Los pingüinos de papá

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Mire que me gusta Jim Carrey, me parece un muy buen actor, con el cual la factoría de Hollywood cometió varias injusticias, especialmente no haberlo siquiera nominado por su actuación en “Truman Show” (1998), sin dejar pasar por alto las composiciones que realiza de Andy Kaufman en la película dirigida por Milos Forman “The Man On The Moon” (1999), o la de su personaje en “The Cable Guy” (1996) dirigida por Ben Stiller, como para mencionar algunas producciones donde el comediante, exageradamente caricaturesco, como si eso tuviese algo de malo, dio paso al actor con todas sus herramientas histriónicas.

Pero acá no hace otra cosa más que repetir el personaje que supo jugar en “Mentiroso, Mentiroso” (1997), con la salvedad de que en esa comedia había un guión muy bien escrito, bien realizado, que instalaba un verosímil de excelente manera, y luego mentí que te creo. Había una infinidad de muy buenos detalles en la construcción del personaje, desde los diálogos, de apertura y cierre de cada una de las escenas que daban paso a la siguiente como si no hubiese un salto cualitativo, dando la sensación que cada una era la consecuencia inevitable de la anterior, y la causa justa de la siguiente, pasando por las relaciones entre los personajes haciendo anclaje en la historia relatada.

En “Los pingüinos de papá” se recurre a la misma formula, pero muy mal realizada, pues apunta a que el público únicamente le crea al actor, y uno lo hace, y lo perdona, pero sólo a él. Se nota demasiado que el producto tiene por objetivo que las familias pasen un rato entretenidas, para luego salir del cine totalmente vacíos, asumiendo un discurso de falsa moral, mal constituido y por ende no creíble, incluido el que sostente el valor de la familia por sobre el valor del dinero.

La historia se centra en Jim, un inescrupulosos alto ejecutivo de cuentas de una inmobiliaria, que se dedica a comprar propiedades, engañando a incrédulos, por poco dinero, actividad que lo instala como un sujeto que sólo vive para hacer una fortuna que todavía no logro. Divorciado, su actitud es lo opuesto a su padre, quien era un aventurero amante de la vida.

Jim no tiene tiempo para dedicar a los hijos. Su hija adolescente esta inmersa en su mundo tratando de seducir jóvenes, y no recurre a su padre por consejos pues siempre la decepciona. Mientras se prepara para celebrar el cumpleaños del varoncito, en el departamento en el que habita, le llega desde algún lejano lugar del mundo un pingüino como insólita herencia, obsequio de su padre. Como olvidó comprarle un regalo al hijo resuelve que ese pingüinito lo salva pues, apremiado por el tiempo, será su regalo para el pequeño. Complica la ingeniosa solución el arribo de otra caja conteniendo otros cinco ejemplares tan simpáticos como el primero, de esos mal llamados pájaros bobos.

Es sabido que no se pueden tener este tipo de animales en un departamento, ni siquiera en los condominios de lujo. Todo lo que sucede narrativamente a partir de ese momento es una catarata de gags, que no cumplen con el cometido de hacer reír, ni plantean conflictos es el desarrollo de la trama.

Los pobres animalitos son utilizados por éste inescrupuloso personaje para granjearse el afecto de sus hijos, ganarse su cariño, pero se encuentra con la oposición de un empleado del zoológico, quien se ha propuesto hacerse cargo de los pingüinos para trasladarlos a un lugar adecuado a sus necesidades ambientales.

Los yankees encontraron la formula para instalar el amor de los hijos hacia los padres, no hay construcción posible. Siempre creí que a los hijos hay que quererlos por quererlos, porque es un sentimiento que te nace, o por que en definitiva son ellos los que elegirán tu geriátrico (tache la que no corresponda)

Pero sí queda claro que, definitivamente, Erich Fromm, el autor de “El arte de Amar” (editorial Paidos), a lo largo de sus doscientas paginas, tratando de explicar algo del orden de la construcción del amor, también estaba equivocado.

Volviendo al filme, ese supuesto conflicto se resuelve de la manera más utilizada, simple y conocida del cine de comedia familiar, si es que se puede signar como un tipo de género de comedia a estas producciones. Para colmo, luego esa pequeña situación discordante se resuelve de la peor manera posible. O sea dando lugar a un final políticamente correcto.