Puente de espías

Crítica de Diego Papic - La Agenda

El heroísmo y la patria

‘Puente de espías’ es un relato fascinante y perfecto con un héroe clásico y una mirada extraordinaria sobre los conceptos de patria e individuo.

Hace un año y medio se dio a conocer la noticia: los hermanos Coen iban a escribir el guión de una película de espías ambientada en la Guerra Fría, la iba a dirigir Steven Spielberg y la iba a protagonizar Tom Hanks. En ese momento dije: ya es un 10. Esa película ya existe, se llama Puente de espías y se estrena hoy en Argentina. ¿Es un 10?

Las expectativas eran demasiado altas. ¿Cómo podrían convivir el clasicismo optimista de Spielberg con el humor negro -o gris- de los Coen? En primer lugar, hay que decir que el guión es de un tal Matt Charman y que los Coen sólo lo revisaron y pulieron. Se pueden encontrar huellas de los hermanos en algunas líneas de diálogo agudas y quizás en una segunda o tercera visión puedan encontrarse otros rastros, como si de una excavación arqueológica se tratara, pero Puente de espías es una típica película de Spielberg de principio a fin.

La historia está basada en un hecho real y se puede dividir en dos partes claras. Al principio amaga con ser una película de juicio y después pega un volantazo y entra de lleno en el género de espías. James Donovan (Tom Hanks) es un abogado especialista en seguros al que Spielberg presenta es una escena extraordinaria como un experto en esgrima verbal: Donovan es nuestro héroe y ese es su poder. Los jefes del estudio donde trabaja le encargan un caso atípico: tiene que defender a Rudolf Abel (Mark Rylance, a quien le pongo fichas para el Oscar), un espía ruso. La defensa es una cuestión formal como para hacer honor al carácter democrático norteamericano, pero lo cierto es que en plena Guerra Fría un espía ruso es el peor de los criminales y hasta el juez que lo va a juzgar sabe de antemano que no queda otra que condenarlo. Pero Donovan se toma su tarea en serio y está decidido a defenderlo de verdad, aunque se transforme él mismo en un enemigo de la sociedad y su propia familia sufra las consecuencias.

En su novela El impostor, Javier Cercas define al héroe como alguien que dice no cuando todos dicen sí y esa acepción es la primera que me vino a la mente al ver el devenir de Donovan. Nuestro héroe le dice que no al juez, a su mujer, a sus jefes, incluso a su defendido, para seguir su camino, su misión. Pero después el héroe entra en su aventura: se va del mundo corriente y entra a una región de maravillas sobrenaturales. La cita es de Joseph Campbell, célebre mitólogo que famosamente definió al héroe, y en este caso la región de maravillas sobrenaturales es la Berlín partida en dos por el muro, que es espejo del mundo partido en dos, y las “fuerzas fabulosas” a las que se enfrenta no son otras que las de los dos gobiernos o regímenes.

Ahí empieza la segunda parte de la película, en la que Donovan tiene que negociar con espías orientales el intercambio de prisioneros. Tal vez por lo apasionante de la primera parte, esta segunda palidece un poco en comparación. Está lejos de ser mala o regular o incluso estándar: Spielberg es un genio que maneja el relato como pocos, Donovan es un personaje extraordinario y hay dos o tres escenas de esas que es imposible encontrar en otras películas. Pero pienso en Argo, por ejemplo, y a este capítulo de espías le falta un poco de la tensión que podria haber tenido y de la que Spielberg es tan capaz. Creo que Puente de espías sufre de lo mismo que sufría otra película de guerra (no fría): Nacido para matar, de Stanley Kubrick, con esa primera parte ultraintensa y una segunda más convencional.

Más allá de esta pequeña salvedad, que de todas maneras no empaña una narración que avanza con seguridad y parsimonia, Puente de espías es una película fascinante y perfecta acerca del heroísmo, la patria y los efectos que los gobiernos, como Dioses griegos, ejercen sobre los individuos.