Nebraska

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

En busca del premio perdido

Además de su virtuosa fotografía, son tan extraordinarias todas las actuaciones de Nebraska, desde la de Bruce Dern como ese viejo testarudo hasta la del último granjero que aparece por allí, que las palabras quedan chicas.

“Vos también serías alcohólico si vivieras con tu madre”, le dice Woody Grant a David, que de sus dos hijos es el que le tiene más paciencia. Más paciencia que el hijo mayor, que quiere meter ya mismo al viejo en un geriátrico, y desde ya que más paciencia que su esposa Kate, que vive recordándole que es un borrachín, un perdedor, un viejo chocho que se olvida de todo, está en la luna y ya casi no oye. Todo lo cual es estrictamente cierto, como todo lo que dice, siempre en su estilo de cirugía mayor sin anestesia, mamá Kate. Como Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Nebraska es una clase especial de película de caminos, a la que podría denominarse road movie geriátrica. Con las variaciones del caso, aquí, como allá, el camino funciona como agente catalizador del pasado (y su revisión), de reconocimiento de la propia identidad y de reencuentro familiar. ¿Que todo esto suena a fórmula? Sí, suena. Pero como suele suceder con las películas de Alexander Payne (recordar la propia Sr. Schmidt, Entre copas, Los descendientes), Nebraska es una de esas películas en las que todo posible artilugio de guión queda en un segundo plano, imponiéndose algo más grande y valedero: la verdad cinematográfica que la película entera respira.

Woody Grant (Bruce Dern, en un regreso a toda gloria) sale al camino, de a pie nomás en la primera escena, con la intención de ir a cobrar lo que supone es un premio de un millón de dólares. Se trata en verdad del truco publicitario de una editorialita de tres por cuatro, cuya verdadera intención es vender suscripciones. Además de todo lo que la pequeña Kate (June Squibbs) le echa en cara con su sinceridad brutal, Woody es un obcecado que no escucha a nadie, no entra en razones y encima ahora, pisando los 80, está senil. Así que vayan a convencerlo de que nunca va a cobrar ese millón de dólares. Consciente de que si alguien no lo acompaña se va a largar solo a la ruta, David (Will Forte, de las huestes de Saturday Night Live) se arma de paciencia, pide unos días en el empleo y sienta a papá al asiento del acompañante de la 4x4... aunque papá está convencido de que podría manejar él perfectamente.

Los Grant vive en Billings, Montana, y para “cobrar el premio” deben trasladarse a Lincoln, Nebraska: una distancia casi equivalente a la que hay de Buenos Aires a Neuquén. Truquito de guión, camino a Lincoln, en el pueblito de Hawthorne, nació y pasó buena parte de su vida Woody. Lo cual dará ocasión a que vengan, más que los recuerdos (a Woody, la nostalgia le importa un pito, como todo), el pasado mismo, en la figura de su ex socio en un taller mecánico (el gran Stacy Keach, otra reaparición para festejar), de una ex novia de la cual nadie sabía nada (una actriz memorable llamada Angela McEwan) y la vieja granja familiar, que irán a visitar en contra de los deseos de Woody. Granja que recuerda mucho, en su estado ruinoso, a la de La mujer deseada (The Lusty Men, Nicholas Ray, 1952), donde cumplía la misma función dramática.

“Qué cuentas, Woody”, pregunta, por compromiso, el hermano (¡mayor!) de Woody cuando se reencuentran. “Nada”, contesta el otro. “¿Y tú?” “No mucho”, responde el otro, y él sus hijos con aspecto de escuerzos siguen viendo la tele. Todas las escenas familiares de los Grant (ese primer encuentro, la presencia de los primos ultra white trash, el encuentro familiar ampliado con todos los hermanos viendo la tele en silencio) están entre las más geniales escenas cómicas que este cronista haya visto en mucho tiempo. Porque, claro, como todo film de Alexander Payne, Nebraska es una tragicomedia. Como las películas de John Ford, pongámosle. Hay mucho de John Ford en la combinación de acidez anglo y sensibilidad irlandesa, en el humanismo disfrazado de sequedad, en el Cinemascope en blanco y negro que Phedon Papamichael maneja de modo magistral, en los espacios abiertos y desolados y en el rigor de la puesta en escena.

Son sumamente escasos, y reservados sólo para las escenas emotivamente más cargadas, los primeros planos de Nebraska. Predominan planos generales en los que la figura humana parece perderse en el paisaje, y planos americanos, que tienden a realzar tanto la interacción entre personajes (el tamaño permite que entren varios en el encuadre) como la distancia. Una distancia que más que espacial parecería temporal (materialización del pasado que pesa sobre el presente de Woody) y humana (el distanciamiento familiar propio de los Grant). ¿No piensa hablar el crítico de las actuaciones? No, porque son tan extraordinarias (todas, desde la de Bruce Dern hasta la del último granjero que aparece por allí) que las palabras quedan chicas. Apenas decir que pocas veces se vio en cine a alguien tan perdido como Bruce Dern aquí, un hijo tan bancador como el que compone Will Forte y un flashazo tan fuerte como el que supone descubrir, de un solo golpe, a la hasta aquí desconocida June Squibbs, metro y medio de dinamita pura.