Por la ventana

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

“QUIÉN PUDIERA VER EL MUNDO…”

Rosalía es una solitaria mujer de 65 años que ha trabajado toda su vida como obrera en una fábrica metalúrgica, aquellas en las que aún el trabajo es puramente artesanal. Un día como otros, y sin explicaciones, Rosalía es despedida. Esa misma noche, desconsolada, espera en el umbral de la casa a su único vínculo, su hermano Zé, para contarle la abrumadora noticia. Está perdida, como suspendida en un futuro incierto. Su hermano que trabaja como chofer para Don Martín, ha recibido una diligencia muy particular: llevar una 4 x 4 hasta Buenos Aires y entregársela a la hija del patrón que quiere viajar de regreso a Brasil en el auto “para disfrutar la travesía”. Sin poder dejar a su hermana al cuidado de único su hijo, Zé decidirá llevarla con él y hacer juntos el viaje por encargo. Los hermanos emprenderán un largo recorrido, y a los ojos de Rosalía los desconocidos paisajes se convertirán en espejos que le revelarán otro mundo. La contemplativa mirada sobre lo diferente transformará en Rosalía su forma de ver la realidad tan solo por mirar “a través de la ventana”.

La historia comienza en la ciudad de San Pablo donde Rosalía vive y trabaja. Desde esa ciudad, el filme inicia el retrato íntimo de ella y su hermano, claros representantes de una clase obrera en crisis. Ambos en su edad madura conviven con las limitaciones, las dificultades y hasta las infinitas renuncias hechas a lo largo de su vida, pero durante el relato iremos descubriendo que más allá de todas las restricciones, ambos anhelan ver el mundo de otra manera.

Son historias que solo pueden vivirse así en la madurez, historias de la vida en su segunda etapa, llenas de sueños sin realizar, fracasos, ausencias , pérdidas, y justamente desde ese lugar nos pueden conectar con el deseo inmanente de volver a soñar, de buscar algo que nos permita sentirnos libres más allá de las convenciones.

Estos relatos en el cine actual no están de moda. No hay nada para la vidriera, no hay stars, no hay glamour ni seres extraordinarios, aquí reina la simpleza de lo cotidiano , la síntesis que guardan las pequeñas cosas que funcionan como reflejo de la condición humana en estado puro. Como espectadores nos vemos convocados a detenernos en lo mínimo de las acciones, a escuchar solo algunas pocas palabras y ver discurrir el tiempo en su extraña linealidad.

La puesta de la directora presenta una estética casi documentalista, de composición y paleta naturalistas, pero en ese aparente despojo usa algunos encuadres muy precisos para transmitir un sentido que supera a la mera apariencia. Esto se percibe claramente en algunos planos cortos ubicados en lugares claves de la trama: el reflejo del rostro de Rosalía sobre el agua, el agua que salpica sus mejillas frente a las Cataratas del Iguazú mientras rugen de fondo y fuera de campo, sus rústicas manos bordando, o su voz tarareando “La flor de Anahí”.

Si pensáramos en cuestiones de estructura, el relato se plantea como una anti-road movie, definiendo al subgénero en su sentido más canónico. Ya que si planteamos de forma clásica que las historias de viaje contienen siempre un fuerte condimento heroico, transformaciones radicales en sus protagonistas, grandes desafíos y conflictos épicos, todo enmarcado en una narrativa homérica plagada de paisajes exuberantes y con un plantel de personajes secundarios extrañamente peligrosos, este filme no cumple con los tópicos claves del formato.

Por la ventana no es nada de eso, muy sutilmente sugiere que la revelación de mundos nuevos abre una mirada puramente introspectiva sobre nosotros mismos. No hay revoluciones, y ante todo no hay héroes, sino seres comunes y corrientes que se acercarán un poco más a su esencia, casi de manera imperceptible. No hay antagonistas, ni luchas radicales, hay observación y silencios. Lo más genuino del filme y sus personajes es que existe una búsqueda, pero el camino es ir hacia adentro, lentamente y sin ampulosidad.

Por Victoria Leven
@victorialeven