Puente de espías

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Volver a casa con el deber cumplido

Sólo Spielberg es capaz de acudir al clasicismo mejor para contar a lo largo de dos horas una historia de aventuras, acción, intrigas, con toques de humor, mucha historia y. Los héroes del cine “histórico” de Spielberg (Lincoln, El Soldado Ryan, Schlinder) siempre transmiten orgullo y dicha por el deber cumplido. Enfrentan con una decisión absoluta las exigencias de un mundo que pide que cada uno haga bien su parte. Y ponen nobleza y entrega en ese cometido.

Escenas rotundas, personajes bien presentados, un guión que fluye con naturalidad, nada escapa al pulso firme d este fenomenal relator que, sin necesidad de saltos de tiempo ni fuegos artificiales, con serenidad, claridad y profundidad, va dando espesura moral y sensibilidad a sus criaturas. El protagonista es el abogado James Donovan, típico héroe de Spielberg, un profesional que se limita a hacer su parte en este mundo de la forma más digna, un jefe de familia que hace lo correcto y que al regresar a casa con el deber cumplido siente que le ha dado sentido a su existencia. Donovan defiende a Rudolf Abel (un estupendo Mark Rylance) un espía ruso capturado en Estados Unidos. Y después tiene a su cargo un intercambio de espías en Berlín. Estamos en de plena guerra fría. Pese que todo el mundo le reprocha defender a un enemigo de Estados Unidos, los argumentos que da Donovan son incuestionables. Es un idealista que mira más allá. Y cree que si se ejerce dignamente la defensa, Estados Unidos le podrá dar un ejemplo al mundo. Además explica que a su defendido no se lo puede acusar de traidor porque hizo por la Unión Soviética lo que un leal espía americano hubiera hecho por Estados Unidos. Abel es, según lo ha definido Spielberg, simplemente “un hombre que hace su trabajo”. Y para él, estos pequeños héroes son ejemplares.

Spielberg pone otra vez a sus personajes por encima de la trama y traza con aliento humanista una parábola sobre el deber y la responsabilidad de moral de cada uno, cualquiera sea el lugar que se ocupa. Un film claro, sobrio, pudoroso. Es mejor en la primera parte porque cuando se traslada a Berlín algunos clisés empañan su imagen. Pero nada consigue restarle valor a esta epopeya sobre gente que puso entrega, inteligencia y coraje para hacerle frente al mandato del destino. Spielberg, como ellos, puede volver satisfecho a casa. Otra vez hizo las cosas bien