Pequeña gran vida

Crítica de Fernando Alvarez - Clarín

La felicidad, ¿cuestión de tamaño?
Matt Damon brilla en esta fábula de Alexander Payne sobre la promesa de una vida mejor en un mundo de miniatura.

A lo largo del tiempo, el cine jugó con las diferencias de tamaños y escalas para transformar lo cotidiano en pesadillesco. Basta recordar Los viajes de Gulliver (1960), Viaje fantástico (1966) y Querida, encogí a los niños (1989). La nueva película de Alexander Payne utiliza estos recursos visuales con moderación y va más allá al plasmar una sátira social sobre la posibilidad de una “vida mejor” en Leisureland, una suerte de paraíso que termina siendo más inquietante que el mundo que conocemos.

En Pequeña gran vida, la tecnología da la posibilidad de reducir el tamaño de las personas a partir del invento de un científico noruego que sirve para paliar la crisis de superpoblación y la falta de recursos que afectan al planeta.

El terapeuta Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) sueñan con una vida de lujos y alejada de las presiones de los bancos y de la complicada situación financiera que atraviesan. Cuando deciden aceptar el polémico procedimiento de miniaturización (que es irreversible), se encontrarán con sorpresas y problemas que surgirán en el camino.

La película del realizador de Entre copas y Los descendientes propone una mirada humanizadora sobre los problemas que afronta el hombre en la actualidad y la difícil toma de decisiones. En ese sentido, el filme tiene dos partes bien diferenciadas: una en la que prima la ciencia-ficción y en la que se ve el proceso al que se somete sólo un 3 por ciento de la población, que los transforma en personas de 13 centímetros de altura. Y un segundo tramo, que ofrece un análisis profundo, crítico y emocionante que empuja a Paul hacia caminos insospechados.

En su travesía al nuevo mundo, habitado por personas pequeñas en mansiones y con diferencias de clases, Paul se relaciona con un extravagante vecino (Christoph Waltz) que hace grandes fiestas en su departamento, su socio y compinche inseparable (Udo Kier) y con la vietnamita Ngoc Lan Tran (Hong Chau), la mujer que tiene cojera, vive en los suburbios de la “tierra prometida” y se desempeña como personal de limpieza mientras convive en la miseria con mexicanos.

El atractivo principal del relato es la idea central y cómo se desarrolla a partir de las actuaciones: Matt Damon pasa por varios estados emocionales (desde la soledad y el abandono hasta un viaje lisérgico en una disco) en una composición convincente que lo pone a la par de Hong Chau, quien se termina robando la película y el corazón del espectador.

Payne se arriesga con un relato atípico que tiene por momentos puntos de contacto con Capitán Fantástico, en donde los personajes buscan un nuevo horizonte y salvar así a la raza humana cuando la sombra del Apocalipsis pesa sobre sus hombros. Una fábula de ciencia-ficción que en verdad es menos ingenua de lo que parece y hereda el espíritu de clásicos pero los aggiorna a los tiempos que corren.