Prometeo

Crítica de Nicolás Prividera - Con los ojos abiertos

1. Entre la segunda película de Ridley Scott y la última han pasado más que treinta años: la distancias entre Alien y Prometeo deja ver con claridad el paso del clasicismo a la posmodernidad: Del mundo cerrado amenazado por una fuerza exterior que amenazaba destruirlo (no en vano la nave “Nóstromo” tenía el nombre de una clásica novela de Conrad) al compendio abrumado de citas y fuentes (la película-nave “Prometeo” como robo a los dioses clásicos). De la “marca” a la explotación de “franquicias” (del cruce genérico de Alien a la hibridación de temas sci-fi sin ton ni son). Prometeo quiere ser un film sobre todo y termina siendo una nadería oculta bajo su grandilocuencia, un gran espectáculo vacío que ni siquiera sabe hacerse cargo de su historia (ni la del film, ni la de su venerable antecesor). Si Alien era un film materialista (la corporación no era menos monstruosa que ese organismo de perfección letal), Prometeo pretende una metafísica efectista (cadenas de adn destruyéndose como naves más allá de Orión) para terminar en un credo reducido a su pura exterioridad (el crucifijo como amuleto intergaláctico), angustiado o cínico ante su propia fatuidad. No es de extrañar entonces que su verdadero protagonista (como la película misma asume desde el inicio) sea un robot.

2. A diferencia de la saga Alien, en Prometeo el robot (un “replicante” perfecto) no representa ya el frío cálculo egoísta (como agente de la corporación que consideraba a la tripulación “sacrificable” a sus intereses), sino la evolución misma de lo humano en su búsqueda de la perfección (por eso su obsesión con un Lawrence de Arabia que representa lo humano llevado a su límite: saber atravesar el dolor y el desierto). De hecho el robot, nada curiosamente, es el personaje más desarrollado (el que más capas de humanidad porta), algo que ya sucedía en 2001. Pero si el tema de Kubrick era la inhumanidad (el hombre convertido en máquina, la máquina convertida en hombre), en Scott sólo se trata de lo maquinal en sí (empezando por filmar maquinalmente, claro). Como si fuera él mismo un replicante, lo que viene desarrollando desde Blade Runner (una película que Kubrick pudo envidiar) es un cine sin alma. Pero siendo un realizador de dos clásicos modernos del género, Prometeo marca algo más que la constatación del agotamiento personal de un director: Scott es el robot perfecto de la corporación.

3. Lawrence de Arabia (el film de Lean en el que el robot busca su inspiración) es en ese sentido el modelo imposible para la máquina cinéfila (el robot, pero también el film): Prometeo no puede hacer más que repetir, sin crear. Lo que es una gran ironía para una película que pretende hablar del origen de todo, pero cuya escena más recordable consiste es un aborto (realizado por otra máquina, por supuesto). Si Lean (y todo el cine clásico) era un constructor de mundos, Scott (y su película) no hacen más que rendirse ante la destrucción. Si algo queda claro después de ver Prometeo es que no alcanza con aferrarse a un amuleto.