Marguerite

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Fundando su discurso en el absurdo y el ridículo, y encontrando en Catherine Frot a la actriz ideal para superar la ausencia de un plot narrativo con sorpresas (hecho difícil para los 140 minutos que dura el filme), el realizador Xavier Giannolli nos trae con “Marguerite” (Francia, 2015) una de las historias más interesantes y atrapantes de la temporada.
Enfocándose de manera excluyente en Marguerite, una acaudalada baronesa, ingenua, fresca, divertida, feliz y amorosa, que intenta sorprender a la clase alta con sus performances líricas, la película se acerca a la obra “Souvenir”, uno de los éxitos del off Broadway (que tuvo su versión local interpretada por Karina K) de hace unos años, y que encontró en el relato de la vida de Florence Foster Jenkins, la peor cantante de la historia, tela para narrar.
Una vez aceptado el hecho que Marguerite no canta, o que lo hace pero rozando el ridículo y las notas más desafinadas que uno pueda imaginar, y que éste será la historia central de una película que luego tocará temas como la fidelidad, el engaño, la verdad como director de los sucesos, y la esperanza en un cambio como posibilidad de crecimiento, pero que en el carisma de la no cantante y la gran interpretación de Frot todo se terminará por fagocitar y llevar a un segundo plano para destacar la imposibilidad de la mujer por lograr su sueño, y con éste, ser amada por todos.
En la acción la historia se desencadenará cuando Marguerite, luego de dar un concierto a beneficio en su casa, uno de los tantos que ha hecho con el objetivo de hacerse conocida y que la prensa le haga buena difusión a su voz, es observada con detenimiento por un joven periodista sin escrúpulos y su amigo poeta, quienes ven en la mujer la posibilidad de alcanzar sus metas sacándole algo del mucho dinero que posee.
Marguerite, incauta, caerá en las redes de ambos, seducida no por la juventud y belleza de éstos, sino por la favorable nota del periódico que con habilidad destaca su capacidad como soprano y la belleza (inexistente) de su voz.
Cegada por las palabras, desatiende a su asistente Madelbos, y se brinda totalmente a los jóvenes financiando performances en las que la poesía, el discurso de izquierda y su canto, terminarán por envolverla en una serie de desafortunados hechos que la correrán de la posición que hace años ocupaba en la clase alta.
Pero a Marguerite esto no le importa, sólo quiere reconocimiento y que su marido (André Marcon) la quiera y alguna vez la pueda escuchar cantando.
Pero la mujer no sabe que su esposo hace años que tiene una doble vida y una amante, y que si nunca llega a ver alguna de sus actuaciones es porque a propósito o desarma su automóvil o siempre llega tarde con excusas.
Porque cuando anteriormente se mencionó a la verdad como uno de los temas de la historia, éste sea, quizás con los sueños de la protagonista, el eje central de “Marguerite”, un filme que detalla en su guión cómo se le escondió a la cantante el hecho que no cante bien.
Su asistente elimina de los periódicos aquellas hojas en las que la crítica se ensaña con Marguerite, con titulares como “La causa es buena, pero la voz no” ó “El berrido de la baronesa”, o su marido, quien no se anima a enfrentar a la mujer con palabras claras y precisas.
Y entre esa tensión entre lo dicho, lo que se debe decir, y lo que nunca se dijo, es en donde Giannolli funda su narración, haciéndonos empatizar con la protagonista desde la primera escena, contando además con un nivel de producción y de época impecable.
“Marguerite” es un filme que se disfruta de principio a fin, pero también se lo padece, porque en el entender la luz de la cantante y su imposibilidad de seducir realmente a sus espectadores con una voz que no la acompaña, es en donde la empatía del espectador se tensiona, queriendo buscar una salida al inevitable callejón sin salida que la propia Marguerite se construye.