Pelo malo

Crítica de Lilian Laura Ivachow - Cinemarama

Sueños diversos

La segunda secuencia de la película de Mariana Rondón nos sumerge tras un deslumbrante travelling en un complejo de monoblocks. Desde el balcón de uno de sus departamentos, un nene y una nena en receso escolar se entretienen con aquello que ven en los balcones de enfrente. El comienzo de Pelo malo es de esta manera cinéfilo, bello y rotundo. Es eminentemente realista; nos introducimos en mundo a través de los ojos de sus habitantes y escuchamos el bullicio típico y reconocible de los espacios abiertos.

La referencia obligada a La ventana indiscreta no es gratuita ni un alarde de erudición, es una puesta en escena concreta de la que la directora se sirve para moldear un mundo que le es cercano y conocido. Implica a nuestra necesidad natural de asomarnos a las vidas de los otros y conlleva la legendaria espectacularidad del cine enquistada en nuestra memoria y tradición, un cine que se recrea desde el “haber visto” y con herramientas que están al alcance.

De soñar con elementos a nuestro alcance también trata la película de Mariana Rondón. Junior tiene pelo mota y quiere –en función del requerimiento de una fotografía escolar– sacarse la foto “como cantante con pelo liso”. No es un sueño difícil de concretar, no hacen falta demasiados bolívares sino un simple secador de pelo para conseguirlo. Pero la fantasía asequible se complica porque Junior está rodeado de prejuicios, “de lo que tiene que hacer una nena” y “de lo que debe hacer un varón”, de que “si hace eso va a ser maricón”, de esa abstrusa carga ideológica con la que hemos crecido y que restringe nuestro mundos cotidianos en lugar de ensancharlos.

Pelo malo trata así de un chico y su proceso de identificación sexual, pero también de Venezuela, de las secuelas cotidianas de sus procesos políticos e históricos, de la capacidad pasmosa de los medios de comunicación para insuflarnos imaginarios. Y lo hace a través de gestos mínimos y pequeños elementos; con la corona de reina o la gorra de soldado que refuerzan íconos subsistentes de género, con la mirada temerosa de la madre porque el chico baila de una manera “rara”, con la mirada desafiante y fija del protagonista que condensa con precisión una diferencia que en un futuro expresará con palabras. Detrás de los gobiernos, detrás de los grandes ideales y de las polarizaciones, detrás de las ideas totalizadoras y cualquier intento de homologación, está la gente que sobrevive y sueña desde los límites estrechos del balcón. Y habrá quien quiera ser soldado, cantante, o reina de la belleza. O quienes con más edad sostienen ideales más modestos, como trabajar de seguridad y usar uniforme.

No somos un bloque, parecería advertir la película desmintiendo su imponte estructura edilicia al revelar sus recovecos y multiplicidad. Tenemos una capacidad ilimitada e intacta para imaginar, pero soñando sueños diversos.