó encontrar su camino. Varios montajes llevaron a que la narración fuera pulida al extremo, lo que le da un ritmo trepidante y enloquecido por momentos, tal cual ocurría con el primer film. El director Adrian Grunberg se lanza a la misma locura que ya había demostrado en esa maravilla protagonizada por Mel Gibson llamada Get the Gringo (2012) con la cual Grunberg debutó en la dirección. A la mencionada emoción y las dramáticas escenas de la trata de personas en México le sigue un clímax de venganza que es un festival gore para los fanáticos de Rambo. Sin ser humorística, toda la batalla final está totalmente pasada de rosca, con brillante y efectiva violencia que supera incluso a la de Rambo (2008) y sin crítica que se esbozaba en aquel film. A estas escenas brillantes, por momentos escalofriantes, que terminan en una literalidad sublime en lo que a la venganza refiere, le sigue un epílogo que parece despedir al personaje y a una época. Estoy rodeado de fantasmas dice el viejo Rambo, asumiendo también la edad del actor y el personaje. Con destellos fordianos que le ponen un poco de sal extra a esta rara mezcla, con unos muy buenos villanos y con un actor que ama a su personaje, John Rambo parece cabalgar definitivamente hacia el atardecer. Sea o no su último saludo en el escenario, la historia del cine le estará por siempre agradecida. Muchos pasaron y ya se fueron, Rambo hace rato que se ha instalado para siempre.
Un homenaje al personaje. Desde su debut en 1982, la saga de Rambo, con su protagonista Sylvester Stallone, se ha convertido en una de las más icónicas franquicias de películas de acción de todos los tiempos. Atrapado por los recuerdos de Vietnam, la legendaria máquina de combate y ex boina verde, conocido como John Rambo, ha liberado a prisioneros de guerra, rescatado a su comandante de los soviéticos y liberado misioneros en Myanmar. Casi cuatro décadas después de introducir al personaje en First Blood, Sylvester Stallone vuelve como uno de los mejores héroes de acción de todos los tiempos. John Rambo deberá confrontar su pasado y desenterrar sus despiadadas habilidades de combate para vengarse en una misión final. Un viaje mortífero de venganza, Rambo: Last Blood marca el último capítulo de la mítica saga. Todos conocemos lo que ha sido para muchos John Rambo, quizás el más popular héroe de acción de los últimos 20 años, pero ya va siendo hora de que se jubile porque la edad no perdona y se nota durante toda la película. Eso no quita que desde el comienzo de metraje Stallone logre que empaticemos con su personaje de principio a fin. Siempre hemos visto al Rambo más letal, sanguinario y violento, pero ahora es la primera vez que vemos a Rambo en un ambiente familiar y la vez que más cerca lo hemos visto de sentirse como en un hogar en mucho tiempo. Esa vida hogareña nos muestra un aspecto que no habíamos visto antes en la franquicia. Este veterano de guerra no puede superar su trastorno de estrés postraumático y todo aquello fuera de su alcance. Así, entiende que la vida, en sí misma, es una batalla y, a pesar de estar en casa, él sigue a merced de eventos que no puede controlar y evitar. Para ayudarle a superar los peligros de ser un veterano, crea una serie de túneles laberínticos y un búnker debajo del rancho donde duerme, se relaja y guarda sus pocas pertenencias y recuerdos. Es donde Rambo se siente seguro, aunque sea parcialmente, como en una trinchera. Ahí es donde puede liberar sus demonios. Los túneles son su propio infierno porque le traen recuerdos de sus años de combate y de sus misiones más recientes. Stallone dice que sirven como una especie de terapia indicada para esos recuerdos momentáneos de guerra que experimenta su personaje. Al principio sólo tienen sentido para él, pero al final de la película cumplen un propósito. La película tiene una clara estructura donde vemos la transformación de Stallone, en la primera parte en la que está viviendo una vida tranquila en un rancho alejado de los traumas del pasado y viviendo una paz que pronto será perturbada. En la segunda parte, un acontecimiento altera su tranquilidad, tendrá que tomar partido de nuevo trasladándose a México donde vemos algunas imágenes muy duras y bastante crueles poniendo el foco en el tema de la trata de blancas. Por momentos se padece con lo que se está viviendo y con las imágenes que muestran la dureza de este tema. Hay tramos de esta segunda parte del filme que recuerda mucho a otras películas como Blood Father o Venganza, con el héroe que tiene que mostrar sus habilidades de héroe de acción. Por último, tenemos la tercera parte de la película donde vemos al John Rambo más letal y sanguinario de toda la saga, donde la acción se traslada a los túneles que tiene creados bajo el rancho. Las muertes se suceden en un espectáculo de sangre y una variedad de estilos sólo al alcance de un maestro de la violencia que no nos sorprende porque vemos al hombre que entrenaron para matar, y vaya forma de matar a sus enemigos, porque vemos a un asesino bien entrenado y sin una gota de piedad por el enemigo. Solo y dispuesto a hacer el máximo daño posible, algo que consigue con creces. Hay que decir entonces que el final no es nada sorprendente. El director de esta película, la última, es Adrian Grunberg, que consigue mostrar un John Rambo que va de menos a más durante los 99 minutos que dura el metraje, pero nada sorprendente. A nivel interpretativo tenemos que destacar a Sylvester Stallone que vuelve a ser John Rambo en el que vemos una transformación que pasa de la tranquilidad a la violencia tras los sucesos ocurridos a un ser muy cercano, pero cuando se pone en modo letal le vemos más sanguinario y violento que nunca, con una sucesión de escenas muy espectaculares que recuerdan mucho a los orígenes de los personajes. Por otro lado, tenemos a la parte española de la cinta encabezada por Sergio Peris-Mencheta en el papel del villano de turno, junto con otro secundario español como Oscar Jaenada como capos de una banda mexicana de drogas y trata de blancas, pero que no son capaces de tumbar a John Rambo. El trío español lo completa Paz Vega, en el rol de una periodista que sigue la pista de la banda de los dos españoles anteriores y que ayudará al protagonista, quien por momentos no encuentra consuelo y salvación en nadie y el personaje de Paz Vega le hace volver a recuperar su verdadera esencia. En definitiva, Rambo: Last Blood es el capítulo final de la historia del personaje creado por el novelista David Morell. Si bien no aporta nada novedoso, consigue enganchar al espectador con un tercer acto brutal e impiadoso, donde Stallone entrega lo que todos los fans esperan siempre de él: un cierre de saga espectacular.
Estamos viviendo una época donde tenemos que exigirle más al cine, pero ¿qué es lo que pasa cuando llega la más reciente iteración de una propuesta que no tiene esa búsqueda? La primera Rambo, estrenada en 1982 como First Blood, combinaba en escasos 93 minutos acción, aventura y una mirada a las profundas cicatrices que los conflictos bélicos dejaron en los soldados norteamericanos. Las secuelas que le siguieron conservaron la acción y la aventura, pero los conflictos de fondo adquirieron menos y menos protagonismo, al punto de ser un mensaje de último momento que la película empuja por la garganta del espectador en un vago intento de demostrar su ausencia de frivolidad. Este forzamiento, podríamos decir, es el único pecado de las secuelas, ya que para esta instancia cumplieron su propósito de ser entretenidas… catárticamente entretenidas. Rambo Last Blood no se queda atrás, siguiendo la línea renovada de la película anterior donde la propaganda es dejada de lado, en favor de abrazar el costado animal que todos tenemos adentro, y que por las represalias no nos animamos a soltar. ¿Cabalgando hacia el atardecer? Pongamos las cartas sobre la mesa: el guion no es sólido. El retrato que hace de los mexicanos es completamente unidimensional, principalmente en sus antagonistas que no podrían tener un trazo más grueso. Hay situaciones de las que el protagonista no tendría ni por qué salir vivo (quien esto escribe no puede olvidar lo que los carteles en la vida real le hicieron a unos pobres estudiantes de cine). Hay personajes que tienen más una función informativa que dramática. El personaje podría no ser Rambo y la película retenía el mismo sentido. La estructura tiene un desarrollo extenso y bastante simplón, sin mucha tensión, hasta llegar a su clímax. Sin embargo, ¿esto hace de Rambo Last Blood una película, si hay que ser categórico, mala? No necesariamente. Primero tenemos que tener en cuenta que es una propuesta para aquellos que no le exigimos otra cosa a una película de este tipo más que entretenimiento y, fundamentalmente, para los seguidores del personaje que tenemos claro más que nadie lo que la franquicia es. Pero más importante, en lo que se ha convertido. Lo que hace disfrutable a una película de Rambo precisamente es la catarsis. Durante gran parte del metraje vemos a los antagonistas ser la gente más arrogante, violenta e indiferente a la vida de los inocentes en un grado tan alto (no muy diferente a lo que son en la vida real), para que luego nos dé una tremenda satisfacción cuando Rambo viene y los hace carne picada. Este es el objetivo de Rambo Last Blood. Estos son sus términos y, en honor a la verdad, debe decirse que cumplieron. Por muchos defectos que se tenga, el director Adrian Grunberg le imprime un ritmo muy ágil a la película, para que se llegue lo más rápido posible a la batalla del tercer acto que, como podrán imaginarse, tendrá todo el gore habido y por haber, incluso sobrepasando límites de una forma caricaturesca pero, reiteramos, catártica y satisfactoria.
"Rambo: Last Blood", un fiel exponente de la era Trump El excombatiente ahora lucha en su propio país, asolado por un grupo de mexicanos violadores que se meten por túneles cavados bajo el muro salvador. Toda acción, todo movimiento, todo impulso humano que busque replicar el constante fluir del universo es, por oposición, un intento de derrotar a la muerte. Eso que Freud llamó pulsión de vida, que pugna y a la vez encuentra su equilibrio en la pulsión de muerte. El cine, en tanto puesta en escena basada en la acción, sería la más vital de las artes representativas, la que consigue el milagro de que, ahí donde haya un proyector, los muertos revivan por obra y gracia de la luz. Pero en el momento en que la acción deviene repetición, en remedo de su propia naturaleza, incluso el más vivo de los movimientos comienza a desaparecer detrás de sí mismo y, de algún modo, a conjurar a la muerte. "Rambo: Last Blood " haceregresar a John a la pantalla por quinta vez. Sylvester Stallone puede ser considerado un artista paradigmático de todo esto, en tanto la insistencia con la que regresa a sus personajes icónicos parece ser un intento desesperado por mantenerlos con vida (y a través de ellos aferrarse, darle un sentido a su propia existencia), aunque al mismo tiempo sus películas se van volviendo más y más elegíacas. Ese mecanismo que en la continuidad de las sagas Rocky/Creed consigue fluir hasta poéticamente, en el caso de Rambo lo hace de forma grotesca. Este episodio cinco, Rambo: Last Blood, que atendiendo a su título debería ser el último (aunque la secuencia final resulte ambigua), sirve para marcar con claridad el carácter opuesto de ambos personajes. Porque mientras Rocky Balboa, incluso enfermo y maltrecho, no hace otra cosa que honrar la vida en su vínculo con el hijo de su mejor amigo, a quien le inculca todo lo que sabe dentro de sus propias limitaciones, en cambio John Rambo no consigue salir del claustro en el que la guerra lo dejó atrapado a mediados de los ’70. Tanto que no parece correcto afirmar que se trata de un personaje atravesado por un trauma, sino que directamente no hay nada en él que no lo sea: Rambo es todo trauma. Siguiendo ese línea, hasta podría pensarse en él como un símbolo que encarna la herida colectiva que la guerra (y sobre todo una guerra perdida, como la de Vietnam) representa para un pueblo como el estadounidense. Pero esa lectura solo es válida en relación al film original, en la que el excombatiente es acosado y despreciado por la misma sociedad que lo mandó al frente. En los episodios posteriores, y sobre todo en este, solo se trata del trauma desencajado girando en falso sobre la muerte, una y otra vez. A eso se suma un guión que acá tiene la maldad de dejar al personaje sin salida, obligándolo a actuar de forma mecánica, a hacer lo que mejor hace pero que es también aquello que quisiera dejar de hacer: matar como reacción automática. Claro que no habría historia si eso no ocurriera, pero también es válido pensar al cine desde la ética y así concluir que se trata de una película cruel, no por la representación desmesurada de la violencia, sino por la poca piedad que tiene por su criatura. Last Blood solo se trata de eso: de provocar al protagonista hasta hacerlo reaccionar para goce de los fans. Y la reacción llega porque es lo esperable en un personaje que siempre respondió a una lógica reaccionaria. Desde ahí la saga vuelve a dialogar con la actualidad política, porque si en los ’80 Rambo representaba una expresión cabal del reaganismo, despanzurrando rojos en nombre de la libertad, el Rambo modelo 2019 es un fiel exponente de la era Trump. Ahora la guerra es en casa, donde un ejército de mexicanos violadores se meten en Estados Unidos por túneles cavados por debajo del muro salvador. Y Rambo los mata de formas tan extremas como creativas, aunque sin ningún rasgo lúdico, lejos del humor de un personaje actual y violento como John Wick, para quien una masacre es apenas la excusa ideal para una rutina perfecta de slapstick.
Hay pocas sagas en la historia del cine que se comentan con el corazón. Se deja de lado el criterio cinematográfico, las cuestiones de actuación, guion, raccord, fotografía y arte; y se juzgan con la piel, con el sentir. Y sin duda las "Rambo" entran en este marco. Qué sentido tendría juzgar la interpretación de un actor que marcó una época y que a fuerza de ingenio y de crear personajes icónicos se hizo un lugar en el Olimpo del séptimo arte, aunque los eruditos lo sigan cuestionando. Demostraría no entender nada si evaluáramos un libro que lo único que pretende es corroborar que nuestro héroe continúa más vigente y sanguinario que nunca. Aunque sí podríamos destacar que en pos de sorprender y manifestar que todo vale, su mentor, el gran Sylvester Stallone, rompe todos los códigos. Y quien nunca debería morir, muere, implacablemente. Si mató a Apollo Creed en "Rocky IV", qué le importa matar a quien conocimos hace minutos en "Rambo: Last Blood", aunque repitamos por dentro diez veces "no". Y eso también es un mérito suyo, entre muchos. ANTI-MEXICO Si hay un actor en Hollywood propagandista por excelencia es Stallone. Durante la Guerra Fría nos hizo odiar todo lo proveniente de la Unión Soviética, con Ivan Drago como bandera del mal, y hoy nos incita a detestar lo mexicano, cuando Donald Trump está a pleno con su kilométrico muro anti indocumentados. Es que en esta ocasión, un John Rambo casi retirado, tiene que cruzar la frontera para ir a rescatar a su sobrina de una red de prostitución azteca. Trámite menor si recordamos por lo que pasó en sus cuatro anteriores entregas, no olvidando que es un ex combatiente de Vietnam, quien -según el Coronel Trautman- es capaz de vencer él solo a un ejército con su cuchillo. Y aunque en esta ocasión los malos hablen en nuestro idioma, tampoco queremos que quede vivo ni uno solo. Somos rambonistas de ley. No hay objetividad en lo escrito. Sin embargo, "Rambo: Last Blood", dirigida por Adrian Grunberg ("Get The Gringo", 2012), no escatima en adrenalina. Ese sello inigualable del cine norteamericano de mostrar fotograma tras fotograma a velocidad videoclip para que la tensión llegue a niveles imposibles, se cumple desde el comienzo. Y cuando visualizamos que el protagonista prepara la batalla final, utilizamos la butaca de mordillo para no implosionar físicamente. Otro punto alto del filme es la participación de Oscar Jaenada como uno de los jefes mexicanos. Sí, el "padre" de Luis Miguel en la serie de Netflix retorna a la maldad, con la diferencia de que en lugar de hacer enojar al Rey Sol se las ve con John James Rambo. Su suerte está echada. "Rambo: Last Blood" es, en principio, el quinto y último capítulo de una paradigmática película nacida en el año 1982 y que tuvo sus secuelas en años discontinuos. Un Stallone genuino, ese que le da a sus fans lo que pretenden y que les da de comer a quienes lo detestan con los argumentos más nutritivos. Ese que nunca funcionó en cine pero que es un abonado a paralizar cualquier zapping furioso. Ese que nunca va a ganar un Oscar a Mejor actor pero que le dio al cine más de lo que le dieron muchos de los que sí ganaron.
Treinta y siete años y cinco películas después Sylvester Stallone le dice adiós a Rambo, su segundo personaje más famoso, surgido de las paginas del libro Primera sangre de David Morell. Lejos quedó aquel trastornado veterano de la guerra de Vietnam que volvió a los Estados Unidos para verse pisoteado por el Sheriff de un pequeño pueblo en el cual causó estragos. Tras una larga vida envuelto en guerras y batallas que incluyeron el regreso a Vietnam, formar parte de una misión en Afganistán y una no planeada y revuelta en el sudeste asiático, John Rambo decide retirarse de una vida llena de violencia en su rancho familiar. Sin embargo, cuando su sobrina del corazón desaparece en México, tras ir en busca de su padre, el veterano de guerra deberá afrontar su última misión. Rambo: Last Blood es una película que podría dividirse en dos partes: Si describimos la primera, nos encontramos con unos primeros 45 minutos muy lentos y sin que pase nada relativamente interesante para lo que nos tiene acostumbrado esta saga. Buscan hasta el cansancio darnos a entender que Rambo ya no quiere saber nada de su vida pasada y se esfuerza demasiado para mostrarnos la relación casi paterna entre el personaje y esta sobrina postiza y su abuela, solo para justificar todo lo que sucederá después. Relación que nunca queda en claro bien de donde viene. Todo esto podría haberse acortado a no más de 20 minutos y todo iba a quedar igual de claro, además de haberle dejado más minutos a lo que realmente busca el espectador: violencia y más violencia. Esta violencia, y a gran escala, llega recién en la segunda mitad de la película, cuando Rambo decide buscar venganza contra un cartel mexicano. Y acá estamos, sin dudas, frente a lo mejor de esta película. Para el que le encanta el gore y la violencia a nivel masacre – como quien escribe estas palabras- se encontrará con un festín que incluye grandes escenas de acción, algunas al limite de lo inverosímil pero que lo hace aún mas grandioso. Es tan volado todo lo que se ve que termina siendo una mezcla perfecta entre Taken y Mi pobre angelito. Si, leyeron bien, Mi pobre angelito. Claro que siempre habrá devotos a criticar este tipo de nivel de violencia, que por el contrario a muchos nos gustan, pero hay que entender que no es más que es una película y que no por gustarnos ver este tipo de escenas ficticias en una pantalla seamos amantes de la violencia en el mundo real. También, y en este caso es más entendible, existe una fuerte crítica a este film por cierto tipo de xenofobia y racismo más propio de otra época y en ningún momento busca ayornarse a los tiempos de hoy, sino darle un punto final a una saga con la que creció más de una generación, protagonizada por un ejercito de un solo hombre. A pesar de su arranque flojo, Stallone -que a pesar de que los años se le vengan encima siempre da lo mejor de si- con Last Blood nos regala un cierre a pura sangre para uno de los personajes mas querido del cine. ¿O acaso le queda un tirito más?, solo el tiempo lo dirá….
“Rambo: Last Blood”, de Adrian Grunberg Por Jorge Bernárdez John Rambo volvió a su hogar hace unos ocho años, después de haber pasado por distintas situaciones desde aquella primera película, en la que era un perturbado ex combatiente de Vietnam sembraba el caos en un pueblito de los Estados unidos por el que apenas pretendía pasar. Tras ese incidente que dejó al lugar derruido y algunos integrantes de la fuerzas de seguridad abatidos por el comando -creado por David Morrell para la novela “Primer sangre”-, la historia de Rambo tuvo un cambio y pasó a trabajar de manera encubierta para su superior en la guerra. Así volvió a Vietnam para rescatar prisioneros y ganar él solo la guerra que los cobardes políticos empujados por los pacifistas y un montón de gente sin empuje habían perdido. Después estuvo por el conflicto de Medio Oriente apoyando los luchadores por la libertad en contra de la Unión soviética que años después conoceríamos en la vida real como ISIS, bueno no se puede estar en todo y John no era de leer mucho sobre política internacional. Luego estuvo en un monasterio oficiando de monje shaolin o algo así. En la cuarta película, lo vimos entrar a territorio hostil para rescatar un grupo de voluntario pacifistas y después de dejar un reguero de sangre y destrucción, el héroe daba la media vuelta y se iba al rancho de la familia. Así llegamos al quinto episodio de la saga que llegó a las salas argentinas y que nos muestra a un Rambo integrado a su comudidad y que es capaz de sacrificarse en el medio de una tormenta espantosa para rescatar gente. Bueno no todos pueden ser rescatados y eso se ve en los primeros minutos, pero si vas a morir en una tormenta lo mejor es que sea John Rambo el que intente rescatarte. El asunto es que el muchachote vive en esa finca familiar junto a la señora que lo ayudaba al padre y la nieta de esta. Los tres han conformado un grupo familiar a su estilo y Rambo ha ocupado el lugar del padre de la chica, un padre un poco a la antigua y algo bestial pero aun padre al fin, uno mejor que el padre real que la abandonó y no quiere saber nada de nada de Gabrielle. Al rato de empezada la película, veinte minutos en los que no pasa demasiado, Gabrielle les tira a Rambo y a la abuela que se va a México, que una amiga que se fue para allá dice que vio al padre y que la puede conectar con él. La abuela pone el grito en el cielo y le dice que la amiga esa es una buena para nada, Rambo le recuerda que el padre es un delincuente y la chiquilina parece entrar en razones, pero por suerte para todos y sobre todo para el espectador que ya empieza a bostezar viendo al nuevo Rambo bucólico la borrega se va a México. Por supuesto las advertencias eran certeras y la chica en México es traicionada por la amiga que la vende a un grupo narco que recluta mujeres para hacerlas trabajar en sus piringundines o vendiendo drogas o las dos cosas. La abuela se inquieta, Rambo se calienta y se va para México, y una vez en territorio enemigo encuentra a una periodista independiente interpretada por Paz Vega (una actriz española que hace de mexicana) y le logra saca algo de información, pero no importa mucho porque la periodista está nada más que para ayudarlo una vez que los narcos lo muelan a palos. La banda está comandada por dos hermano muy malos interpretados por dos actores… españoles (¿?). Rambo es aporreado pero igual rescata a Gabrielle luego romper varias extremidades y de matar a varios narcos. Vuelve al rancho pero sabe que no los van a dejar tranquilo y en lugar de quedarse en Mexico tomando tequila, vendiendo droga y teniendo orgías con las mujeres prisioneras en sus prostíbulos, deciden ir a Estados Unidos para vengarse de haber perdido una prisionera. Rambo arma en uno túneles que tiene en su finca -túneles muy onda vietcong- y entonces llegan los narcos y empieza una verdadera orgía de sangre, con cráneos partidos al medio, machetazos, tiros y explosiones. Rambo Last Blood está lejos de ser la mejor de las cinco películas de la saga pero tampoco es el desastre que los flojos que comentan cine en otros países están diciendo que es. Para los que siguen a Rambo desde el principio en que terminaba gimoteando y largando mocos, hasta esta etapa hogareña en el siglo XXI, esta entrega dura menos de 90 minutos y muestra a un Stallone que sabe de que se trata Rambo: violencia, algo de patriotismo rancio, un poco de racismo pero todo eso aplicado a una buena causa. Si les gusta este cóctel que Stallone agita y sirve desde los ochenta, no se pierdan esta entrega, que quizás sea la última aunque eso no queda muy claro. Una cosa más, no se levanten de la butaca hasta el final. RAMBO: LAST BLOOD Rambo: Last Blood. Estados Unidos, 2019. Dirección: Adrian Grunberg. Guión: Sylvester Stallone y Matthew Cirulnick. Elenco: Sylvester Stallone, Paz Vega, Yvette Monreal, Óscar Jaenada, Sergio Peris-Mencheta, Adriana Barraza, Louis Mandylor, Joaquín Cosio, Sheila Shah, Jessica Madsen. Producción: Les Weldon, Steven Paul, Kevin King Templeton, Yariv Lerner y Avi Lerner. Distribuidora: BF + París Films. Duración: 101 minutos.
Lejos de la lloriqueada continua de lo políticamente correcto llega Rambo: Last Blood, película que defiende el género con toda bala disponible. Dirigida por Adrian Grunberg (Get The Gringo) esta nueva y – ¿última? – parte del largo camino de John Rambo es satisfacción a la orden de todo fan. Sylvester Stallone es un showman, un hombre completamente sumergido en lo que quiere y ama al espectador y a sus fans y a veces esto es una contra ya que sus proyectos tienen alma pero carecen de la ejecución deseada – Expendables 3 –. No obstante, en una era de puntos débiles y el extremo inaceptable de calentarse por pavadas por mínimas opiniones en Rambo: Last Blood se dan las cosas a la perfección para que la pavada se deje de lado y el quejón – aquel que le grita al cielo porque sí – se tenga que comer las pavadas con un poco de la buena, vieja y confiable realidad. Rambo: Last Blood se siente gloriosamente In your face!. First Blood puso a Rambo contra su propia gente, en su propia tierra, perdido en su propia madre patria (y mucha gente al hablar de Last Blood se olvida de esto); llegó First Blood: Part II y fue turno de los vietnamitas y soviéticos, en Rambo III las cosas se complicaron otra vez con los soviéticos y John Rambo unió codos con ciertas facciones afganas… Tudo bom, tudo legal. En Rambo IV la paz fue interrumpida por mercenarios y varias facciones militares en plena Birmania pero John, en su final, consigue regresar a casa. De todas las películas de la saga Rambo: Last Blood se siente la más personal – perdón Coronel Trauman – y en esta vez John Rambo tiene todo para perder – su accionar es simplemente proteger todo lo que quiere – simple y claro. En su furia gastada y olvidada, John Rambo pasa sus días en su rancho localizado en Bowie, Arizona. Rambo no se encuentra solo, lo acompañan Maria (Adriana Barraza, como un breve interés romántico) y su nieta Gabriela (Yvette Monreal). Gabriela es una joven entusiasta y un claro escudo de paz en la burbuja de estrés post-traumático que vive John; cuando ella es vendida por su propia “amiga” a narcos en un viaje a México – al cual John le rogó que no fuera– para encontrar a su padre, el infierno se desata y John se pone cara a cara con los hermanos Martinez (Sergio Peris-Mencheta y el mismísimo Luisito Rey de la miniserie de Netflix, Óscar Jaenada). Una Old School Vendetta se apodera del magistral acto tres ofreciendo todo lo que el espectador quiere ver. Sin pelos en la lengua John utiliza su extensa experiencia como boina verde para eliminar a todo villano que atraviese su propiedad; hablamos de gente mala, que respira y exclama el mal 24 horas al día y con lo que se expone en la película es una sola cosa: justicia. La justicia moral está justificada y lejos de ser una llamado de realidad pone a disposición del espectador 89 minutos de pura construcción de acción cuyos 20 minutos finales evocan la gloria del cine de acción. Una película que no interesa y tampoco busca la simpatía de los voceros del amor y paz; una película que le hace cara a la falta de huevos, a la falta del “a todo o nada” que alguna vez reinaba en salas. Con alma y mensaje Stallone y Matthew Cirulnick hacen un guión simple que no pide una sobreexposición de hechos, no desencadena misterios innecesarios y no deja preguntas en la cabeza; Stallone nos lleva directo al nido de ratas y pone una bomba para que nada quede, algo para que la victoria se sienta a pesar de tener un sabor agridulce. No apta para los impresionables y en una época en que todos se gritan por cualquier cosa, en que la justicia se mide por la cara de pobrecito que esconde a un monstruo llega Rambo: Last Blood y es justo lo que la gente necesita, un hombre luchando contra la injusticia… ¿Por qué? Por qué nadie lo hace como John Rambo. Valoración: Muy Buena.
Nunca hay paz para el viejo guerrero. Es uno de los icónicos personajes de Stallone, seguido por Rocky Balboa, que recientemente tuvo su regreso y despedida con Creed 2. Pero a diferencia del boxeador, Rambo: Last Blood era innecesaria. La entrega anterior nos dejó a Rambo regresando a casa a vivir una vida tranquila que tanto merecía. Ok, ahora, ¿era necesaria esta nueva entrega? No, pero a su vez sí. Claro, los fanáticos querían saber cómo seguiría con su vida y no me gustó que este hombre nunca tuviera paz, es frustrante y se diferencia de Rocky donde demostró pelear con sus demonios y ganarles por K.O. Lo loco de esto es que se habla de una Rambo VI ya, pero ruego que no y si lo hacen como mínimo que maten al personaje o que lo dejen vivir en paz, que es algo que se merece. Sin embargo, voy a resaltar los puntos positivos del filme. Por empezar me parece exagerado el boicot por parte de los mexicanos donde se quejan que los dejan malparados. Hollywood suele hacer eso con los latinos o hacerlos quedar como tontos (como el caso de Luisito en Ant-man) pero tampoco es algo ofensivo. Si resalto que Oscar Jaeneda, alias Luis Rey en la serie de Luismi, es de lo mejorcito del filme y es un villano que odiás de entrada y deseás que Rambo se encargue de él. El resto está muy bien y se nota que el Rambo de Stallone ya luce cansado y, repito, no me jodería una nueva entrega donde finalmente encuentre la paz, pero por favor, dejen de hacerlo sufrir. Si sos fan del personaje seguro la disfrutes, aunque no deja de ser una de las entregas mas flojas del ex soldado de Vietnam.
Personaje icónico-arquetípico del cine de acción más bruto y duro, psicópata americano por obra y gracia de la guerra de Vietnam, documento internacional de identidad de Sylvester Stallone. Sí, Rambo, John Rambo, el loquito que quedó traumado para beneficio del público degustador de las piñas y las explosiones vuelve a darle rienda suelta a su instinto asesino en la quinta y última entrega de una de las sagas más populares del cine de Hollywood. Y lo hace de la manera más rabiosamente sanguinolenta, para dejar bien claro que sigue siendo el boina verde más compadrito de la cuadra, al que le encanta impartir justicia con sus propias manos. Rambo: Last Blood es la despedida, la última gota de sangre derramada por el héroe eterno de la acción. La historia fluye sin obstáculos, apoyada en un guion que cuenta con una solidez como nunca se vio en las cuatro entregas anteriores. Rambo vive aislado, refugiado en su casa en Arizona, controlando los fantasmas de su vida, dilapidando el tiempo en túneles laberíntico-secretos, en la fabricación de cuchillos, en su caballo, en conversar con su ama de llaves y en seguir educando a su sobrina adolescente, a quien quiere como a una hija. Hasta que llegan los problemas, claro. Una de las particularidades de la película dirigida por Adrian Grunberg (Vacaciones explosivas) es que se toma su tiempo para introducirnos en la acción sin que esto signifique mermar el entretenimiento. La primera parte se dedica a mostrar la vida apacible que lleva el veterano de guerra y a presentar a los personajes principales, tanto a los buenos como a los malos. El argumento es sencillo y sorprendentemente verosímil: su sobrina Gabrielle (Yvette Monreal) recibe el llamado de una amiga de México que le dice que encontró a su padre. Es una cuenta pendiente de la joven, que quiere saber por qué su progenitor la abandonó. Pero apenas cruza la frontera, la muchacha es atrapada por una red de trata liderada por los hermanos Martínez, magníficamente interpretados por Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada. Ni bien se entera de la desaparición de su sobrina, Rambo toma cartas en el asunto. Lo cual significa que va a matar a uno por uno los secuestradores. Ver pelear a Rambo/Stallone sigue siendo un placer, sobre todo para los amantes de la acción grotesca. El actor de 73 años encarna a su mítico personaje con mucha dignidad y con la actitud del que ya no le importa nada porque lo dio todo. El director Grunberg no ahorra hemoglobina. Rambo corta cabezas y clava cuchillos como si nada, es un carnicero enceguecido en su objetivo. Brutal y efectiva, Rambo: Last Blood es un adiós a la altura del personaje, una película de acción narco-fronteriza con trata de blancas incluida que sabe aprovechar los escasos elementos que la caracterizan: la incorrección política y las peleas cuerpo a cuerpo, que siempre devienen en festín gore. El filme es una despedida-homenaje que hará llorar de emoción (y nostalgia) a todos aquellos que se criaron viendo las tres primeras partes y a los que, en la infancia, se la pasaron jugando con los muñequitos de la saga. Stallone es un hombre valiente, que le regala a la historia del cine su última pieza maestra, su última batalla contra todos. Gracias, maestro.
A sus 73, Sylvester Stallone desempolva para el regreso a su personaje icónico, el veterano John Rambo. El hombre que pasa sus días de manera plácida, en un rancho donde dedica las horas al cuidado de sus caballos. Allí convive, y por supuesto cuida celosamente, con una sobrina. Que un día descubre que su padre vive en México y decide -contra la voluntad de Rambo- ir a buscarlo. Cuando no regresa, secuestrada por una siniestra red de trata, el exsoldado sanguinario no lo pensará dos veces antes de salir a buscarla. Lo que sigue, desde que cruza la frontera, es sucio, feo y malo. El México del que mejor separarse con un muro, según la imaginería de los votantes de Trump. Un lugar dominado por la ausencia de ley, con unos villanos malísimos (actores españoles diciendo órale) que parecen estar esperando el cuchillo afilado de John mientras torturan mujeres. El mismo infierno de Get the gringo, también dirigida por Adrian Grunberg, en la que otro americano blanco, Mel Gibson, atravesaba México a bala y fuego. Por suerte, para ellas y los espectadores, la sangre no tardará en llegar, y será generosa. A la altura de un desenlace por cierto duro, melancólico y hasta conmovedor. Que es también la despedida, según se anuncia, del héroe de acción que supo representar, hace casi cuarenta años, la idea de una América feroz y dueña del mundo. En ese lugar, el de (auto) homenaje a semejante ícono, que mantiene intacta su sed de venganza a pesar de las arrugas, es donde la película funciona mejor, sobre todo para los fans de Sly.
El retiro de un héroe de acción El film es una especie de despedida del personaje interpretado por Sylvester Stallone y ofrece a sus fans acérrimos lo que van a buscar: brutalidad, sangre y venganza. Es imposible hablar de “Rambo: Last blood” sin remitirnos a la historia de Sylvester Stallone, porque no se trata de un filme cualquiera, sino que es una despedida, quizás un cierre de etapa para el robusto actor. Es imprescindible destacarlo también, porque gran parte de estos filmes estuvieron producidos por él, lo que significa que no es víctima de malos papeles, sino también conductor de su destino, para bien o para mal. La carrera de Stallone en Hollywood parece dividirse en tres estadíos. El primero, exitosísimo, en el más puro cine de acción, con el que se transformó en uno de los actores más populares -y millonarios- a base de testosterona, tiros y actitud “sí se puede”. Las cinco partes de “Rocky”, “Cobra”, “Tango & Cash”, “Halcón”, y la saga bélica de “Rambo”, que nació en 1982. El boxeador y el ex militar son los papeles más icónicos de Sly. A mediados de los ‘90 su carrera decayó, y en 2006 llegó su reinvención, en lo que podría llamarse la era del sinceramiento y la reflexión: “Rocky Balboa” mostró el ocaso de un ídolo, con una mirada más humana. No era posible separar lo que sucedía en su carrera con lo que vivía Balboa en el largometraje. Ese “realismo” volvió en los últimos años con “Creed”, spin off en el que Rocky entrena al hijo de su amigo Apolo, con dos películas en las que dio una vuelta de tuerca al subgénero deportivo con grandes resultados. En 2008 intentaría algo similar con “John Rambo”, pero queriendo demostrar que el héroe podía dar pelea de guerra, quedó caricaturizado. Pero de los errores se aprende -o se revienta-, y ese arquetipo tosco se satirizó en “Los indestructibles” (2010) y sus dos secuelas, creando la película más pochoclera que pudo con un elenco coral de figuras de acción. Con esa montaña rusa como carrera, vale decir que esta despedida de John merecía un poco más. La historia es la de un ya retirado y “vaquero” Rambo, que debe volver a las andadas para enfrentarse a un cartel mexicano (el prejuicio continúa vigente) para intentar rescatar a su ahijada, que fue secuestrada. Por un lado, se pensaría que este “homenaje” a Rambo debería ser más épico, apoteótico al ritmo de los dioses del género de acción, pero por otro, “Last blood” tampoco quiere ofrecer a sus fans acérrimos más que lo que irán a buscar al cine: brutalidad, sangre y venganza. Stallone, a pesar de sus reflexiones respecto de la vida y el mundo del cine, sabe a quién le habla, y por eso es consecuente con la gloria que recibió a través de los años.
En el 2008 parecía que John Rambo se retiraba de la acción en lo profundo de la selva de la remota Tailandia. En aquella oportunidad no dejó nada vivo. En esta nueva versión de “Rambo Last Blood”, a pesar de su aparente retirada a su rancho en Arizona para criar caballos y llevar una vida apacible, la violencia lo vuelve a convocar. El escritor David Morrell, inició la saga de “Rambo” en 1980, tomando un personaje disfuncional veterano de Vietnam, que utiliza sus conocimientos militares para impartir su propia justicia. Sin embargo Morrrell no concibió a Rambo como héroe, sino como alguien que debe afrontar obstáculos y encontrar el modo de sortearlos, pero Stallone lo visualizó de otra forma. Para el actor Rambo es el elemento descartable de un sistema que crea, diseña, educa e instrumentaliza máquinas de matar, para desecharlas cuando ya no les conviene o no les sirve. Del modo que ve Stallone a Rambo es al revés de todo aquello que signifique ganar. Lo ve como perdedor, cuya victoria está en la derrota, porque su sed de venganza no tiene límites. Aunque Rambo siempre gana, nunca importa. El mundo sigue siendo siniestro, y todo lo horrible se ve como un reflejo de su vida interior. Rambo, no tiene paz y tiene la misma ira asesina que poseen sus enemigos. Todos lo saben, incluido él mismo. Como tal, es un hombre que oscila entre las buenas acciones y la barbarie, entre acariciar un caballo y descuartizar a un enemigo. En “Rambo Last Blood”, se ve un John Rambo cansado, cargado de pastillas, en un estado físico aparentemente muy bueno, que busca olvidar su pasado y sólo se aferra a los buenos recuerdos, como el de su padre, que ocupaba una mecedora en un rincón del porche de su rancho. A pesar del tiempo continúa trabajando con él la que fuera el ama de llaves de su familia: María Beltrán (Adriana Barraza, actriz mexicana de primera línea en la televisión y cine de su país), junto a su nieta Gabrielle (Yvette Monreal, “Matador” -2014). Rambo cría a la Gabrielle como una hija, mientras continúa con sus caballos y cavando un túnel que no se sabe bien para que, si por no perder la costumbre de haberlo hecho como combatiente o por un eventual tifón como los que asolan en distintas épocas del año a los Estados Unidos. A punto de entrar en la universidad, Gabrielle desoyendo los pedidos de su abuela y del mismo Rambo, se escapa a México a buscar a su padre. Allí se enfrenta a la realidad por boca de su padre, del porqué del abandono y en su frustración se refugia en su amiga que la vende a unos traficantes de drogas y trata de blancas. Esta banda integrada por los hermanos Martínez, Hugo (Sergio Peris-Mencheta, “Resident Evil Ultratumba”, 2010, “Como la vida misma”, 2018) y Víctor (Oscar Jaenada, “Cantinflas”, 2014, “Manos de Piedra”, 2016), unos villanos que no están dispuestos a soltar cualquier presa. Cual héroe de Western John Rambo, baja de su caballo para ir a buscar a la imprudente jovencita. Allí se enfrenta a la poderosa organización de los Martínez, cuyos secuaces lo dejan tirado y molido a golpes en la calle. En una trama secundaria la periodista independiente Carmen Delgado (Paz Vega, “Lucía y el sexo”, 2001, “Los amantes pasajeros”, 2013) que sigue los pasos de la terrible banda, lo ayuda. En esencia“Rambo Last Blood”, es un filme mexicano con un personaje no hispano: John Rambo. Parte del filme se desarrolla en una frontera no identificada de México, y por lo tanto los villanos como la gente decente son de origen hispano. Es que el tema de la frontera de EE.UU con México no sólo es complicado sino que es aterrador. Lo que muestra “Rambo Last Blood”, es la décima parte de lo que ocurre realmente. Tanto Tijuana como Cuidad Juárez, Nogales, Tamaulipas o Matamoros son centros fronterizos que aún no se pueden desarticular desde el gobierno mexicano, porque los capos de mafias son muy poderosos. Por eso tal vez “Rambo Last Blood”, se haya centrado en el tema de la trata de blancas y la droga como una forma de alertar sobre lo que sucede en la frontera, que a la vez es nido de coyotes que trafican con migrantes y personajes de cualquier calaña que rodean a los mafiosos. La primera parte del filme dirigido por Adrian Grumberg (“Vacaciones en el infierno”, 2012), con guion de Sylvester Stallone y Matthew Cirulnick, está en tono crepuscular y gira sobre un antihéroe cansado, que solo quiere vivir en paz criando caballos en su rancho de Arizona. Salvando las distancias trata de acercarse a aquel cine fronterizo de “Mr. Majestyk” (Richard Fleischer, 1974), con otro personaje veterano de Vietnam y protagonizada por Charles Bronson, semejante en físico y estilo interpretativo al de Stallone. También recuerda, en cierto sentido, a “Sin perdón” de Clint Eastwood (1992). La segunda parte del filme muestra todo el poder destructivo de las armas y la inventiva de un hombre que utiliza todo su ingenio para destruir al enemigo que, al igual que él en la primera parte, llega sin conocer el terreno. En lo que respecta a los aspectos más técnicos, es un buen trabajo, que en algunos planos recupera el tono de western y que funcionan bien acondicionados en las variaciones de la banda sonora de Jerry Goldsmith (la de la película original) y "Five to One" de The Doors. A la vez se alternan planos cortos, con cámara movida con contraluces y tonos cálidos, pero muy oscuros casi al final de la película. “Rambo Last Blood”, es un filme de acción al mejor estilo Hollywood, pero con ciertos problemas de ritmo, algunos personajes sin definir, y con un desenlace en donde se puso en extremo el centro de la acción. Los minutos finales transcurren en una indescriptible sucesión de trampas mortales, y fuego cruzado, que no son artificiales, hasta que llega el descanso del guerrero en la mecedora de su padre. Los fanáticos de la serie disfrutaran una vez más ver a su héroe resucitar entre los muertos y contemplar en los créditos una compilación de las mejores escenas de las cuatro películas anteriores de John Rambo.
Stallone y un Rambo inagotable “Rambo: Last Blood” es el regreso del soldado perfecto, declarando una última y justificada guerra personal. Lo políticamente incorrecto del personaje se aborda con autoparodia y humor negrísimo. Cuando pasaron los años de Reagan pudimos apreciar lo buenas que eran las películas de Rambo, desde la original de Ted Kotcheff -aún un original modélico- hasta la loca tercera, con talibanes buenos contra rusos malos. Después, en 2008, Stallone dirigió una sangrienta locura que no está nada mal, y ahora esta, que es el final de la serie y muestra al tipo avejentado, nunca capaz de reposo, con una historia que recuerda un poco a las últimas películas de Liam Neeson (que es un Rambo que nació viejo, digamos). La trama de venganza e incorrección política (porque hoy todo Rambo es políticamente incorrecto) es menos que ese cuerpo trabajado y anciano, que recuerda a un roble añejo, declarando una última y justificada guerra personal. Sí, es cierto, por momentos la autoparodia se hace cargo con humor negrísimo. Sí, también es cierto, algunos litros de sangre están de más. Pero nada de esto empaña a ese monumento que camina, a ese Stallone al que nunca le dieron el Oscar como actor que merecía (porque es puro cine) pero aún se mueve y disfruta de estar ante la cámara tensando un arco o tirando con una ametralladora. Lo demás posee la sabiduría de combinar un paisaje limpio y bello con un laberinto de trampas truculentas, y funciona. El cine como forma física, perfecta y conscientemente bidimensional: eso es Stallone y eso es Rambo.
Vuelve Rambo. Innecesario regreso. A fines de los 70 y comienzo de los 80, corrían tiempos de conservadurismo retrógrado y rancio en el mundo, que se extenderían hasta bien entrados los 90. Reagan y Tatchter eran las figuras del mundo político. Sylvester Stallone convirtió dos personajes en íconos: Rocky y Rambo. Así, apenas con un apodo y un apellido, cortos, fáciles de memorizar, ya se decía todo. Y, ambos, bien podían considerarse representaciones culturales de su tiempo. Si toda la construcción del sueño americano, a partir del deporte y del esfuerzo individual, parecía encarnarse en el boxeador; el de la posibilidad de salir del trauma de la guerra, y sobre todo, de la derrota nacional, se corporizaba en el del veterano de Vietnam. Más allá de los toques de humanismo y de las justificaciones pergeñadas en Rambo: primera sangre (1982), para “salvar” a su protagonista, la saga siempre recibió críticas por el uso de la violencia, que algunos consideran excesivo y otros efectista, pero que siempre denota una filosofía más profunda que la respuesta al mero regodeo morboso del espectador. Después de cuatro títulos, llega Rambo: Last Blood, que parece venir a cerrar la saga. John Rambo (Stallone), retirado en su rancho familiar, vive alejado y tranquilo. Hasta que su sobrina, en busca de su padre, cruza a México y es desaparecida por un cartel que comercializa drogas y mujeres. Todo está servido para que la última aventura dé comienzo. El grado de irresponsabilidad en fabricar y mantener estereotipos en superproducciones hollywoodenses es moneda corriente. Pero antes de llegar a eso, y centrándonos en el asunto artístico, sólo se puede decir que esto es una vergüenza. Las previsibilidades en el guion, las inverosimilitudes, los personajes de machietta, las actuaciones superficiales, los «mensajes» a transmitir, son un agravio al cine. Y a la inteligencia. La subestimación del espectador, ofreciendo todos los golpes bajos posibles, y las justificaciones del uso de la violencia sanguinaria y “redentora”, en cataratas de sangre y muestrario de todas las maneras posibles de matar, no deberían ni causar gracia, aunque no sea esa la búsqueda final y porque no es la intencionalidad final, claramente. Que haya latinos buenos, que hacen de sirvientes, y hayan conseguido que el protagonista entienda y hable el idioma, no compensan, ni mucho menos, la construcción de una amiga traicionera y resentida o la de los miembros del cartel mexicano: criminales, sociópatas, machistas y, a la larga, bastante idiotas y perdedores, que viven tras la frontera donde todo está permitido y los policías yanquis no pueden hacer nada porque no tienen jurisdicción (como se dice explícitamente). Donde no hay Ley, hay necesidad de un Rambo. De lo que no hay ninguna necesidad, es de estos productos que siguen manejando conceptos raciales, de género, políticos, sociales, clasistas, que sostienen un mundo que es imprescindible denunciar, desfondar y reconstruir. Rambo: Last Blood ni siquiera se merece un público que se escude en el gusto culposo y que se justifique desde la risa para pensarse como estando afuera y no sosteniendo estas ideas, como mínimo, reaccionarias.
SE NECESITAN DADORES DE ÚLTIMA SANGRE En los últimos años, Stallone se ha dedicado a tener una suerte de gira despedida de sus personajes más queridos (y no tanto) en producciones de mediano presupuesto y algunas que rozan la Clase B como algunos policiales lamentables recientes. Lo logró con ambas entregas de Creed en las que fue capaz de entregar un cetro, al mismo tiempo que convertía a su personaje, Rocky Balboa, en un legítimo donante de experiencia e inspiración. Y con Rambo venía teniendo consistencia hasta la cuarta entrega, que no dejó de reunir los elementos típicos de la saga, aunque retornaba con el mensaje anti-belicista de la primera. Pero lo que sucede en Last blood es el peor final. En principio, la película se plantea como un drama detectivesco con una salida sangrienta. Y quizás el “detectivesco” le quede demasiado grande si nos ceñimos a la sagacidad del investigador en cuestión, un John Rambo que no sólo se ha aburguesado y formado una pseudo familia con hija/sobrina adoptiva y todo, sino que no es capaz de sostener un sentido de alerta mínimo como para no reconocer cuando puede ser emboscado y asesinado por una pandilla de no menos cincuenta oponentes. Lejos está de ese soldado invisible capaz de perderse entre los matorrales y matar con el borde de una hoja; evidentemente, la vejez no viene sola. Todo comienza cuando su protegida, una adolescente que no parece ni demasiado rebelde ni demasiado difícil de manejar, tiene la inquietud de ir a ver a su padre tras de la frontera mexicana, a pesar de que él mismo ha negado querer tener trato con ella. El bueno de John, que está más verborrágico que nunca, le aconseja que no lo haga, pero luego, en lugar de permanecer alerta y evitarlo, se verá obligado a ir a buscarla temiendo lo peor. El conflicto central pasa por un caso de trata de personas, que no está lo suficientemente desarrollado y ni siquiera luce a sus villanos como para disfrutar de esa tensión necesaria. De hecho cuenta en el elenco con el mítico “Luisito Rey” (Oscar Jaenada), el actor que interpretó al padre del cantante Luis Miguel en su serie y que sedujo a todos con su intrínseca maldad, y fue absolutamente desaprovechado. Lo mismo sucede con Paz Vega, la actriz española que merecía un poco más que los dos casi “cameos” que tiene para lo poco que hace y aporta en ese lugar en el que habitualmente recae un coprotagónico. Pero no sólo allí está el problema, cuentan las malas lenguas que el guión fue reescrito varias veces y el corte final reeditado por pedido del mismo Stallone, que no estaba para nada convencido por el resultado. Y honestamente no queda claro qué lo convenció al final, porque se nota que la película no es más que un pasticho de escenas pegadas en las que nada se construye como debiera. Hasta en Búsqueda implacable el tema de la trata está mucho mejor desarrollado. Quizás si se hiciera un video deep fake colocando la cara de Stallone en la de Liam Neeson todo cobraría mayor sentido. O yéndonos al entorno mexicano fronterizo, hasta Sangre de mi sangre con Mel Gibson tiene mucho más de eso que se necesitaba para resucitar a este ícono de los 80/90. No obstante, hay que reconocer que si bien tarda en arrancar, y todo se aglutina mayormente en la tercera parte del film, que apenas dura 90 minutos, las escenas de mayor violencia nos dan todo lo que esperamos de una película con Rambo de protagonista. Sangrienta, despiadada, con armado de trampas caseras y decenas de víctimas que simplemente merecían caer bajo el fuego o el filo de nuestro recordado soldado favorito. Probablemente a varios les alcance esta suerte de final de Mi pobre angelito versión psicópata asesino vengador, pero eso no deja de pasar por una gran subestimación a quienes venían esperando una última sangre bien espesa y se encontraron con este milkshake de frambuesa.
Cuesta entender cómo Rambo llegó a la quinta película, es decir, cómo una idea que fue lograda en 1982 con “La primera sangre” vuelve ahora 37 años después con “La última sangre”, para respetar la traducción original. La historia de John Rambo, aquel veterano dolido tras la Guerra de Vietnan, todo un plato apetitoso para la filmografía norteamericana, ya cumplió un ciclo. Sin embargo, Stallone quiere seguir sumando dólares con esa marca. Y no sólo apostó con su productora Balboa Productions, sino que también metió mano en los guiones, y no se imaginan cómo se nota. La película es simplemente obvia. A Rambo le secuestran la sobrina y combatirá con una red de trata de mujeres en México para traerla con vida. A veces las cosas salen mal y Rambo, quien en la escena más trágica demuestra que es el peor actor para hacer una escena dramática, querrá vengarse de todos. Hay ríos de sangre, una historia recurrente y un final que mueve a risa por lo gore tirando a bizarro. Sólo para fans.
Si realmente cumple con su palabra y esta película en efecto es la última entrega de la saga, Sylvester Stallone se despidió de un personaje icónico del cine de acción con una de las mejores interpretaciones de su carrera. Rambo: Last Blood es el capítulo más emocional de la franquicia y tiene la particularidad de explorar al personaje desde otra perspectiva. Una particularidad que tuvo esta serie es que cada relato trabajó una temática diferente en variados escenarios que tenían como telón de fondo algún conflicto de la actualidad de ese momento. El nuevo film desarrolla el argumento en el marco de un típico thriller de venganza que debe ser analizado dentro del contexto de la saga. Si Stallone no interpretara a Rambo los hechos demenciales que comete el protagonista no tendrían ningún sentido y sería un clon grotesco de las películas del Vengador anónimo de Charles Bronson o la serie Taken con Liam Neeson. Si querés hilar más fino ponele una remake más de Man on fire, la original con Scott Glenn de 1987, que también tenía a un veterano de Vietnam como protagonista en un conflicto similar. Sin embargo, en este caso la trama se relaciona con Rambo y ese tercer acto visceral y perturbador que presenta la historia no es otra cosa que la catarsis emocional de toda la mierda que vivió el personaje en su vida. Stallone siempre concibió al soldado como una especie de Frankenstein moderno creado por el Ejército de los Estados Unidos y en esta conclusión retoma ese concepto. No se trata de la simple aventura de un héroe justiciero sino del colapso emocional de un psicópata que vuelve a reconectarse con esa barbarie y salvajismo que intentó dejar atrás. Un tema que Stallone, quien maneja los detalles como los dioses en sus guiones, inserta en el film durante las primeras escenas. Desde los minutos iniciales se nos recuerda que Rambo está completamente loco y esa imagen que intenta dar de un ranchero pacífico de Arizona es tan solo una fachada. John no duerme en una habitación normal sino en una cueva que recrea los bunkers de Vietnam. Su rutina diaria se centra en tratar de controlar a esa bestia interior, como lo haría Bruce Banner con Hulk, que lo atormenta permanentemente. Su apariencia pudo haber cambiado, ahora lleva el pelo corto, pero sigue siendo el mismo. Los fantasmas del pasado todavía lo perturban y cuando le quitan esos pequeños vínculos íntimos que lo ayudaban a tener una mínima existencia normal, digamos que sus enemigos no la van a pasar bien. A diferencia de los filmes anteriores, que enseguida se centraban en la acción, en Last Blood la tensión se incrementa de un modo pausado hasta que estalla en una carnicería brutal, que no seamos hipócritas, es también lo que se espera de una entrega de Rambo. Un párrafo aparte para los tilingos trasnochados que denostaron esta película por las supuestas actitudes xenófobas hacia la comunidad latina. Una producción que encima fue avalada por el propio público mexicano que supuestamente debería sentirse ofendido y genera que esas apreciaciones sean más disparatadas todavía. Creo sinceramente que si estos hipsters de la prensa levantaran sus culos en algún momento de los sillones de Starbucks e indagaran sobre la realidad de México con el problema narco tal vez comprenderían un poco más lo que hicieron en este film con ese tema. Last Blood reconstruye de un modo brillante esa región fronteriza del país tal cual el escritor Don Winslow describió en esa obra maestra del género policial que fue El poder del perro. De hecho, los hermanos Martínez que interpretan Sergio Periz-Mencheta y Óscar Jaenada tienen más de un punto en común con los hermanos Barreda de Winslow. La trama expone una realidad que existe en la actualidad y es responsable de centenares de muertes por día. La impunidad de los narcos, la corrupción policial y el modo en que opera el sistema de la trata de blancas no lo inventó Stallone sino que es parte de una realidad cotidiana que se vive en Mexico. Un país donde la gente puede desaparecer de la nada y las autoridades no mueven un pelo. Por eso el discurso de la película pro-Trump es de una imbecilidad épica, especialmente cuando el relato se centra más en el drama personal del protagonista que en propagar alguna ideología política. Intentan hacerse los intelectuales profundos con una producción de Rambo y salen con estas estupideces que son imposibles de tomar en serio. En lo referido a la dirección de Adrian Grumber, responsable de la serie Narcos: Mexico (quien algo entiende también de este tema) su labor es muy buena. Me encantó la introducción que le da a Rambo al estilo Django y ese tinte de western que está presente en su narración y encuentra su punto más alto en esa memorable última toma durante los créditos finales. En materia de acción cuando John entra en modo Jason Voorhees y canaliza en sus enemigos toda la furia contenida, la película se convierte en un desquicio absoluto. Si bien esos momentos resultan completamente grotescos, los hechos tienen una coherencia con la locura que padece el personaje. Por otra parte, Last Blood cuenta probablemente con el mejor reparto secundario desde la primera entrega de la saga, donde tienen muy buenos momentos Adriana Barraza y la joven debutante Yvette Montreal, quien brinda una interpretación estupenda. Períz-Mencheta y Jaenada forman una dupla que se hace odiar y dejan una muy buena impresión en el rol de los villanos. Vuelvo a reiterar, como ya escribí en otras ocasiones, hay que disfrutar a Sly mientras lo tenemos vigente porque el día que falte el cine de acción no volverá a ser el mismo. A los 73 años vuelve a demostrar por qué es el más grande en la historia de este género y despierta emociones en una sala de cine que ninguna otra figura en esta clase de películas puede generar con sus interpretaciones. Si son fans de la saga no la dejen pasar y vaya a disfrutarla en la pantalla grande.
Aún me estoy secando la sangre que salpicaba desde la pantalla. La intensidad de algunas escenas de Rambo Last Blood es impresionante. Nada que no hayamos visto en alguna película gore, pero aquí llama más la atención porque es un personaje al cual conocemos y que han escalado en cuanto a lo gráfico para mostrar. Había expectativa con este film y ha desatado cierta controversia. ¿Pero acaso hoy eso no es lo normal? ¿Qué cosa, evento o estreno importante no generan controversia? Si hay una mirada xenófoba hacia mexicanos y/o si es fascista es otro debate. El cual también es interesante, pero esta reseña no abordará el tema. Stallone decide mostrar el lado más humano y el más elemental de un veterano de guerra con stress post traumático. Se deja bien en claro desde el principio, algo que no se tocaba con claridad desde la película original de 1982. Porque después de eso Rambo se convirtió en héroe de acción de los 80s, en franquicia con serie animada incluida. Y en la cuarta parte de 2008 solo se mostró brutalidad. Fue un gran acierto situar otra vez al personaje en Estados Unidos y en darle una familia, pero al mismo tiempo resulta extraño que nunca hayan aprovechado las películas anteriores para establecer algo sobre su vida anterior. Únicamente en la primera nos enteramos de sus cosas, pero solo en el clímax, en la memorable escena (hoy también hecha meme) cuando se quiebra ante el Coronel Trautman (Richard Crenna). Aquí Stallone y el director Adrian Grunberg, quien ya había demostrado buenas dotes para la acción en Get the gringo (2012) trabajan muy bien la psiquis del personaje y su explosión. Para cuando llega el tercer acto, y sobre todo en el final, la euforia ya es demasiada y se salda con el gran espectáculo que se le brinda al espectador. Amén de eso, la gran contra que tiene es que es todo demasiado previsible. No hay sorpresa alguna. Es lo único que le objeto, porque más allá de eso es una genial despedida del personaje. En definitiva, Rambo Last Blood es una gran película de acción, con violencia extrema por momentos, que deja muy satisfecho a los fanáticos.
El último soldado Pasaron más de diez años para que Sylvester Stallone finalmente decida retomar una de las franquicias de acción más importantes de todos los tiempos, protagonizada por otro de sus icónicos personajes. “Rambo: Last blood” es la quinta entrega del héroe bélico que ya lleva más de 35 años luchando en diferentes partes del mundo. En esta oportunidad la trama se aleja de los combates en territorios hostiles como Birmania o el rescate de soldados prisioneros en Vietnam para reducir todo a una simple película de venganza. En “Rambo: Last blood” nuestro veterano de guerra sigue lidiando con sus conflictos del pasado mientras convive en un rancho con una adolescente a la que ayudó a criar, quien durante un viaje a México es secuestrada por una red de prostitución clandestina. A partir de este suceso, Rambo deberá una vez más hacer uso de sus tácticas de combate para cruzar la frontera y enfrentar a los captores de la joven. Aunque a diferencia de las últimas entregas, donde la acción ocupaba gran parte del relato, esta vez el desarrollo de la historia busca explorar el costado más humano del personaje. Al momento de su estreno en los Estados Unidos, la película causó cierto revuelo entre la prensa especializada, acusando a Stallone de promover una postura a favor de las políticas de Donald Trump contra el pueblo mexicano. Lo cierto es que “Rambo: Last blood” es una nueva excusa para que los fanáticos de la saga puedan reencontrarse con su máximo ídolo; y si bien la propuesta no se destaca frente a otros exponentes del género, la sola presencia de la estrella y las escenas finales donde se desata una carnicería altamente placentera, son motivos suficientes para justificar el precio de la entrada. Por Enrique D. Fernández
El regreso de un héroe “pura sangre Sylvester Stallone se pone en la piel del veterano de guerra John Rambo en el final de la mítica saga Cuatro décadas después de irrumpir en la pantalla en una película inolvidable, el veterano de Vietnam y paciente con “trastorno de estrés postraumático”, John Rambo, regresa para una última misión. Retirado, viviendo como un cowboy en su rancho familiar de Arizona, el ex soldado deberá salir de su letargo cuando descubra que su ahijada ha desaparecido del otro lado de la frontera. En un raid de acción y venganza, Rambo se enfrentará a una peligrosa red dedicada a la trata de personas. Una guerra personal marcada a fuego y sangre. En 1982 se estrenó First Blood, un drama de acción en el que Sylvester Stallone interpretaba por primera vez a uno de sus dos personajes fetiches (el otro obviamente es Rocky) El impacto de aquella película dirigida por Ted Kotcheff fue inmediato. Se trataba de una historia que hurgaba en las secuelas de los veteranos de guerra de Vietnam y en la incomprensión e invisibilización a la que debían enfrentarse en una Norteamérica republicana en plena Guerra Fría. Era sin dudas, el lado oscuro del “sueño americano”. Aquel primer Rambo, era señalado y estigmatizado por la policía y “el hombre blanco”, y luchaba por hacerse un lugar en el país por el que había dejado la piel en combate. Las secuelas fílmicas venideras, dejaron de lado esta línea argumental y se interesaron más en el costado táctico y las habilidades de combate del personaje que en su psicología. Este último capítulo (titulado acertadamente Last Blood) no solo cierra el círculo alrededor de Rambo, sino que además funciona como una pintura/homenaje al cine clase B de acción que Stallone supo cultivar como uno de sus máximos exponentes, y lo coloca del otro lado del mostrador, del señalado en aquella primera cinta, pasa a ser “el dedo acusador” de diferentes y excluidos. El argumento puede resultar rudimentario, por momentos torpe y hasta predecible, pero el director Adrian Grunberg apuntalado por Sly desde el guión, nunca apela a un tono paródico para narrar la historia. Sin locaciones selváticas o bélicas, la historia se mueve dentro de una estética fronteriza que le sienta muy bien. No hay desarrollo de los personajes, y poco se sabe de las motivaciones, pero si algo queda claro es que John Rambo es único, implacable y seguramente votante de Trump. Play El metraje se encuentra dividido en dos actos bien claros, el primero sigue al “héroe crepuscular” en lo que parece el epilogo de su vida. En el segundo abundan las matanzas y la violencia, en un fresco que remite a aquellas películas de los ochenta en las que no había tanta corrección política y la sangre, las heridas abiertas, los huesos quebrados y los cuerpos desmembrados eran parte del cóctel. Last Blood, tiene tanta hemoglobina como una película de terror, los cadáveres se apilan de a cientos ante la mirada del rostro curtido, inexpresivo y “cirujeado” de un Stallone que aún sigue siendo tan carismático como en los lejanos ochentas. Quien quiera ver más allá de lo explícito podrá encontrar, como ya anticipamos, estereotipos, momentos reaccionarios y cierta estigmatización de los personajes latinos. Pero, no habría que olvidar, que estamos ante una ficción, y que a su manera, también esta producción es un retrato de la América actual y del discurso de quien comanda aquella Nación. Rambo: Last Blood es cine de explotación, salvaje e irresistible. El testamento fílmico del último gran héroe de acción, del máximo abanderado del “Dios Salve a América”.
El héroe que siempre regresa con los republicanos El aguerrido personaje de Sylvester Stallone regresa por quinta vez a la pantalla grande con una película más intimista, en apariencia, pero que deja al descubierto las políticas actuales Se pueden decir muchas cosas de Sylvester Stallone: que tiene nula capacidad actoral, que sus personajes son todos iguales y que ya está pasado de moda. Pero lo cierto es que el septuagenario actor se las ha ingeniado para mantener en pantalla por al menos 35 años a dos de sus criaturas más entrañables: Rocky y Rambo. En el primero de los casos, “Sly” logró reconvertir al campeón en entrenador del hijo bastardo de su mejor amigo y rival, y con eso le dio cuerda para un rato más al púgil. Sin embargo, ¿cómo insuflarle oxígeno a un personaje tan obsoleto como Rambo, un emblema de la lucha contra el comunismo? La respuesta se encuentra en el gobierno republicano de turno: declararle la guerra a los mexicanos. Pero no a cualquier azteca sino a los narcos de ese país, personajes retratados como seres carentes de todo tipo de emociones (salvo que les toques a la propia sangre) y capaces de las peores atrocidades a nivel humano. Para entender este fenómeno hay que remontarse al estreno de Rambo (1982) que no tenía ese nombre en los Estados Unidos, sino First Blood (Primera Sangre, un término que se refiere al primero que inflige daño a un oponente), una novela escrita 10 años antes por David Morrell, que se convirtió en un documento “de lectura obligatoria” en los institutos educativos de EEUU por el tratamiento que se le da a la “polarización” que había surgido entre los veteranos de la Guerra de Vietnam y el resto de la población de ese país. El pensamiento de ambas facciones se va alternando, en los capítulos, en los que el autor explora el perfil de John Rambo, un ex boina verde entrenado para matar sin piedad, y el del sheriff Teasle, la autoridad de un pueblo que no quiere al soldado en sus calles. La película, dirigida por Ted Kotcheff se filmó en base a la figura de Stallone, y haciendo foco en el drama del veterano marginado de la sociedad, en tanto que el sheriff era visto como un villano y sus aguaciles como secuaces. Como casi todo lo que tenía el nombre de Stallone en los ´80, la película se transformó en un suceso que le deparó 125 millones de dólares de taquilla sólo en los EEUU, y sentó el precedente de otra franquicia redituable para el musculoso actor, que a los tres años, logró regresar a su personaje a la pantalla grande para enfrentar a uno de los peores enemigos de la administración del entonces presidente Ronald Reagan: los comunistas. En Rambo II (Rambo: First Blood part II, 1985), el protagonista regresa al infierno de Vietnam, en donde descubre que todavía hay soldados norteamericanos retenidos como prisioneros de los seguidores de Ho Chi Min, un tema “robado” a la Desaparecido en Acción (Missing in Action) de Chuck Norris que había llegado a los cines un año antes. Es curioso como este personaje le resultó funcional a Reagan en su pelea con los “rojos”, en tanto que Stallone pregonaba un doble mensaje con su otra cara, ya que ese mismo año Rocky (IV) se enfrentaba a Ivan Drago en Moscú y conquistaba a los soviéticos con un mensaje de paz. Pero una vez que el “semental italiano” se durmió una siesta de varios años, Stallone resucitó al boina verde en 1988, también bajo la atenta mirada de Reagan, para un nuevo asalto contra los rusos, en este caso en Afganistan, un país que sufría una invasión militar soviética, y al que los “yankees” apoyaban con logística y armas. Pero después de esta batalla de un solo hombre, y con muchos proyectos en carpeta, Sylvester dejó de lado a sus dos personajes emblemáticos y recién los retomó en la década pasada. En Rambo: Regreso al infierno (John Rambo, 2008) el veterano vuelve, otra vez durante un gobierno republicano, en este caso el del paupérrimo George Bush Jr., en una aventura en la que enfrenta a efectivos del ejército birmano para defender a unos misioneros que desean hacer llegar medicinas a un grupo de refugiados. Pasaron 11 años y, en medio de otro gobierno republicano, en este caso el de Donald Trump, Rambo vuelve, aunque en este caso reconvertido en un cowboy que decide tomar la justicia en sus propias manos y recatar a su sobrina y única descendiente de su familia de un cartel mexicano que se dedica a secuestrar jóvenes para la trata de mujeres. En este caso, la historia muestra a un Rambo asentado en un ámbito familiar, en el rancho que manejó su padre hasta el día de su muerte, pero en el que se ve que no ha podido manejar sus viejos hábitos. Es por eso que debajo de la superficie, el veterano soldado ha construido una serie de túneles en los que vive y fabrica todo tipo de armas. La aparición de estos narcos sólo logra despertar al monstruo que tiene encerrado con medicación psiquiátrica en su interior, y es por eso que la guerra comienza de nuevo. Es difícil imaginar cómo es que hay actores mexicanos que se prestan a filmar personajes tan estereotipados, que sólo sirven para exagerar los rasgos reaccionarios de Rambo; y la respuesta aparece al leer las notas de producción en la que se ve que la película es una coproducción entre Estados Unidos, España y Bulgaria. Así vemos actores de nacionalidad española como Paz Vega, Óscar Jaenada y Sergio Peris-Mencheta interpretando a mexicanos, en tanto que la granja familiar, situada en la ficción en la frontera con México para delicia de Donald Trump, es en realidad una construcción realizada en Bulgaria. Sin embargo, a la hora de los hechos, el film de Adrian Grunberg –el mismo que dirigió al también veterano Mel Gibson en Vacaciones Explosivas (Get The Gringo, 2012)- no desentona con el resto de los films de este personaje y realizan una “traslación” correcta del personaje a tierra norteamericana. Con un guión que deja mucho que desear, Stallone hace lo que puede para recrear por última vez a este personaje y darle un cierre digno, con un film que se puede considerar como “correcto” para el género, pero olvidable para el resto de los mortales. Injusticias que merecen ser resueltas, armas al por mayor, sentimientos encontrados y mucha pero mucha sangre (y gore) son los elementos que Sylvester garantiza con su siempre efectivo carisma a prueba de balas.