Los salvajes

Crítica de Federico Rubini - Cinematografobia

El hombre y la naturaleza

Mucho se habló de Los salvajes en los meses previos al BAFICI. Fue, creo yo, la más comentada, la más esperada, la que, se decía, iba a ser la estrella argentina de este festival, así como el año pasado lo había sido El estudiante. Se trata de la misma productora, "Unión de los Ríos" (uno de sus integrantes es Santiago Mitre, director de aquel film), y tiene la misma característica: fue realizada por fuera del INCAA, es decir, se trata, como El estudiante, de una producción mucho más independiente y de menor presupuesto que gran parte del cine argentino. Esto es destacable desde cualquier punto de vista, porque es una prueba más de que el cine es posible con cualquier recurso, sin por ello restarle méritos técnicos (justamente, como veremos más adelante, Los salvajes es un ejemplo de notable ejercicio técnico) y que no es necesario pasar por el INCAA para realizar un largometraje hoy en día, factor que muchos parecen desconocer o, en otros casos, vapulear. Así, Los salvajes desembarcó en el BAFICI (en la categoría de competencia internacional) de manera rimbombante, prometiendo mucho. Antes de su proyección, Sergio Wolf dijo que este film era polémico, ambicioso y divisor de aguas. Y que esa era lo que se necesitaba hoy en día en el cine. En ese momento estuve de acuerdo con sus apreciaciones; no así luego de ver el film. Porque ahí vi que Los salvajes no es ambiciosa sino pretenciosa (que son dos cosas muy distintas), autocomplaciente, y que de polémica no tiene nada: se trata de un relato de pura forma y nada de contenido, con bellas imágenes que esconden detrás la nada misma.

Los protagonistas se ven absorbidos lentamente por el paisaje y por la naturaleza.

El film comienza bien, muy bien. Vemos en la pantalla el escape de cinco jóvenes de un instituto de menores. Así, con explosiones de violencia, desesperación, plegarias, gritos y armas, estos personajes se abren paso hacia el agreste campo y comienzan un éxodo de unos cuantos días, con el objetivo de llegar a la casa del padrino de dos de ellos. Deberán sobrevivir a la naturaleza, a los animales, y, por sobre todas las cosas, a ellos mismos, los salvajes. Entonces, lo que había comenzado como una película de escape y fuga se transformará lentamente en un viaje iniciático para uno de los protagonistas, Simón, el más sumiso e introvertido de los cinco. A la larga, el objetivo se hará difuso, el viaje pasará a ser interno, y la transformación, evidente.
El método que utiliza el director Alejandro Fadel es claro. Ubica la cámara detrás de ciertos personajes- protagonistas pasajeros- y los sigue detenidamente, creando así una pluralidad de voces que no es simultánea, sino secuencial. La focalización va variando de personaje a medida que avanza el film; el grupo se reduce en número constantemente, y por lo tanto los protagonistas van variando. El espectador entonces nunca sabe con certeza quién vivirá y quién será el personaje principal, o, en definitiva, el que sostendrá el punto de vista final (por más que sea bastante evidente desde el comienzo que será el hermano menor de Gaucho, el pibito callado y meditabundo, quien tome la batuta). En esta estructura hay un claro método, una clara intención, y eso es mérito de Fadel. También lo hay en la fotografía de Julián Apezteguía, quien crea a partir de un paisaje una obra de arte, y de cualquier situación una danza coreografiada. En los planos generales, el método del encuadre es ubicar a los personajes como si fueran un elemento más de la naturaleza, una transformación que se hace más evidente, incluso desde la fotografía, hacia el final del film. La cámara se plantea como un contrapunto entre planos generales y cerradísimos primeros planos, y este contrapunto también funciona justamente para mostrar esa mutación de los personajes, esa adaptación al medio que los rodea. El clímax de esto se encuentra en el enfrentamiento de Samuel con el jabalí, su prueba iniciática. Toda la persecución y muerte del animal está realizado con planos cerradísimos, cortos y confusos, otorgando un vértigo notable a esta escena. Uno de los problemas de Los salvajes es su sonido, no desde el punto de vista técnico sino desde el criterio. La elaboración de climas a partir de la banda sonora tiene aquí un traspié, principalmente debido a su exceso. No hace falta, por momentos, depender tanto de ese sonido ambiente, el cual sólo contribuye a que la película se vuelva tediosa. Uno de los hallazgos (sin lugar a dudas lo mejor del film) es el de los actores. Todos, los cinco, se mueven con naturalidad y solvencia frente a cámara, y construyen escenas complejas con la altura de actores profesionales. Excepto Sofía Brito, la única mujer del grupo y de toda la película, ninguno de los otros cuatro había actuado en su vida, por lo que su labor es aún más valiosa.

"Yo soy el jabalí, yo soy el jabalí, soy el hombre y soy el jabalí".

Sin embargo, y dejando de lado todos estos hallazgos ténicos y artísticos, Los salvajes tiene algo de irritante. Y eso es lo que la condena. Esa pedantería que la caracteriza, ese aire de grandeza que se otorga; se trata de una película que se masturba pensando en sí misma, que se declara como Gran Cine ya desde el guión, desde los comienzos de su desarrollo. Y esto se ve reflejado en su trama, en su narración. Los salvajes (o la gente detrás de Los salvajes) confía en sus climas, en las actuaciones, en su fotogafía. Confía en todas sus partes. Y aquí está la falla de Fadel. La película se presenta como una suma de partes, no como un todo. Sin querer caer en frases trilladas, el método de este film es el de alcanzar la excelencia en todos sus rubros, y esto le juega en contra. Hacia la mitad de Los salvajes, ya no hay dirección, no hay sentido. Fadel habló de su intencionalidad de transformar este recorrido en un recorrido interno de Samuel, en una búsqueda y un viaje personal, en algo más místico que otra cosa. No tengo dudas de la intencionalidad detrás de esa mutación, de lo que tengo dudas es de que funcione. El relato se estanca en ese orgasmo visual y no avanza, se regodea con sus imágenes y comete un gran error: sacrifica el todo por la parte. A Fadel le costó cortar más material en la isla de edición por su exceso de orgullo, por su vanidad imperante. Se olvidó de que en muchos casos (y particularmente en este) menos es más, y que no hace falta mostrarlo todo: Los salvajes es un film puramente denotativo cuando debería ser absolutamente connotativo. En definitiva, sería una mucho mejor película si no estuviera demasiado ocupada en (intentar) demostrarnos en cada plano que lo que estamos viendo es cine puro, si se despegara un poco de su belleza y su amor propio. Se trata de un film que impone la contemplación cuando no hay absolutamente nada que contar, cuando lo que vemos es una máscara- una superficie- sin nada detrás, casi un capricho que no peca de caprichoso sino de insostenible.