Paso San Ignacio

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Las comunidades Mapuches hace mucho tiempo que perdieron sus territorios. Fueron asesinados o desplazados por los sucesivos gobiernos de turno. Los que sobrevivieron, desde hace varias generaciones permanecen en diversos parajes del sur. En uno de esos, ubicado en la provincia de Neuquén, se encuentra el Paso San Ignacio, otrora un lugar estratégico controlado por los pueblos originarios, y ahora es recordado por el sitio en el que habitó el beato Ceferino Namuncurá.

El director Pablo Reyero se dirigió a ese emplazamiento, que tiene como única compañía al volcán Lanín, para retratar la actualidad que viven los familiares directos de Namuncurá.

La zona en la que están parece una postal, aunque es inohspita, cerca pasa un río, la tierra es poco fértil, sólo crecen naturalmente arbustos muy bajos. Los pocos pobladores del lugar son entrevistados por el realizador, a quien le permiten entrar a sus viviendas e invadir la intimidad. Cada uno de ellos cuenta sus penurias y sufrimientos, intercalados con crónicas y recuerdos de los antepasados, mientras hacen sus actividades cotidianas como la crianza de animales, cocción de alimentos, etc.

Éste documental tiene una estructura clásica, de gente hablando a cámara, con ritmo muy tranquilo, al igual que todo lo que rodea al paraje, donde la quietud y resignación personal es, de vez en cuando, sacudida por las inclemencias del tiempo.

Todos los que brindan su testimonio convergen en un mismo sentimiento, añoran el pasado, aunque no lo hayan vivido. Pero se traslada de generación en generación, al igual que las creencias hacia una piedra llamada Newen, a la que le adjudican poderes sobrenaturales. Como así también valoran muchísimo las leyendas ancestrales y los sueños que tienen y deben contarlos.

Pese a vivir en una pequeña comunidad se sienten solos y aislados. La película transmite esa atmósfera con claridad, pero se vuelve reiterativa y demasiado extensa en su duración para reflejar mucho más el aislamiento. No hay música incidental, sólo se escucha el sonido ambiente de animales y del fuerte viento que sopla a veces.

En definitiva, una historia más de los perdedores de éste país, a los que no les tocó nada del reparto que hicieron los poderosos, pero que igual perduran como pueden, o los dejan