Los siete magnificos

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Clásico aggiornado

Remake de una remake, tiene en el e elenco y en algunos gags los motivos para ser una buena película

Si una remake siempre provoca desconfianza, ¿qué queda para la remake de una remake? Estos siete magníficos de Antoine Fuqua (Día de entrenamiento, El justiciero) son una nueva versión de Los siete magníficos de John Sturges, que a su vez eran la versión hollywoodense de Los siete samuráis de Akira Kurosawa. La fotocopia de la fotocopia conduce más que nunca a la pregunta existencial que carga toda remake: ¿por qué?

Antes que nada, hay que decir que, si pocas remakes equiparan o superan a sus antecesoras, esta tampoco puede salir airosa en comparación con los dos íconos en los que está basada. Quitado ese peso de encima, puede agregarse que, 56 años después de Sturges, los magníficos mantienen parte de su capacidad para entretener intacta.

Acorde a la corrección política de estos tiempos, se volvieron multiétnicos: además de tres carapálidas, hay un negro -Denzel Washington, en el papel de líder que tuvo Yul Brinner-, un asiático, un latino y un indígena. Esta pandilla Benetton tiene el carisma indispensable para la épica, sobre todo en Washington, Chris Pratt (heredero del papel de Steve McQueen, vuelve a lucir la gracia que tuvo en Guardianes de la galaxia) y Ethan Hawke. Los otros cuatro aportan presencia, una virtud para nada desdeñable.

Fuqua no trató de inventar nada nuevo: filmó un western clásico, anclado en el siglo XIX, con unas cuantas de las escenas arquetípicas (empezando por la del forastero que, con su entrada intempestiva, provoca el silencio y las miradas desconfiadas de los parroquianos del saloon). Un respetuoso homenaje al género, una apelación a la nostalgia y a códigos conocidos, que por momentos emociona y en otros desprende cierto tufillo a moho: se hace difícil, después de Tarantino, volver a ver un western con los mismos ojos de antes.

La historia es la misma: unos aldeanos contratan a un pistolero para que los defienda del pillaje sistemático al que los someten unos bandoleros, y ese pistolero arma una suerte de cuerpo de élite con otros vaqueros peculiares que va recolectando por ahí. Entre el proceso de reclutamiento -copiado hasta el cansancio en tantas películas- y la llegada del grupete al pueblo está lo mejor, con gags que combaten el apolillamiento. Al solemne combate final, en cambio, se le pasó la fecha de vencimiento hace rato.

Entre las variaciones 2016 está el villano, que esta vez es un magnate del oro ávido por apropiarse de tierras ajenas. Un depredador que resume el espíritu de Estados Unidos en una lúcida frase. Dice, parado sobre el estrado de una Iglesia: “Este país ama por sobre todo a la democracia, y equipara a la democracia con el capitalismo, y al capitalismo con Dios”. Amén.