Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

El nombre del juego.

Creo que las películas de Mariano Cohn y Gastón Duprat son personalísimas, con ideas narrativas y de puesta en escena poco o nada exploradas en el cine argentino, y que los mundos que construyen casi no tienen paralelo en la historia de la cinematografía local. O sea, que son directores que le imprimen a su cine una visión propia sin importar con qué materiales trabajen: documental o ficción, comedia o grotesco. Pero hay algo de la manera en que ven el mundo y el cine que no me gusta nada, y lo peor es que, supongo, ese es el núcleo de su propuesta y lo que atrapa a los espectadores que gustan de sus películas. Se trata de la crueldad que exhiben para con sus criaturas, la forma en que las pintan como patéticas, ventajeras, inmorales y, en consecuencia, el castigo que les sobreviene: las cosas malas que le pasan a personajes como Leonardo (de El hombre de al lado) o a Ernesto, en cierta medida (parecieran decirnos las películas) están justificadas por el carácter nefasto que los signa. Así, el cine de Cohn-Duprat queda encerrado en un círculo de maldad que es imposible desanudar: las películas hacen a sus personajes miserables, entonces tienen el imperativo moral de castigarlos, de someterlos a cuanta tortura física y psicológica sea posible. Rechazo de plano esa propuesta: el cine Cohn-Duprat definitivamente no es para mí, y así como esa visión del mundo me resulta condenable, estoy seguro que a muchos otros espectadores les pasa lo mismo. Pero este rechazo que me producen sus películas es lo que, en cierta forma, más rescato: el carácter límite e incorrecto de su cine, su voluntad de llevar hasta el límite una violencia ejercida sobre sus personajes sin matizarla ni esconderla. Otras películas operan de manera similar pero sin la franqueza de Cohn-Duprat; ellos lo de hacen de frente. Esa irreverencia y falta de reparos en la sensibilidad del público me atrae: Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo es una película que estuvo a punto de hacerme levantar de la butaca e irme de la sala varias veces, y el apuntar a generar ese rechazo moral o adhesión total a un comentario sobre el mundo, eso es algo que valoro; gestos así, formulados en caliente y a lo bestia, no abundan en el cine argentino. Cohn y Duprat no se andan con chiquitas, lo suyo es todo o nada; sus películas, desafiantes, nos dicen “si no te gusta te vas, y a mí qué me importa”.

Querida… representa con claridad una evolución en el marco de la obra de los dos directores. Como si la crueldad hacia sus personajes anteriores no hubiera sido lo suficientemente explícita, esta vez Cohn-Duprat calibran mucho más su propuesta y hacen una película que, prácticamente, puede decirse que está hablando no solo del cine, sino del cine que hacen ellos. En Querida… hay un “hombre raro” que por azares climáticos (le caen encima dos rayos consecutivos) adquiere los poderes de un semi dios, pero como no busca la riqueza ni la gloria, el tipo se va a dedicar a jugar con la vida de otras personas. Ernesto es una de sus tantas víctimas, un personaje frustrado, triste, derrotado, el cobayo perfecto para las diversiones del hombre raro. Pero si esta historia ya presenta evidentes signos de autoconciencia (el hombre raro es una especie de demiurgo que abre líneas de tiempo para que su personaje, Ernesto, las habite) la presencia de Alberto Laiseca suma otra capa “meta”. Resulta que Querida… es un cuento inédito del escritor, y este aparece de a ratos frente a la cámara explicando y comentando los avatares de los personajes, casi siempre burlándose de Ernesto y festejando sus fracasos estrepitosos. Entonces, un personaje juega con otro cuando en realidad es Laiseca el que juega con los dos. Y si queremos complicar más las cosas, se podría decir que detrás de la cámara que los observa están los directores, riéndose y moviendo los hilos de ese relato dentro del relato, jugando ellos a su vez con todos. Eso sí, acá “juego” hay que entenderlo en los términos más salvajes posibles. Para los directores el jugar se traduce en un disfrute primitivo, casi animal, como los que despuntan los chicos cuando cazan y torturan bichos. Juego cruel, terrible, Cohn y Duprat capturan en su red a Ernesto y juegan con él, lo ponen patas para arriba, lo golpean, le sacan el aire, lo meten adentro del agua, le clavan agujas. No soy quién para decir qué es juego y qué no, cuándo jugar está bien o está mal, pero sí que este juego no es para mí. Respeto a Cohn y Duprat por patear el tablero e instalar reglas nuevas dentro de un cine poco entregado a lo lúdico, y probablemente siga mirando de reojo sus divertimentos, pero difícilmente entre a jugar con ellos.