Maracaibo

Crítica de Nicolás Feldmann - Proyector Fantasma

El espiral de la culpa
Lejos de la impronta de policial o thriller con la que fue mayormente promocionada, Maracaibo es – o intenta ser – una aproximación sensible y emotiva de los eternos desencuentros entre padres e hijos en pleno proceso del camino hacia la adultez, y el inminente nido vacío. La dureza con la que el drama íntimo se presenta en este tercer largometraje del director y guionista Miguel Ángel Rocca es algo netamente conmovedor, un componente emocional que se remonta a su segundo film La Mala Verdad (2010), dejando en evidencia los secretos y tabúes de una familia aparentemente ideal.

Jorge Marrale y Mercedes Morán son Gustavo y Cristina, un matrimonio de médicos de clase media acomodada con pocas preocupaciones cotidianas y el orgullo de tener a su hijo Facundo (Matías Mayer) a punto de recibirse en el campo del cine de animación. Sin embargo, una serie de sucesos harán que la concepción idílica de Gustavo con respecto a su vida se vea completamente alterada. En primer lugar, el descubrimiento de la homosexualidad de su hijo. Algo que lo perturba principalmente por ser el último en enterarse, señalando el desconocimiento y la lejanía de su vínculo padre e hijo, más que por un rechazo homofóbico.

Con la herida todavía abierta y sin poder abarcar el tema abiertamente con su familia, el conflicto interno de Gustavo empeora en el momento que dos ladrones irrumpen en su casa a punta de pistola. No obstante, lo que podría haber terminado en un simple robo se convierte en una tragedia cuando uno de los asaltantes dispara accidentalmente a Facundo y lo hiere de muerte. La desesperación y la angustia del luto provocarán que Gustavo se consuma en una procesión que menos se intuye que tiene que ver con la venganza y más con el sentimiento de culpa al no haber podido comprender a su hijo en vida, afectándole asimismo en la relación con su esposa y amigos.

Jorge Marrale se pone al hombro a un personaje desconsolado por la pérdida, pero reticente a demostrar debilidad. Cada silencio, cada gesto o mirada al vacío retratan el abatimiento de un hombre sin rumbo. Puntualmente en escenas donde se lo ve hurgando entre las pertenencias de su hijo como la única manera que encuentra para traerlo de vuelta, aunque sea a través de un recuerdo. Un sentimiento compartido con su mujer Cristina que, en la piel de Mercedes Morán, significa el único cable a tierra que lo aleja del aturdimiento y un elemento fundamental en la progresión emocional del protagonista.

De todas formas, el guión de Rocca co-escrito con Maximiliano Gonzalez decide desviarse del drama personal en determinado momento, para dar pie a un aspecto más ligado a la búsqueda de justicia y el ajuste de cuentas con los asesinos, perdiendo solidez en el intento, y desandando el camino intimista que tan bien se mostró en la primera parte. En estos compases de thriller, que tienen como protagonista a Nicolás Francella y Luis Machín como los culpables del crimen, es que sus participaciones resultan desaprovechadas en cuanto a contexto y lucimiento de sus personajes. En especial Machín y su facilidad para convertir pequeñas interpretaciones en momentos memorables.

Maracaibo es un film emotivo y doloroso, pero con un gran componente de reflexión sobre los vínculos familiares, la culpa y el eterno conflicto de lo no dicho antes que sea demasiado tarde. Una propuesta audaz que, si bien sufre de algunos desajustes en la fluidez de su segunda mitad y en todo lo relacionado a su faceta policial, tiene en sus momentos de introspección su mayor fortaleza y sensibilidad. Del pozo se sale acompañado parece decir Rocca, y la reconciliación con uno mismo es siempre el primer paso.