Manos de piedra

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Un monumento fallido
La biopic de Roberto "Mano de Piedra" Durán está planteada como una glorificación del boxeador pero no alcanza para reflejar su enorme historia.

Si hay un hombre en el mundo que encarnó el espíritu del boxeo fue Roberto "Mano de Piedra" Durán. Tanto su vida como su carrera deportiva, imposibles de separar, están impulsadas por el aliento épico que anima a las leyendas. Cualquiera que haya visto boxeo en las décadas de 1970, 1980 y 1990 lo sabe. Durán era un valiente. Peleó contra los mejores de su época: Ray Sugar Leonard, Wilfredo Benítez, Thomas Hearns, Marvin Hagler.

Es innegable que su historia merecía una película. La pregunta es qué clase de película. Con los resultados a la vista, la primera respuesta que surge es: esta, no. Tal como está planteada, como una glorificación y monumentalización del gran boxeador panameño, Manos de piedra hubiera sido más eficaz en formato documental, con fragmentos televisivos de peleas históricas y testimonios de amigos, rivales, periodistas, familiares, etcétera.

Así hubiera captado algo real mediante las imágenes de archivo y los cuerpos de quienes sobrevivieron a aquellas batallas. Pero el director venezolano Jonathan Jakubowicz eligió el camino más costoso y, a la vez, potencialmente más rentable de la ficcionalización. En consecuencia, tuvo que enfrentarse a todas sus limitaciones.

La mayor de esas limitaciones es su notable incapacidad para filmar peleas. Como si siguiera la premisa de que el cine no debe imitar a la televisión, dilapida toda la gramática de la narración visual del boxeo que construyeron las transmisiones televisivas a lo largo de más de medio siglo. Jakubowicz parece haberse impuesto como regla mostrar a los boxeadores casi exclusivamente en planos medios, primeros planos y planos detalle, lo cual atenta al mismo tiempo contra la inteligibilidad de sus movimientos y contra la espectacularidad de la confrontación.

También deja un tanto que desear el arco temporal elegido, desde el debut de Durán en el Madison Square Garden, en 1971, hasta 1983, cuando noquea a Davey Moore, tres años después de haber abandonado en la polémica revancha que le concedió a Leonard. Esa decisión deja afuera casi 20 años de peleas, con momentos gloriosos y patéticos, y pierde así la posibilidad de calibrar la magnitud de un hombre que peleó hasta los 50 años.

Tanto Durán como su esposa Felicidad resultan excesivamente embellecidos en los cuerpos de Edgard Ramírez y Ana de Armas, quienes sin embargo son creíbles, al igual que el resto de los grandes nombres del elenco: Robert De Niro, Rubén Blades y Usher Raymond. Ellos sí están vivos; no, la película, que tiene la triste rigidez de un monumento.