Misión Imposible - Repercusión

Crítica de Hernán Schell - La Agenda

El corredor

La nueva Misión: imposible continúa en la senda de la perfección formal hitchcockiana con un Ethan Hunt que atraviesa un período de introspección.

Cualquier persona que conozca mínimamente el cine de Hitchcock sabe que hay una película de él que se llama Intriga internacional. También sabe que esa película se transformó en uno de los films más influyentes de todos los tiempos, cuya impronta puede verse en cantidad de películas de aventuras, de acción y de espionaje que se hayan hecho; que por Intriga internacional tenemos la serie de James Bond, cantidad de largometrajes sobre espías por error, y también, de paso, una serie como la de Misión: imposible, con Tom Cruise.

Al igual que Intriga internacional, las Misión: imposible mezclan el cine de aventuras y espías con gente bonita y mucho glamour; también utilizan espacios perfectamente reconocibles de un país (en el caso de la película de Hitchcock, se trata de Estados Unidos; en las de Cruise, el relato se extiende a varios puntos del globo), para establecer ahí escenas de acción disparatadas, cuyo respeto por el realismo es menos que nulo.

Podría agregarse otra cosa. Así como Intriga internacional es una película de aventuras y también de maduración, en las Misión: imposible vemos a Ethan Hunt volviéndose más maduro en cada entrega. Si en la primera es un agente brillante pero algo ingenuo que despierta a una realidad de traidores; la segunda lo encuentra siendo una persona más independiente y hedonista; en la tercera parte lo veremos creyendo que puede equilibrar la vida en pareja con su trabajo de riesgo; en la cuarta, resignándose a que esto es imposible, y en la quinta ya lo vemos más maduro que nunca y capaz de aceptar ya no solo su situación personal sino el trabajo de equipo. En la reciente, Repercusión, lo vemos atravesando un período de introspección no exento de culpa.

Ante tanta influencia no es casual que varias de estas películas admitan de manera bastante abierta su propio origen. La primera (1996) la dirige Brian De Palma, acaso el director más abiertamente hitchcockiano de todos los tiempos. La segunda (2000) se establece casi como una remake de Tuyo es mi corazón. La tercera (2006) explota de manera autoconsciente la noción de McGuffin hitchcockiano. Y la quinta (2015) tiene un homenaje directo y evidente a El hombre que sabía demasiado.

Así y todo, es injusto evaluar a las Misión: imposible por sus conexiones y relaciones. Básicamente porque parte de su valor reside justamente en las diferencias estilísticas abismales entre una película y otra. Ni siquiera argumentalmente son parecidas: en general, la relación narrativa entre una película y otra suele ser bastante poca. Apenas uno que otro personaje que se repite (como el de Ving Rhames, que es el único junto con Cruise que está en todas), y algún que otro hecho que podría ser central en una entrega y que vuelve en la otra de manera más lateral. Fuera de eso, ver cada Misión: imposible es tener un encuentro con una nueva aventura de Ethan Hunt, aventura que a veces puede tener un estilo completamente distinto.

Quizás la diferencia más notoria se encuentre en el contraste entre la primera y la segunda. Si la primera es una película de espionaje más clásica y fiel al programa de televisión (1966-1973) con una utilización virtuosa del suspenso, la segunda se propone muchísimo más como una película de acción melodramática y desatada en donde incluso la fuerza física de Ethan Hunt es notablemente superior a la primera. Es en el fondo como si fuese otra película, vista desde otro estilo, en el cual el propio personaje de Cruise se resignifica por la mirada de un director, en este caso el hongkonés John Woo. Una vez entendida esta regla, no sorprendió tanto que la tercera entrega -dirigida por J. J. Abrams- fuera tan distinta a las otras dos.

Aun así, creo que es en la tercera en donde se marca sutilmente un quiebre en la forma de concebir la acción que marcó todas las posteriores. Se trata de una carrera de Ethan Hunt por las calles de Shanghai, en las cuales se hace todo lo posible por privilegiar el plano general sin cortes. Allí se puede ver al propio Tom Cruise corriendo desesperado y en tiempo real un pique sostenido. Es atípico ver a una superestrella de Hollywood haciendo algo como eso. Y creo que en algún punto lo que se propone con este tipo de escenas es mostrar una conexión con el cine de acción oriental.

Si uno tuviera que pensar en dos grandes modelos del cine de acción pondría por un lado a ejemplares como los de Hong Kong, en donde actores como Jackie Chan y Jet Li muestran claramente sus habilidades en escenas genuinamente riesgosas y enmarcados en un cine más barato y artesanal; y por el otro el de la acción hollywoodense, donde un montaje y eventuales efectos digitales y uso de dobles e riesgo nos hacen creer que el héroe tiene una agilidad, fuerza y riesgo real que en verdad no existe. En las Misión: imposible siempre hay una mezcla de las dos cosas. Por un lado, son grandes producciones de Hollywood con extraordinarios efectos digitales y mecánicos, y sofisticados escenarios construidos en estudio; pero por el otro, hay una cualidad más bien física en la que uno siente también el cuerpo de Tom Cruise exponiéndose a situaciones que podrían ser perjudiciales para él o que demandan un esfuerzo físico notorio.

Cruise no es ni Chan ni Li, y creo que es por eso también que verlo pelear en plano general y corriendo durante varios minutos tiene su encanto particular: su personaje no es un artista marcial elegante y agilísimo, sino muchas veces un acróbata a su pesar que tiene que poner sangre, sudor y lágrimas para ganar la pelea. De ahí la importancia que ha tenido en las películas verlo correr de manera sostenida. Correr es un acto cansador pero normal, que tiene que ver menos con la agilidad particular que con el esfuerzo físico que puede hacer cualquiera. Lo fascinante de verlo correr a Ethan Hunt es ver una figura expuesta en toda su admirable energía, pero también a todos sus límites como héroe. De ahí también que a veces la figura de Ethan Hunt se parezca menos a la de un héroe de acción como Schwarzenegger o Bruce Willis que a un comediante slapstick al mejor estilo Buster Keaton, que a veces tiene que zafarse de ciertas situaciones de peligro disparatadas con lo primero que tenga a mano y aprovechando los pocos recursos que le da un espacio.

Esta misma lógica creativa aplica a la planificación general de la acción que han tenido las últimas Misión: imposible, que casi nunca usan la explosión como método efectista para buscar espectacularidad visual (de hecho, en la 4 -dirigida por Brad Bird-, la explosión del Kremlim queda prácticamente fuera de campo), y que más de una vez resignifica ciertas situaciones de acción y suspenso que vimos mil veces pero presentadas de otro modo.

Así es como en esta nueva entrega tenemos una pelea en un baño en la que se juega con un contraste visual entre la sangre derramada y el blanco radiante de los azulejos, y se resignifica el cliché de desarmar una bomba de tiempo mezclando planos con el famoso “corte de cable” con una necesaria y delirante persecución entre helicópteros para poder obtener el detonador.

No deja de ser interesante que el motor principal Misión: imposible sea Tom Cruise, quien produce estas películas desde su primera entrega y ha visto la oportunidad como un vehículo extraordinario para acrecentar su figura de estrella. Normalmente, el cine de acción y aventuras suele funcionar más como un puntapié inicial para que un actor se convierta en alguien muy famoso, o un género para que un intérprete musculoso encuentre un nicho de películas a explotar. Sin embargo, cuando Cruise empezó haciendo la primera Misión: imposible, ya era uno de los nombres más conocidos de la industria y había sido nominado al Oscar por Nacido el 4 de julio. Había trabajado con Scorsese, los hermanos Scott, y había realizado películas de prestigio como Rain Man. Mientras continuó filmando películas de la franquicia, sumó a su listado directores como Spielberg, Kubrick, Paul Thomas Anderson y Michael Mann, y demostró ser un excelente héroe de comedia romántica en Jerry Maguire, y un mejor comediante en la extraordinaria Una guerra de película, de Ben Stiller. Y sin embargo, siguió trabajando en estas películas de espionaje un poco para sumar más directores de prestigio a su currículum, otro poco también para ser el motor principal de una de las series de largometrajes más insólitos y virtuosos de la historia del cine.

Dicho virtuosismo no se basa en películas que buscan el prestigio fácil de los grandes temas, o las actuaciones esforzadas necesitadas de premios y nominaciones, sino que, por el contrario, varias de ellas se admiran por su perfección formal en el estado más puro. La combinación brillante de humor y adrenalina de la cuarta, la perfecta y clarísima construcción narrativa de una trama de espionaje en la quinta y la sexta, el notable uso de la cámara lenta y la absoluta y admirable falta de miedo al ridículo de la segunda.

A este cine muchas veces se lo califica en un sentido peyorativo de puro entretenimiento, o “pochoclero”. Pero creo que no hay mucho cine más difícil de analizar que este. Acá el crítico debe valerse pura y exclusivamente de su poder de observación y análisis para expresar en palabras convincentes y precisas el motivo por el que una escena le produce tal o cual sensación de adrenalina o cómo está haciendo un film de espionajes y traiciones para hacer que sus decenas de vueltas de tuerca no suenen forzadas ni confusas. Se trata de un cine basado más que nada en formas puras, al que a veces, para exaltarlo, se lo intenta explicar con adjetivos grandilocuentes como “imponente” o “extraordinario” para no dar mayores precisiones, y en el peor de los casos se lo sobreinterpreta para intentar forzar una idea supuestamente profunda.

Sin embargo, el juego de Tom Cruise es otro, y en medio de su carrera brillante, muchísimo más inteligente que lo que muchos creen, nos dio una saga que se constituye muchas veces de una forma pura, lo más parecido a “puro entretenimiento” que existe en el sentido más noble de esa palabra, y dicho desde la firme convicción de Oscar Wilde de que no existe nada más profundo que una superficie hermosa.