Prometeo

Crítica de Federico Rubini - Cinematografobia

CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN
La textura del mito

Antes de escribir opiniones, antes de enunciar teorías, antes incluso de introducir este análisis, antes que todo, los invito- si es que aún no lo han hecho- a que recorran la web en busca de las diversas críticas o análisis que han sido publicados de Prometeo. Más allá de estar de acuerdo o no con lo que se dice sobre dicha película, algo es seguro: casi todos dicen lo mismo. O sea nada. Que las mejores películas de Ridley Scott son Alien y Blade Runner, que el film genera muchas preguntas pero contesta pocas, que si es o no es una precuela de Alien, que presenta muchas similitudes con dicho film (particularmente que ambas películas suceden en gran parte en una nave espacial o en un planeta lejano y que ambos films son protagonizados por mujeres, dos descubrimientos fascinantes y reveladores), y una larga lista de etcéteras en los cuales no vale la pena ahondar. Pocos- muy pocos- intentaron echar luz al film por otro lado, ya ni digamos a nivel cinematográfico (cada vez más dejado de lado), sino a nivel del relato con sus cuestiones de índole filosóficas, de cuestionamiento moral, existencial y hasta religioso, factores que abundan, como en gran parte de las películas pertenecientes al género de la ciencia ficción (el alcance de la ciencia, la vida en otro planeta, la posibilidad de conocimiento de lo remoto, el rol del ser humano frente a lo inconmensurable del espacio) en Prometeo. Es menester entonces intentar analizar este film desde su condición cinematográfica y desde sus connotaciones antes que caer en el dato anecdótico que nada otorga a la comprensión del film y que, en todo caso, se puede leer en cualquier crítica.

El momento del descubrimiento, el acto de reconocerse como ser creado.
La mejor forma de comenzar este análisis es mediante una leve comparación con Alien. No hablo de comparar ambas películas con el fin de definir cuál es mejor (eso sería, como mínimo, una falacia) ni de encontrar similitudes, sino con el objetivo de comparar el método troncal utilizado en ambas, justamente porque funcionan como opuestos. Es entonces que si hay algo que se destaca de Alien es su capacidad sintética. En el film de 1979, Ridley Scott supo utilizar los recursos que tenía a mano, y si no los tenía, hacer de esta limitación un recurso. Es así que en Alien, el factor del terror se basa en lo que no se muestra, en esa presencia que casi siempre es ausente ya que está allí pero no la podemos ver. Y en esa incapacidad de ver, Ridley Scott dio en el centro del máximo terror humano: lo desconocido. Allí radica su poder sintético: es a través de los climas y del fuera de campo que se genera esa tensión constante. En Prometeo sucede exactamente lo contrario. No hay nada que no se nos muestre, y la utilización del fuera de campo se encuentra notablemente ausente. Como si la cámara fuese un deíctico (deformado: audiovisual) constante, nos señala todos los hechos y hace al espectador partícipe omnipresente del relato. Frente a esa sobriedad y esa síntesis presente en Alien, queda lo opulento, lo barroco y lo desmedido en Prometeo.
Ya desde el comienzo, en la secuencia inicial del film, asistimos a un supuesto "nacer" de la vida humana en la Tierra. Así, a partir de este momento, somo cómplices de un saber que nos pondrá en una posición de privilegio con respecto a los protagonistas del relato posterior. Sabemos con certeza (porque lo hemos visto) lo que ellos suponen e investigan: toda su teoría, la que los embarca en el viaje hacia aquel planeta, nosotros ya la sabemos como cierta. Y así será a lo largo de todo el film: es muy claro al final, una vez que la nave ha sido destruida, cuando David le dice a Elizabeth que el "ingeniero" se dirige hacia donde ella se encuentra. Y aquí resulta interesante trazar nuevamente un paralelismo con Alien: en aquel film, esta escena hubiera sido manejada con absoluto suspenso, ocultando a la protagonista y al espectador el monstruo y creando el terror a partir de la presencia ausente del mismo. En Prometeo, sin embargo, a los segundos de enterarnos, junto con Elizabeth, de la amenaza que se acerca, vemos a aquel "ingeniero" traspasar una puerta y dirigirse hacia la protagonista- vemos todo antes que ella. Es así que se ve una clara decisión por parte de Ridley Scott: que el espectador sepa más que los protagonistas.
Este es uno de los temas principales de Prometeo: la capacidad de ver. Si el mito de Prometeo habla de este titán que robó el fuego (el saber) de los dioses para dárselo a los mortales y fue castigado por ello, en el film la ciencia cumple un falso saber, y lo que se busca- las respuestas- son aquel fuego. Es entonces que por preguntarnos el por qué (pregunta principal de la filosofía) somos condenados, en este caso, con la creación de un monstruo- el alien (en el mito, la caja de Pandora). Y la creación de este monstruo lleva implícita la misma tortura que aquella que le fue dada al titán Prometeo: en el mito, el mismo fue estacado al aire libre, para que todos los días un águila le devorara las entrañas.
Esta capacidad de "ver" gracias a la ciencia se ve en varios momentos del film. La protagonista de la historia, Elizabeth (Noomi Rapace), mientras se encuentra investigando los restos aparentemente abandonados de una antigua civilización junto con otros miembros de la expedición, pregunta más de una vez en su comunicación con la nave: "Prometeo, ¿estás viendo esto?". El saber constante y la posibilidad de verlo todo es algo sobre lo que el film hace hincapié, un trazo que encuentra su analogía con el rol de la ciencia misma. Así es que vemos todo- vemos hasta los sueños de la protagonista, a través de David, el robot orgánico interpretado por Michael Fassbender, vemos también sucesos de hace dos mil años, aquellas grabaciones que quedan en la nave de sus anteriores ocupantes. Es notorio como, por ejemplo, ni siquiera una tormenta de silicio cargada de estática puede separar a la nave de los investigadores, y así pueden comunicarse entre ellos constantemente: la ciencia y la tecnología como realidad absoluta, como paradigma de aquel presente futuro al que todos se encuentran habituados. Y frente a este saber incuestionable, se encuentra, en absoluta oposición con él, el otro elemento clave de Prometeo: la fe. La decisión de creer por creer, sin necesidad de encontrar un fundamento en la teoría, la determinación de poner en tela de juicio la racionalidad del saber. Lo dice el padre de Elizabeth en el sueño que vemos: "Es lo que decido creer." Y también lo dice Elizabeth, casi al final del film, cuando habla con David. Y contra esa determinación (egoísta como cualquier decisión personal) no hay ciencia que valga. Elizabeth representa a la fe, y David a la ciencia. La fe no hace preguntas: cree; la ciencia se pregunta el cómo. Hay un diálogo muy interesante en Prometeo, en el que David le pregunta a Charlie la razón de que lo hayan creado a él, un robot. "Los creamos porque podemos", responde Charlie. "Imagínese que decepción sería enterarse de que lo hicieron porque podían", retruca David.

David (Michael Fassbender) en uno de los momentos más sobresalientes del film.
Hay una serie de factores que remiten a una fuerte carga religiosa en el film, encarnada en Elizabeth. De esto son evidencia los sueños de su niñez, la cruz que siempre carga consigo, e incluso la imposibilidad de la protagonista de tener hijos: su embarazo resulta entonces milagroso, y da lugar a un ser monstruoso que a su vez engendrará, en el cuerpo de uno de los "ingenieros", al primer alien (el argumento es todo menos sencillo). Pero hay, a su vez, factores ajenos a ella, aún más alevosos aunque quizá menos evidentes, que connotan una teoría oscura que no queda muy clara en Prometeo (se trata de un film mutilado e incompleto; sobre esto volveremos más adelante). No es menor el hecho de que sea Navidad el día que se desencadena todo (según el calendario católico, el nacimiento de Cristo), y de que dentro de aquel "templo" en el que los investigadores encuentran aquella enorme cabeza humanoide, en la lápida de una tumba, se vea claramente la figura del xenomorfo crucificado. Estos son indicios invisibles, signos que no quedan claros a no ser que se vea más de una vez el film y de que se investigue sobre el mismo. Y la estrecha relación con el concepto del paraíso cristiano: la humanidad condenada al sufrimiento (al pecado) por su afán de saber.
Por último, es interesante reiterar el paralelismo con Alien en lo que respecta a la sexualidad. Aquí, a diferencia de aquel film en que la sexualidad se representaba como algo visceral y opresivo en la figura del alien, la sexualidad está más ligada a la creación de vida. Justamente, el momento en que Elizabeth tiene relaciones sexuales con Charlie y, simultáneamente, Janek (el capitán de la nave, interpretado por Idris Elba) con Meredith Vickers (Charlize Theron), es el instante en que vemos a aquellas criaturas similares a culebras (lo fálico aquí es evidente) penetrar a Millburn (Rafe Spall). Y es, claramente, el comienzo del fin, el inicio del mal. Queda claro entonces que en el momento de la procreación es cuando este mal se hace evidente, se muestra. Y este mal no es otra cosa que la muerte. Y nada más fálico que la nave Prometeo- y el momento final, en el que intercepta a la nave del "ingeniero", resulta un extraño acto sexual: este falo se dirige a toda velocidad a aquella nave con forma de herradura, con forma femenina. Hay una gran frase en Prometeo, y se da en ese momento del film. Elizabeth pide a Janek que impida que la nave comandada por el "ingeniero" despegue. "Lleva a la muerte, y se dirige hacia la tierra". Este tipo de diálogos, que rozan lo ontológico, dejan ver lo que pudo ser Prometeo y no fue, esa capacidad mítica que pudo haber adquirido el film pero de la que sólo se percibe la superficie, la textura.
Porque se trata, en definitiva, de una película incompleta. Esto está claro a lo largo de su metraje: personajes que no se desarrollan, hechos que no cierran ni, a veces, comienzan, acciones inconclusas, grandes baches de información. Todo esto (es una hipótesis personal, y en esta parte del análisis debo desviarme del núcleo del mismo para aclarar un hecho en concreto), a mi parecer, se debe en gran parte al recorte del que sufrió Prometeo para su estreno comercial. Ridley Scott es conocido por sus "Director's Cut" que van directo a DVD una vez que el film sale de las salas, versiones con mucho más metraje que tienen un ritmo más pausado y se dedican a profundizar las relaciones entre los personajes. No sé si esa versión será una gran película (por lo pronto, Prometeo dista de serlo), pero seguramente ampliará el universo creado y se entenderá mucho más de su mitología, esa que queda implícita en esos signos invisibles de los que hemos hablado. Un ejemplo concreto. Uno de aquellos factores interesantes que no queda para nada claro en el film involucra al agente infeccioso creado por los "ingenieros" para destruir a la humanidad. En el momento en el que vi Prometeo, la escena más innecesaria del film me pareció aquella en la que el personaje de Fifield reaparece pero cambiado, con mutaciones en su rostro y en su cuerpo y una fuerza sobrehumana. Al leer sobre el tema, di con los bocetos del diseñador de criaturas del fim, Ivan Manzella, y entendí algo que se encuentra velado debido al recorte de metraje: los humanos, al ser infectados por aquel líquido, sufren una transformación y se convierten en una especie de xenomorfo-humanoide con necesidad destructiva. La ausencia de este tipo de explicaciones es la que irritó a gran parte del público: convierte a Prometeo en un relato irregular, complicado (en un nivel casi laberíntico) y carente de unidad y de coherencia interna.

La acertada composición de cuadro se combina con la magnificencia propia de los escenarios naturales.
Ese es quizá su mayor problema: suceden demasiadas cosas. Y esto empeora cuando se le suma lo espectacular del medio (el uso del 3D es uno de los mejores que he visto hasta el momento). La gran fotografía a cargo de Dariusz Wolski otorga a todos los escenarios (en su mayor parte naturales) una grandilocuencia de una carga abrumadora. En lo que respecta a los intérpretes, destacan Noomi Rapace, Idris Elba y Michael Fassbender (quizá el personaje más logrado del film). Al resto (particularmente a Guy Pearce y a Charlize Theron) se los nota algo desdibujados, truncados (nuevamente, algo a rever en la versión del director). Por otro lado, hay dos grandes escenas por las que ya vale ver Prometeo: aquella en la que el androide David se encuentra en el medio de aquellas galaxias, navegando entre estrellas separadas por millones de años luz y sopesando entre sus manos al planeta Tierra (de una belleza visual y un uso del 3D completamente avasalladores), y la (ya) antológica escena en la que Elizabeth se hace una cesárea de emergencia en aquella máquina quirúrgica para extraer de su interior a aquel feto similar a un molusco, que luego será el fecundador del primer alien (que resulta de la unión entre este molusco y el "ingeniero"). El tiempo del montaje, la estética (la sangre virulenta contra el blanco aséptico de aquella máquina) y la actuación de Rapace son elementos perfectos de esta grandísima secuencia.
Hay, para finalizar este análisis, otro concepto sumamente interesante en Prometeo. El hecho de que el creador tenga la necesidad, luego de haber creado, de destruir a su propia creación. Y es quizá la pregunta de mayor relevancia del film: ¿por qué alguien que nos creó querría destruirnos?. ¿Qué hemos hecho mal?. No es casualidad que el Frankenstein de Mary Shelley se titule "Frankenstein o el moderno Prometeo". En él, el científico que da nombre a la novela crea, a través de la ciencia, vida, y luego comprende que debe destruirla, porque, en definitiva, nunca debió haber sido creada. Esto tiene una conexión muy interesante con el arte mismo, y el rol del artista. Porque el artista crea, y muchas veces para crear, previamente debe destruir. Es, quizá, lo que sintió necesario hacer Ridley Scott: destruir Alien, acabar con su creación. Hacer lo opuesto, no imitarse a sí mismo sino intentar renovarse. Crear una nueva obra a partir de las cenizas de aquella de la que se nutre. Lo dice David en el film "¿Acaso no queremos todos matar a nuestros padres?". La paternidad está tan presente en la película porque el mismo Ridley Scott es padre de Alien, y para que Prometeo exista debe ser por mérito propio, no por dependencia de aquel film tan trascendental. Puede que no sea un producto muy logrado, pero hay una búsqueda, una inquietud constante en Prometeo que excede cualquier ambición: el cuestionamiento del arte (y en particular, del cine: David, el androide, es fanático del film Lawrence de Arabia- hasta cita frases célebres del mismo). Y este cuestionamiento radica en la esencia del ser humano, porque el arte es, en definitiva, la única respuesta- el manotazo de ahogado de alguien que se sabe finito: la gran pregunta existencial que hace Prometeo tiene como respuesta, nada más ni nada menos, al arte mismo.