Paris puede esperar

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

La planificación de un viaje lleva tiempo, si se va por un corto período la logística es un factor fundamental para que la estadía rinda al máximo, y poder visitar la mayor cantidad de sitios posibles, pero, hay circunstancias que pueden alterar todo lo planeado como le sucede a este matrimonio integrado por Anne (Diane Lane) y Michael (Alec Baldwin), que tienen que modificar la ruta a último momento. Y lo que pareciera ser un simple detalle, no lo será.
La directora Eleanor Coppola, esposa de Francis Ford Coppola, incursiona en la realización de su primera ficción utilizando al territorio francés como una gran locación para contar una pequeña historia, una road movie, de gente grande, tranquila, adinerada, cuyos excesos son disfrutar de la abundante comida gourmet y los excelentes vinos.
La pareja que está alojada en Cannes, porque Michael es un exitoso productor cinematográfico de Holywood, tiene que viajar a París, pero no puede hacerlo junta porque Anne padece dolor de oídos y no la dejan subir al avión, con el agregado del sorpresivo viaje que tiene que hacer el productor hacia Budapest para socorrer a una película en proceso. Estos inconvenientes quedarán salvados gracias a la predisposición del socio de Michael, que es un francés, y vive en Francia, llamado Jacques (Arnaud Viard), de llevar en su propio auto a Anne, a París.
El trayecto, que tendría que hacerse en siete horas, tarda mucho más de lo esperado porque Jacques lleva a la protagonista a recorrer las campiñas, museos, hoteles y restaurantes lujosos, y en todo lo que le muestra y enseña es un experto. Al comienzo Anne, pese a que conoce al francés hace años, se sentirá incomoda al estar ellos dos solos permanentemente, y que él se tome todo el tiempo del mundo para llegar a la capital francesa, hasta que a ella también le empieza a gustar el trayecto.
El relato mantiene siempre el mismo tono amable, no hay alteraciones, Jacques no sólo actúa como un guía turístico hacia Anne, sino que hacia el público también.
El francés es un seductor empedernido, está atento a todo, a la norteamericana la llena de galanterías, halagos permanentes, no la deja pensar, en cada parada tiene a mano un plato sofisticado para enseñarle acompañado por un buen vino.
El film se vuelve un tanto empalagoso de ver tantas exquisiteces, tanta amabilidad, tanto lujo, que aburre, aunque más de una extranjera desearía que le toque un viaje así.