Pensé que iba a haber fiesta

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Sobre la amistad y sus códigos

Dos mujeres, Lucía y Elena, entran en conflicto a partir de un hombre, Ricky.
Pero el tema de Pensé que iba a haber fiesta no es el triángulo amoroso, sino la amistad y los códigos de lealtad que la rigen.
No se sabe desde cuándo Lucía y Elena son amigas. Sí, que Elena lleva ocho años viviendo en la Argentina, donde llegó para un rodaje y se afincó. Que es una muchacha con una vida pasional intensa aunque de ella --y de otras cuestiones-- ofrece pocas explicaciones. También que disfruta de su soledad y de su independencia.
Sin trabajo por el momento, acepta la propuesta de Lucía de cuidarle su casa durante unos días, entre la Navidad y el Año Nuevo.
Lucía vive en una situación acomodada, en una casa con pileta --donde transcurre la mayor parte del relato--, que comparte con su hija adolescente, producto de su matrimonio con Ricky, de quien Lucía se separó hace tres años y a quien califica de "patético".
Lucía está en pareja "cama afuera", desde hace siete meses, y es con su novio con quien hará esta escapada a Uruguay.
En ese lapso, a Elena sólo le cabrá la responsabilidad de disfrutar de la casa hasta que la dueña regrese y abrirle la puerta a Ricky cuando venga por Abi.
Un saludo cortés entre Elena y Ricky; el recuerdo de la última vez en que se cruzaron y alguna consulta respecto de la bomba del filtro de la piscina que no funciona, no parecen motivo suficiente para un llamado posterior. Sí, el hecho de que Lucía y Ricky están sin pareja y accesibles para una cena y una noche de sexo.
Lo que inicia como una cita sin mayor trascendencia, se repite y disfruta, pero se complica con la vuelta de Lucía.
¿Qué hacer? ¿Cortar o continuar? ¿Blanquear ante Lucía o esperar hasta ver cómo evoluciona la relación? ¿Optar por el amor o dejarlo pasar en nombre de los códigos de la amistad?
Las preguntas aparecen para protagonistas y espectadores y, al menos para los segundos, quedan planteadas al cabo de una película que la directora Victoria Galardi presenta con un excelente gusto estético y una sutileza que alude a la fragilidad de los vínculos.
Diálogos --algunos casi monólogos de Bertucelli-- como silencios eternos, sirven para introducir al espectador en un ambiente íntimo y a experimentar la vibración de los personajes, en tanto los sentimientos y situaciones suceden y conducen a un final abrupto aunque posiblemente, no definitivo.