Muere monstruo muere

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Mendoza, mirada monstruosa.

La provincia de Mendoza, región donde suceden los hechos del film, se presenta distinta a la hermosa imagen con la que se la suele relacionar. Aquí la belleza geográfica rural y de su naturaleza mantiene su imponente belleza de forma trastocada, una alteración del orden y lo natural bajo la oscuridad de la inquietante calma que la rodea.

El nuevo film de Alejandro Fadel (El amor-Primera parte, Los salvajes) realiza un viaje al lado oscuro de la provincia, describiendo un horror que va más allá del acecho de una criatura, sino que se forja en la irrupción de lo apacible con la extrañeza y lo enigmático de sus climas que se tornan cada vez más agobiantes.

El film de horror se ve impregnado de una atmósfera enrarecida que se presenta y recibe como algo totalmente diferente a la manera en la que el género es tratado, incluso dentro de la producción nacional. La historia se encuentra rodeada de juegos trípticos, una frase que da nombre al film, tres montañas con forma de M y un triángulo amoroso que la tiene a Francisca (Tania Casciani) entre el cariño y el cuidado de su inestable marido David (Esteban Bigliardi) y el apasionado amor que mantiene con su amante, el oficial de polícia Cruz (Víctor López). Las diferentes tríadas que plantea el film toman forma de simbolismos y epicentros que alimentan al llamado monstruo. La criatura que ataca a mujeres y les corta la cabeza con su larga cola, es más un síntoma de esa sociedad rural que un monstruo ajeno a la naturaleza humana.

Ante la calma y pasividad de los días, la tierra mendocina aumenta su temperatura desde la locura y la violencia que se abre paso en sus sierras. Abandonando su origen de formación rocosa, las sierras provocan un reguero de sangre como si se tratara de la herramienta que se utiliza para cortar. La investigación policial que lleva a cabo Cruz, intensificada al convertirse su amada en otra víctima, se conforma a través del enrarecimiento como clima principal de la historia. Pero el actor que se pone en la piel de Cruz no logra acompañar dichos climas, debido al inalterado rostro o las líneas de diálogo que modula de manera tal que en muchos momentos dificulta su entendimiento. Es por ello que la figura protagónica resulta uno de los elementos menos logrados del film, haciendo que la terrorífica atmósfera tan bien transmitida pierda fuerza cuando el sujeto se encuentra en escena.

Sin embargo, a pesar de que el rol protagónico sea el punto más bajo del film, o el pico de la montaña central con menor altura, la obra de Alejandro Fadel funciona y maravilla por el increíble trabajo visual y sensorial que realiza, creador de sensaciones. La fotografía y las tomas con las que describe el ambiente natural que rodea a los personajes, la presencia escasa del monstruo en pantalla y su diseño con efectos prácticos, son los instrumentos que implementa el director de manera soberbia, haciendo que ello sea el latido violento, las pulsaciones que dan vida a monstruo y creador, a film y director. En la vida rural de Mendoza, nadie puede oírte gritar.