Mon roi

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Escenas de la vida conyugal

Dos son los puntos de partida en el análisis del filme, y aunque parezca redundante o banal, el titulo y las primeras imágenes nos obligan, una vez finalizada la proyección, a interrogarnos sobre el tema, más allá del relato. Ambos de forma conjunta.
La traducción literal del titulo es “Mi Rey”. En la primera secuencia Tony (Emmanuelle Bercot) se accidenta esquiando en la nieve. Sólo una palabra en toda la secuencia, su hijo exclama, cuando ella lo pasa a una velocidad inusitada, la reclama. ¿Accidente?
En la segunda secuencia ella está internada en un nosocomio para recuperarse de la rotura de ligamentos cruzados de la rodilla, no es casual que la directora y guionista nos dé cuenta de las consecuencias de la acción anterior en la voz de una psicóloga que la interroga sobre su acto, y le hace referencia mientras cuenta a los espectadores que las casualidades no existen.
Para ello la metáfora de la rodilla, como la reina de las articulaciones, reina por ser la única que va hacia atrás solamente dentro del cuerpo humano. Coloca a Tony en retrospectiva para repensar su vida con Georgio (Vincent Cassel), el padre de su hijo. Su Rey.
Estructurada narrativamente con flash back desordenados en el tiempo, cuya única lógica transitoria está dada en cada retorno a la actualidad, en que cada paso del proceso de recuperación despierta un recuerdo.
Posiblemente la utilización de este recurso termine por redundante, en ser un poco, y sólo un poco, ineficaz, las metáforas pierdan la fuerza por despliegue del texto que deberían tener. Desde la consabida de la vida que comenzó en el agua, o el agua como vital para la vida, hasta el viaje a ningún lugar para reencontrarse con uno mismo.
La historia se centra en la relación ¿amorosa?, enfermiza?, “Amarte duele”, como rezaba sólo desde el titulo el filme mexicano del 2002. Es en el enganche casi perverso entre los dos personajes principales en que se estructura el relato, uno, falto de límites, la otra, subyugada por la vorágine del primero.
Es desde el principio de la relación en que subyuga, en su decir de tratar de hacer bien a los demás por el sólo hecho de poder hacerlo, escondiendo su querer, necesitar, ser amado por sobre todas las cosas.
No es mi intención comparar la obra maestra de Bergman con ésta realización, sólo que éste está en su variable de la relación amorosa configurada como un rompecabezas, siendo sólo escenas de la vida en común de la pareja. Nada más y nada menos.
Si bien estamos frente a un texto ya conocido, el de las relaciones amorosas no “recomendables”, la obra tiene una riqueza formal que permite verla sin decaer, sostenida principalmente por las actuaciones de sus protagonistas. Si bien la responsabilidad en pantalla, por lo histriónico exagerado, con cambios de humor incluidos, parece darle la derecha a Vincent Cassel, el compromiso emocional y corporal, temporal y espacial, de Emmanuelle Bercot es superlativo.
En ese devenir constante de rupturas, encuentros, desencuentros, es que Tony puede redescubrirse en el final de la historia como parte ineludible para el sostenimiento del vínculo y no imperiosamente como víctima. Este es el valor agregado del filme por los ojos de una mujer. Su directora.