Los hongos

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

EL SILENCIO EMPIEZA A GRITAR

Un living particular, donde el sillón de dos cuerpos y la televisión se encuentran rodeados de plantas cuyas alturas, cantidad de follaje, proporciones y texturas varían de forma notable; una suerte de invernadero más ampliado, con gran abundancia de luz que simula una diminuta selva perdida en la ciudad, en la convivencia con ciertos objetos del hombre y con la cual crea una especie de simbiosis.

Esa proliferación del verde, de las hojas y las raíces por sobre el material se asemeja con el concepto del hongo tan fuertemente trabajado en la película de Oscar Ruíz Navia. Allí interviene la propagación de la esencia en tanto vía para la búsqueda de una voz y una identidad propias a través del arte callejero, como ya evidencian las primeras imágenes de Los Hongos: una mano mueve el rodillo de manera vertical por las paredes y deja el rastro suave de la escasa pintura.

Dicha expansión se potencia en el encuentro de Ras y Calvin, dos amigos que afrontan situaciones complejas o de incomprensión en el ambiente familiar, económico y social. Sin embargo, estas contrariedades privadas se entremezclan con la conmoción desde lo público a partir de algunos videos de represiones en Egipto o Medio Oriente. De allí no sólo nace su lema “Nunca más guardaremos silencio”, sino también el germen de la futura irradiación, el inicio del recorrido personal para la conformación del propio ser.

Si bien el desarrollo de ambos protagonistas no sigue una lógica lineal, sino sinuosa y de constante reconstrucción, resulta bastante peculiar la mirada tan opuesta concebida por el director hacia las mujeres de la película. Por un lado, la abuela de Calvin comprendida como una confidente y alguien sabio por la experiencia de vida pero enmarcada en un cuerpo enfermo de cáncer. Por el otro, la novia de Calvin y la cantante que sale con Ras, como mujeres con cuerpos fuertes y jóvenes pero cambiantes y bastante histéricas, sobre todo, en lo sexual.

“Tenemos el poder de los colores, los aerógrafos, los vinilos, los rodillos – proclama uno de los hombres que invita a Ras y Calvin a pintar con ellos en los muros del Puente de los Mil Días –. ¿Qué es lo que somos? ¿Qué vamos a hacer? Contra Babilonia, hermano”. Las camionetas, las motos, las bicicletas y los skates salen en tropel con los tachos de pintura y los pinceles. La semilla ya está instalada, sólo resta contemplar su efervescencia.

Por Brenda Caletti
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