Lumpen

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Algo está por explotar

En su debut como director, el actor Luis Ziembrowski logró crear una atmósfera espesa, que hace de Lumpen una película difícil, incómoda, agobiante. La acción está ambientada en algún rincón perdido de Capital o el Gran Buenos Aires, en un clima de descomposición social que recuerda al de diciembre de 2001. Todo transcurre entre los habitantes de una casa de clase media venida a menos, los ocupantes del galpón de enfrente y los remiseros de una agencia vecina. Paranoico o no, el protagonista, Bruno (Sergio Boris), no tiene un minuto de paz: en su percepción, todos le ocultan cosas o estan tramando algo contra él. Es un burgués asustado por una realidad que parece caerle encima.

Con un director y un elenco con vasta trayectoria teatral, integrado por varios actores que se formaron con Ricardo Bartís o pasaron por su taller, el tono de la película recuerda al de varias obras del director del Sportivo Teatral, tan a menudo interesado por personajes marginales que se mueven en ámbitos opacos. O sea: lúmpenes.

Si la fortaleza de la película está en su tono inquietante, ominoso, la debilidad se encuentra en la falta de concreción de todo lo que se insinúa. Algo está por explotar y, cuando finalmente explota, ese estallido no está a la altura de las expectativas creadas.

Lumpen -con guión del propio Ziembrowski y el escritor Iosi Havilio- termina cayendo en la misma falencia de tantas películas argentinas de los últimos años: una situación bien planteada, sostenida por buenas actuaciones, pero que se queda ahí, sin tomar la altura dramática que sus virtudes merecían.