Muppets 2: Los más buscados

Crítica de Elena Marina D'Aquila - A Sala Llena

La melodía de Broadway.

Los Muppets 2: Los más Buscados es, sin duda, una de las alegrías cinéfilas más grandes del año. Sí, cinéfilas. Porque ésta vez los Muppets se ríen de todo en el mejor de los sentidos, mediante el homenaje paródico a un sinfín de películas, personajes y actores que ya ocupan el lugar de íconos de la cultura. Se ríen de El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman (¡!) y de los clichés y la iconografía de todos los géneros cinematográficos. Se ríen del Hollywood que, a la manera de una fábrica, produce secuelas sin darle demasiada importancia a las historias, pero esta vez los Muppets fallan a nuestro favor mientras cantan: “Y todos saben que la secuela no es tan buena”. Porque lo que hace relucir a esta secuela es su enorme capacidad y habilidad para reírse de sí misma, de la impopularidad de los Muppets y a la vez realizar una crítica a la industria cinematográfica.

Si en la primera entrega los protagonistas eran el carisma de Jason Segel y la luminosidad de Amy Adams, quienes se robaban la pantalla, ahora las verdaderas estrellas del gran espectáculo audiovisual que James Bobin despliega ante nuestros ojos, son los propios Muppets. En este gran patio de juegos que propone el director, los famosos son invitados a jugar con los Muppets y no al revés.

El primer número musical de la película arranca homenajeando al musical clásico de Hollywood y a las coreografías de Busby Berkeley con sus formas geométricas y sus efectos caleidoscópicos, para luego mutar en una película de espionaje y luego en una de aventuras y de acción que nos lleva por Alemania, Madrid, Irlanda y Londres como si estuviéramos viendo una de Jason Bourne. Pero por sobre todos los géneros que homenajea Los Muppets 2, el que más le pertenece y al que más ama es la comedia. Porque es difícil hacer reír, correr riesgos, ridiculizarse. La comedia exige una anestesia momentánea del corazón para que aislemos nuestros sentidos y luego podamos reírnos y volver a reírnos cuando escuchemos el eco de las risas en los otros, con quienes compartimos la experiencia. Ese ámbito festivo es lo más difícil de crear.