Los siete magnificos

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Es una obligación ir a ver Los siete magníficos. Pero no porque sea excelente, sino porque es una película que sabe adónde va.

Es una obligación ir a ver Los siete magníficos. Pero no porque sea excelente, sino porque es una película que sabe adonde está parada y adónde va. Antoine Fuqua es uno de los pocos directores mainstreams que demuestra tener conciencia de la tradición de cine a la que pertenece.

En Los siete magníficos se mete con el western, el género norteamericano por antonomasia. Más que una remake de Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, de la que toma la estructura del guion, el filme es una remake del western Los siete magníficos (1960) de John Sturges (también basada en el guion de Los siete samuráis).

La historia es conocida. Corre el año 1879 y los habitantes de un pequeño pueblo son sometidos por el tirano Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard), quien se adueña de todo y los obliga a trabajar para él. El pueblo es un infierno de cobardes incapaz de rebelarse y luchar por sí mismos.
Una de ellos, la joven Emma Cullen (Haley Bennett), después de presenciar el asesinato de su marido, decide buscar cazarrecompensas que quieran ayudarlos a defenderse del tirano a cambio del poco dinero que tienen.

Primero da con el misterioso pistolero Chisolm, interpretado por Denzel Washington. Luego, es el mismo Chisolm quien se encarga de reclutar al resto, mientras se los va presentando brevemente. La corrección política asoma sus narices, sin dañar la película, en la variedad étnica del elenco multiestelar, que incluye no sólo al afroamericano Washington sino al asiático Byung-hun Lee y al mejicano Manuel García-Rulfo.

Antoine Fuqua vuelve a trabajar con Ethan Hawke y Denzel Washington juntos, como ya lo hizo en la excelente Día de entrenamiento (2001). Y con Washington repite por tercera vez (la anterior fue en la enorme El justiciero). Es la inmensidad de Denzel Washington la que abarca todo el plano. Su figura es la de un mito popular.

Las referencias no pasan sólo por las obligatorias a John Ford y Howard Hawks. La conexión con Infierno de cobardes de Clint Eastwood es evidente (por cómo lo presenta al personaje de Washington, por cómo lo hace cabalgar el caballo, y porque Chisolm está más cerca del sin nombre de Eastwood que del personaje de Yul Brynner en la clásica de Sturges). Es en esa mezcla de películas representativas del género donde está la erudición (y el acierto) de Fuqua.

Los siete magníficos tiene un pragmatismo efectivo y la innovación se basa en su aparente conservadurismo, como si para Fuqua el cine ya estuviera hecho, como si no hiciera falta hacer más nada, sólo revisar los géneros de la manera más respetuosa posible.

Ya lo saben: hasta el western más irregular es una buena película.