Nada es lo que parece 2

Crítica de Nicolas Mancini - El Lado G

Al que le gustó la primera le va a gustar. Al que no, no espere nada nuevo, pero sepa que se va a entretener.

¿Cómo responder ante la supuesta verosimilitud de la explicación de un truco imposible? El espectador la tiene difícil, sabe que los movimientos de los Cuatro Jinetes son inexplicables pero se encuentra con la resolución mecánica y el fundamento de sus actos. La primera parte de Nada es lo que parece ahondó en esta cuestión, resumiéndose en un conjunto de shows cinematográficos que, de alguna que otra manera, podrían llegar a entenderse mediante argumentos de los personajes. En esta segunda parte todo se fue por la borda. Mas parecida a una película de la saga Misión Imposible que a la sutileza de The prestige, Nada es lo que parece 2 cuenta con escenas de acción más frecuentes que en su antecesora. Situaciones desfachatadas y espectáculos visuales desmesurados hacen que el film del director Jon Chu remarque un intento de explotación de recursos ya utilizados.

Los Cuatro Jinetes -aunque ya develado el quinto- reaparecen en escena. Thaddeus Bradley (Morgan Freeman) quiere salir de la cárcel a toda costa y Dylan (Mark Ruffalo), Daniel (Jesse Eisenberg), Merrit (Woody Harrelson), Jack (Dave Franco) y Lula (Lizzy Caplan) combaten los caprichos de un joven multimillonario en las calles de la abultada Macao. Dos aspectos de la trama que asomaron en la primera entrega funcionan para que el nombre de los protagonistas vuelva a sonar en el mundo: el confuso episodio de la muerte del padre de Dylan, relacionado directamente con Thaddeus, y la importancia de “El ojo”. Estados Unidos, China y Londres son las locaciones que recorren los ladrones con el fin de hacer quedar mal a los malos y, a su vez, salvar su vida.

El factor cómico y la inclusión de nombres pesados son las correctas novedades del film. La aparición de un personaje que en la película del 2013 es descrito en solo dos líneas es fundamental para delimitar el alto grado de comedia de este híbrido: el hermano gemelo de Merrit, o sea, de Woody Harrelson. Si no bastó con que el actor sea el más destacado del primer film, en esta entrega aparece en partida doble. Dos personalidades bien diferentes confluyen con el resto de los personajes con un grado de sorna capaz de darle al film la identidad de comedia. Tampoco hay que dejar de lado la expectativa de apreciar a Daniel Radcliffe nuevamente en un papel de mago. El espectador, acostumbrado a ver al actor británico en la piel del archifamoso, talentoso y ético Harry Potter, se llevará una sorpresa al descubrir su incidencia en esta película de ilusionistas ladrones contra mafiosos y multimillonarios. Caplan hace olvidar a la desaparecida Isla Fisher como participante femenina del elenco y Michael Caine, lamentablemente como en la anterior, posee una participación casi nula. El resto de estrellas, ambas con algunas gemas en el cine independiente tanto como en el comercial, cuentan con características bien denotadas y un trato equitativo en incidencia.

Chu apuesta por segunda vez a la conducción de un film fuera del género musical. En 2013 dirigió G.I. Joe: El contraataque, una secuela no muy afortunada del tampoco muy afortunado film de ciencia ficción del 2009. La falta de Louis Leterrier, el director de la primera película de los magos, hace notar el sutil cambio que sufrió esta secuela. El film del 2013 se mostró más solido, serio y cauteloso, mientras que la segunda parte se desmadra en gags cómicos como en la utilización de los efectos especiales y grandes coreografías. Aunque el resultado haya sido de un notorio abultamiento visual, el producto “Nada es lo que parece” sigue siendo el mismo. La sensación de figurita repetida está latente, algo que el espectador gustoso de la antecesora puede aceptar y que el pretencioso puede tomar solo por un pastiche de impactantes imágenes visuales, aunque no por eso poco entretenidas.