Manos de piedra

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Manos de Piedra: una vida de furia y coraje

No hay dudas de que Roberto Durán es un personaje de película. Y el venezolano Jonathan Jakubowicz -que en 2005 consiguió un boom de taquilla en su país con Secuestro express, protagonizada por una actriz argentina, Mía Maestro- se animó a hacer una que tiene todas las características de la biografía autorizada, aun cuando se ha encargado de aclarar a la prensa que el boxeador no interfirió nunca en la etapa de producción. Proyectado fuera de concurso en la última edición de Cannes, el film pone el foco en la paternal relación entre el boxeador panameño (Edgar Ramírez, cuya carrera tomó impulso a partir de su celebrado protagónico en Carlos, de Olivier Assayas) y su veterano entrenador estadounidense Ray Arcel ( Robert De Niro, trabajando a reglamento).

Durán, quien empezó a boxear profesionalmente a los 16 años y se retiró ya muy deteriorado a los 50, no se caracterizó nunca por su disciplina. Pero en 1980 logró vencer al inigualable Sugar Ray Leonard gracias a su inteligencia para seguir un plan de combate, su innegable coraje y una proverbial furia que, según la historia de la película, cargada de lugares comunes, provendría en buena parte de su aversión por el imperialismo. Más allá de cierta inclinación por el efectismo, está claro que Jakubowicz sabe imprimirle ritmo al relato. Pero más de una vez la ligereza que colabora con su fluidez deriva en pintoresquismo de tira televisiva. Y los secundarios, interpretados por Ellen Barkin, John Turturro y el salsero Rubén Blades, están desaprovechados, son personajes carentes de peso y nitidez.