Percy Jackson y el ladrón del rayo

Crítica de Hernán Ballotta - CineFreaks

Zeus o Iphone

La desconfianza es madre de la seguridad, dicen que dijo Aristófanes, en otro de esos arrebatos conservadores que lo caracterizaban. Pero hay algo de verdad en su argumento: el instinto de autopreservación nos induce con frecuencia a evitar situaciones desagradables, o, en la vida del crítico de cine, bodriazos irredimibles. Percy Jackson y el ladrón del rayo tenía todas las condiciones dadas para disparar la alarma, porque, en definitiva, ¿cuántos proyectos abortados de sagas de jóvenes con superpoderes basadas en best sellers para niños evidentemente capitalizando el éxito de Harry Potter puede uno tolerar? ¿Dónde están, sino, “Eldest” (continuación de Eragon) o “La daga” (segunda parte de la saga “La materia oscura”, material de base para La brújula dorada)? Para colmo de males, detrás de la cámara de Percy Jackson… se encontraba el mediocre Chris Columbus, aquel que instaló el modelo de representación hogwartsiano en las dos primeras entregas de la saga del mago miope. Y, sin embargo, los astros se alinearon, la providencia nos sonrío con especial benevolencia, los Dioses se confabularon a nuestro favor: Percy Jackson… es una película de aventuras clásica (en el sentido más literal y helénico del término), sin las aspiraciones psicologisistas o impostaciones solemnes del más rancio cine juvenil de Hollywood, pero, eso sí, con una buena cantidad de efectos especiales al uso, no sea cosa que una película de presupuesto millonario (95 millones de dólares, según boxofficemojo.com) se vea “anticuada”.

Percy Jackson (sí, el pibe del poster de la película) es un adolescente con especial afinidad por el agua, disléxico y marginado en su escuela. Percy Jackson es, también, hijo de su madre (naturalmente) y de Poseidón, Dios de los mares en la mitología griega, lo que lo convierte en semidiós, de la feliz estirpe de Hércules, Aquiles y su cuasi tocayo Perseo. Pero, como es costumbre entre los Dioses del Olimpo, Poseidón abandonó a la familia cuando Percy era bebé, por lo que el joven ignora su condición divina. Desafortunadamente, a Zeus le roban su rayo y acusa al hijo de Poseidón, su hermano, del hurto. De repente Percy, adolescente conflictuado, es perseguido por los Dioses y sus súbditos que codician la poderosa herramienta de Zeus. Quién llega más lejos es Hades, soberano del inframundo y hermano del Dios de los cielos y el de los mares, hasta el punto de secuestrar a la madre de Percy para intercambiarla por el rayo. Hacia allí se dirigirá nuestro héroe, acompañado por una semidiosa amiga (hija de Atenea) y un Sátiro/comic relief y armado con un escudo, una sablelapicera y una zapatillas (Converse) voladoras, cortesía del hijo de Hermes el mensajero.

Y acá es donde Percy Jackson…se vuelve interesante. La película no sólo retoma la mitología griega (actualizada, al Olimpo se accede desde un ascensor en el último piso del neworkino Empire State), sino que se construye a partir de la estructura narrativa de los mitos y su forma más paradigmática, la epopeya, el relato de las peripecias de un Héroe en un viaje a la vez real y metafórico en el que deberá sortear distintos peligros para lograr su cometido, asistido o acosado por entes sobrenaturales. La epopeya sobrevive aún en el cine narrativo contemporáneo, en especial en las Road Movies, como lo demostraron ejemplarmente los hermanos Coen en ¿Dónde estás hermano? recuperando "La Odisea" homérica en el contexto de la América de la Depresión.

Percy Jackson... es también una Road Movie: el héroe y sus acompañantes deberán atravesar Estados Unidos en su camioneta/Argos para hacerse con unas gemas que les permitirían regresar del inframundo. Para eso deberán enfrentarse con Medusa (Uma Thurman con un peinado sauvage de serpientes embelesada por su propia imagen en el reflejo de un Iphone), con una Hidra en Nashville y, en una broma genial a la altura de ¿Qué pasó ayer?, con los lotófagos en Las Vegas, laberinto del olvido disfrazado de paraíso dionisiaco.

Percy Jackson... es efectiva porque es pertinente. Es decir, la actualización de los mitos se realizó con tal destreza que, a diferencia de lo que pasa en la saga del mago, los dos mundos (el antiguo y el moderno) son uno sólo. La lógica de uno es la lógica del otro: Hades se viste como un rockero decadente, el minotauro pasta a un costado de la ruta junto a un grupo de vacas y camino al inframundo por la radio de la camioneta suena “Highway to hell” de AC/DC. No requiere de excesos retóricos o parar la pelota para explicar las reglas de juego; como en la Grecia antigua, la lectura de los mitos es literal, un prodigio de la imaginación aplicada al mundo real. Percy Jackson… es juego y aventura, sin dobles intenciones. Por eso, para ir a jugar, se calza la sablelapicera y las converse aladas y deja en el cajón la moralina barata.