Pibe chorro

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Una danza entre la fortuna y la miseria

Si hay un tema muy agitado por los medios y que resuena especialmente en muchos sectores de la sociedad argentina es el de la inseguridad. Hace años que es parte central de la agenda, aunque el enfoque sea casi siempre el mismo: la perspectiva punitiva, la respuesta urgente más que la solución de fondo, la convicción de que encerrar gente a troche y moche es la principal estrategia contra el delito.

Pibe chorro ataca y desmiente categóricamente esas certezas y lo hace con buenos argumentos. Andrea Testa, codirectora de la elogiada La larga noche de Francisco Sanctis construye un film documental diverso y elocuente. Apela a los testimonios de especialistas que, además, le ponen el cuerpo al asunto (un abogado, una referente de una organización social que trabaja en zonas carenciadas del espeso conurbano bonaerense, docentes universitarios que difunden los derechos humanos en las cárceles), trabaja con resoluciones gráficas, incorpora a los protagonistas al relato de maneras novedosas y usa con sagacidad y nobleza un recurso siempre complicado, por diferentes razones (el "blureo" de los rostros de algunos entrevistados de diferente origen).

En esos relatos, que revelan la importancia determinante del lugar del que enuncia, está muy bien sintetizado el humor social respecto de un tema espinoso, los abordajes que difieren de acuerdo con la pertenencia de clase. Son declaraciones cortas, sencillas y enormemente precisas que invitan a recordar un viejo y gastado refrán: "A buen entendedor, pocas palabras". Pero Pibe chorro no es un clásico documental de cabezas parlantes.

También suma otros condimentos: la angustia poética de Vicente Zito Lema y una estocada puramente cinematográfica, contenida en un notable plano aéreo que nos recuerda una vez más, por si hiciera falta, qué cerca está la fortuna de la miseria, qué injusto es hablar de un solo tipo de inseguridad, cuántos y qué intensos son los estímulos que genera el sistema para incentivar el consumo (y, por ende, elevar el estatus social), incluso en aquellos que no tienen con qué satisfacer sus necesidades más básicas, y cuánta hipocresía nos tapa los ojos ante una realidad evidente, muchas veces ignorada por los cínicos de turno por "obvia" o "esquemática".