Mazinger Z Infinity

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Hay algunas historias que da gusto contar y volver escuchar. Desde que la serie original de Mazinger Z terminó en 1974, hay una escena que insiste en el tiempo: un robot piloteado por un chico de pocas luces que se enfrenta a un ejército de enemigos más poderosos que él en un combate final. Alrededor de esa escena se produjeron largos, nuevas series, cortos y ahora otro largo, Mazinger Z: Infinity, que olvida lo hecho en la etapa Mazinkaiser para imaginar el mundo de la serie después de diez años del último ataque del Dr. Hell. Digo escena y no relato porque pareciera ser esa escena, incluso esa imagen, la del héroe condenado, superado en número por sus rivales, la que justifica la reinvención narrativa de cada nueva iteración de Mazinger, como si todo fuera una excusa para volver una vez más a ese momento límite con su carga dramática y afectiva.

Mazinger Z: Infinity sobrecarga una explicación científico-filosófica que bordea el delirio: los diálogos lacónicos sobre la teoría cuántica de los universos posibles hace acordar más a Evangelion que al personaje de Go Nagai. A su vez, la mayoría de los personajes no parece haber sufrido grandes cambios, salvo por Koji, que ahora, siendo adulto, presenta un perfil inverosímil: el chico pendenciero y cabeza dura se transformó en científico (?) y cavila sobre la posibilidad de formar una familia con Sayaka (con la que ni siquiera está de novio). En el medio, se suma una nena-humanoide diseñada por los mismos creadores perdidos de Mikenes capaz de salvar o de hundir al mundo. Nada de esto importa, en verdad, porque todo funciona más o menos como el trampolín de ocasión para regresar a un momento, a un escenario, a una imagen: la de un robot a punto de batirse en un duelo imposible contra cientos de monstruos mecánicos. Además de esos cambios, Mazinger Z: Infinity toma distancia del humor absurdo de las últimas relecturas de la serie original: acá hay un retrato más o menos realista, donde la vida del instituto de energía fotónica tiene un contexto social e internacional con sus presiones y diplomacia. La destrucción generalizada adquiere un rasgo humano inédito: la gente sigue el desarrollo de la catástrofe y la inminencia de un nuevo ataque a través de las encuestas de la televisión y de las noticias de los diarios. Pero la película mantiene algunas coordenadas ineludibles como la de la línea de la comedia slapstick que traen Boss y sus amigos. Para distraer a los monstruos del Dr. Hell, un robot-impresora-3D gigante dirigida por dos científicos fabrica objetos (mayormente pelotas) que el robot de Boss arroja contra los enemigos sembrando una devastación impensada: la gratuidad de la escena es un reencuentro feliz con el recuerdo de la serie televisiva. Las batallas con los robots funcionan a la perfección a pesar de la amalgama de las técnicas del dibujo y de la animación tridimensional: la articulación de una y otra a veces resulta expulsiva, se notan las costuras, pero así y todo la película se las arregla para imprimirle una escala visual y sonora impresionante a cada choque de metales, rayos y explosiones. Mazinger Z: Infinity es un gran espectáculo, de esos que todavía solo puede proveer una sala de cine, en cierta medida similar al de Titanes del Pacífico 2, que la crítica rechazó aduciendo problemas narrativos, sin haber reparado casi en los placeres sensoriales sin igual que ofrecían las peleas entre robots y monstruos. Pero ya se sabe que muchos críticos ofician de script doctors improvisados: no ven imágenes ni escuchan sonidos, solo se fijan en el relato, son sommelier de guion. Mientras el crítico se entretiene inventariando incongruencias narrativas o puntos débiles de la historia, estas películas dedican todos sus esfuerzos a explotar el poder de las imágenes, su textura, su monumentalidad, porque entienden que el cine debe ser algo más que un relato prolijo, “bien construido”. Películas como Mazinger Z: Infinity y Titanes del Pacífico 2 desarman al crítico de guion y confrontan al espectador con las formas del cine, le recuerdan cómo era eso de ver y escuchar en una sala.