Los labios

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Una especie de Extraño meets La risa, Los labios es una enigmática y potente mezcla de dos universos cinematográficos, el de Santiago Loza (que ya va por su sexto largometraje) e Iván Fund, cuya ópera prima La risa fue, para el que escribe, una de las mejores películas del Bafici 2009. Lo que más asombra es la capacidad que tienen ambos directores de armonizar dos propuestas estéticas tan disímiles en una única visión sólida y coherente: al ya conocido extrañamiento del mundo que opera Loza y que termina por configurar un cine por momentos extraterrestre, se le suma la exploración cercana y obsesiva de Fund, que examina a los personajes y a los objetos en sus espacios y zonas más recónditos. El resultado es una película en la que, detrás de su historia áspera compuesta de detalles cotidianos y pequeñas miserias, anida un film intrigante, rico en gestos y hechos incomprensibles que arañan el delirio. El genio de Loza y Fund está en haber encontrado un universo irregular, hecho de pequeñas fracturas por las que se cuela lo insólito en medio de la rutina más ordinaria de un pueblo del interior. A ese pueblo llegan las tres protagonistas: sus visitas a las regiones marginales de la comunidad toman la forma de verdaderas expediciones hacia lo desconocido en las que es posible hallar relatos de vida, pobreza, ignorancia o incluso hasta algunos destellos humanos cegadores, como ocurre con las chicas de la primer casa a la que asisten, (las nenas demuestran una simpatía y una frescura emocionantes). A su vez, los informes que realizan con las estadísticas sociales correspondientes no hacen más que expandir esa grieta entre el mundo conocido y el otro subterráneo que pugna por salir a la superficie: sus relevos de información, fríos y rutinarios, relatados por la voz en off, contrastan enormemente con su trabajo comprometido y con la riqueza y complejidad de los seres con los que tratan. La voz en off que lee esos informes, acompañada por el contrapunto necesario de las imágenes, parece estar hablando ya no de una zona de provincia marginal, sino de una colonia humana en otro planeta. También el humor es una disrupción de ese orden tan precario: una cargada generalizada a un remisero o una imitación de Manolo Galván son los signos de un resquebrajamiento apenas perceptible pero que está allí y que se abre paso a través de los planos, como las máquinas que vienen a demoler el hospital abandonado donde se quedan las tres mujeres. El final, un estallido de primitivismo misterioso e indescifrable, que deja ver los signos de una belleza atávica e inquietante, al que solamente nos queda acercarnos desde el asombro, opera un desgarro último e irreparable en la pretendida normalidad de la comunidad: si nos dijeran que esas imágenes fueron registradas hace miles de años o que provienen de otra galaxia, sería difícil no creerlo.