Ocean's 8: Las estafadoras

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Algún día habrá que hacer la historia de películas como Ocean’s 8, que parecen tenerlo todo y sin embargo no pasan de ser objetos grises e insípidos, casi como si no existieran. El punto de partida promete mucho: actrices de primera línea todas juntas jugando a ser ladronas de alta gama en un caper film; el guion invierte lo necesario en comedia, incertidumbre y algunos giros narrativos, como para amenizar el asunto y que haya un poco de todo. El relato no para ni un segundo: salta de un personaje a otro, los sigue a lo largo de toda clase de preparativos y puestas a punto del robo. El golpe, previsiblemente, es un oasis de acción: puro movimiento, gente que va de un lado para el otro siguiendo una coreografía secreta que se nos revela con cada nuevo paso y cada nuevo peligro. Nada podía salir mal, ahí estaba el género con sus leyes y su eficacia, solo había que ejecutar con un poco de empeño la fórmula y todo listo. El director Gary Ross parece cumplir con todos los requisitos del caper con cierta pericia, pero algo falla. El humor, por ejemplo, que no funciona la mayor parte del tiempo, además de la relación entre las mujeres, que aparece desbalanceada (hay personajes de los que no se sabe nada y que deambulan por la historia apenas como proveedores de gags rápidos). El comienzo se vuelve interminable y solo resulta tolerable gracias a los intercambios entre Sandra Bullock y Cate Blanchett, que brillan cuando se juntan. La secuencia del robo está bien, es como si el género aportara por default el ritmo del que Ross carece, pero después sobreviene una investigación que tal vez sea la decisión más anticlimática que se haya visto en años (aunque ahí, hay que decirlo, aparece el detective que hace James Corden que consigue él solo todos los chistes que a la película entera no le habían salido hasta ese momento). En el final, el guion dispone dos vueltas de tuerca seguidas imposibles: una resignifica por completo a uno de los personajes más ambiguos (y, por eso mismo, más interesantes), y la otra es totalmente gratuita, un agregado narrativo que se emparcha sin mucha delicadeza y que prolonga por unos minutos más la tensión del golpe cuando todo ya se había resuelto. ¿A qué clase de cine pertenece Ocean’s 8, entonces? No es de las películas que carecen de recursos, ni de las que desconocen las reglas de los géneros (o que intentan subvertirlas), ni de las que tratan de inventar una cosa nueva y les sale mal. No, es una película distinta, por ahí más difícil de nombrar: un cine del esfuerzo mínimo, de la premisa elemental (“vean: un caper con mujeres”), sin ambición, del que no puede decirse que fracase porque para fracasar hay que arriesgar algo.