Pinamar

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Pinamar: los visitantes del invierno

El duelo, la fraternidad, el amor y también el azar. Esos son los temas que atraviesa Pinamar, película argentina muy bien recibida en los festivales de San Sebastián y Biarritz con la que reaparece Federico Godfrid, a ocho años del estreno de La Tigra, Chaco, una celebrada ópera prima que codirigió con Juan Sasiaín. Igual que en aquella historia, los amores de juventud están en el centro de la escena, aun cuando inicialmente son otros los planes de los protagonistas, dos hermanos que llegan a la ciudad balnearia del título para arrojar las cenizas de su madre al mar y vender un departamento que han heredado.

Llegan fuera de temporada y se encuentran con un paisaje más gris y notablemente menos animado que el de los veranos, pero también con la chica (Violeta Palukas) que terminará iluminando esa expedición a priori sombría. El evidente flechazo que conecta a la jovencita con Pablo (Juan Grandinetti), un joven serio y reservado que es la contracara de su hermano Miguel (Agustín Pardella), más relajado y extrovertido, le agrega un sentido nuevo a ese viaje pensado originalmente para cerrar un ciclo.

En medio de ese trance dominado por la tristeza, entonces, Pablo encuentra inesperadamente la posibilidad de un romance. Y también se acerca más que nunca a su hermano, un desplazamiento que la película narra con espíritu noble y tono delicado. Siempre confiable, Fernando Lockett explota con un exquisito trabajo de fotografía las posibilidades del entorno en el que se desarrolla la historia.